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Las últimas imágenes del manicomio

Una exposición fotográfica despide el psiquiátrico de Castro de Rei, el único hospital de Galicia que aún dependía de una diputación provincial

Una de las imágenes de la exposición Entre Marbella e Torremolinos, que puede verse en el Museo Provincial de Lugo hasta finales de febrero.
Una de las imágenes de la exposición Entre Marbella e Torremolinos, que puede verse en el Museo Provincial de Lugo hasta finales de febrero. XOSÉ REIGOSA

El último hospital psiquiátrico de Galicia gestionado por una diputación ya es historia. Ayer, después de más de una década de desencuentros entre el Sergas, la Diputación de Lugo y el Ayuntamiento de Castro de Rei, los largos pasillos del psiquiátrico San Rafael de Castro Ribeiras de Lea quedaron definitivamente vacíos. La mayoría de los 80 internos del centro salió en autobús o ambulancia hacia el Hospital de Calde, en la ciudad de Lugo, que gracias a la llegada de los nuevos pacientes vuelve a funcionar un año después del estreno del Lucus Augusti, pero otros residentes empezarán una nueva vida en centros asistenciales o para mayores, porque no existe causa médica que justifique su permanencia en una unidad psiquiátrica. El hospital de Castro, parte de la memoria sentimental del pequeño municipio lucense —que no llega a los 6.000 vecinos—, funcionaba desde los años cincuenta y era el único centro de Galicia levantado ex profeso para atender a pacientes psiquiátricos (el de Toén, clausurado hace poco, fue reciclado). Su estructura seguía el modelo panóptico propugnado en el siglo XIX por el filósofo inglés Jeremy Bentham para controlar todos los rincones del edificio desde un único punto, un diseño que también se aplicó a cárceles, escuelas y fábricas.

 “Por el tipo de construcción, cuando lo ves por primera vez parece un lugar muy frío”, explica el fotógrafo Xosé Reigosa (Barreiros, 1981), que el año pasado, cuando ya era oficial el cierre del centro, entró con su cámara en las instalaciones del manicomio para retratar las pertenencias de los residentes, las habitaciones, los cuatro pasillos que comunican los barracones —el edificio tiene una única planta— y el antiguo cementerio donde hasta los años ochenta fueron sepultados los internos a los que sus familias no reclamaban. Las imágenes se pueden ver hasta final de mes en el Museo Provincial de Lugo, en la exposición Entre Marbella e Torremolinos. Imaxes de manicomio, un título que hace referencia a los nombres cariñosos con los que los internos bautizaron a los pabellones que separaban a hombres y mujeres.

El edificio fue diseñado con la misma estructura de fábricas o cárceles

No era raro que el centro tuviese su propio camposanto porque el hospital nació en una época en la que al enfermo mental, más que tratarlo, se le recluía de por vida, condición que ahondaba aún más en el estigma. Por eso y porque hasta este año el psiquiátrico permaneció al margen del Sergas, todos se felicitan ahora por el final del anacronismo. “Cambiamos el concepto de asistencia psiquiátrica por el de rehabilitación. El cambio será espectacular”, augura una portavoz de la Consellería de Sanidade. En el día a día, el centro estuvo atendido hasta mediados de los noventa por las monjas de San Vicente de Paúl.

Tuvo su propio cementerio, donde eran sepultados los internos sin familia

Pocos discuten que los ingresados en el hospital de Castro encontrarán en Calde un lugar más propicio para el tratamiento de sus dolencias, sobre todo en el plano material. El viejo psiquiátrico estaba en mal estado y las comodidades escaseaban. “Desde los años noventa se habló de trasladarlo, pero nunca se hizo. Casi todas las habitaciones tienen varias camas, hay muy pocos cuartos individuales, y para ir al baño hay que salir al pasillo”, precisa Reigosa, que pudo fotografiar la vida en el centro a condición de ser respetuoso con la privacidad de los enfermos. Algunos se acercaron a hablarle e incluso se prestaron para participar en un documental dirigido por el fotógrafo sobre la historia del centro. “No tenemos otro sitio al que ir”, le contaron Asunción, interna desde hace 30 años, y José Manuel, que llegó hace 15.

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Esa es la otra cara del traslado, el cambio al que tendrán que habituarse los residentes, que también son vecinos de Castro, de pleno derecho. Para algunos el manicomio fue su hogar, hasta el punto de que acabaron por empadronarse en Castro de Rei, donde muchos tenían bien asentado su círculo de amistades. “Para Castro, el cierre supone una pérdida de vecinos. Aquí la gente se crió en contacto constante con los enfermos, muchos iban a escuchar la misa a la capilla del psiquiátrico”, cuenta Reigosa. El pasado verano, el psiquiátrico acogió un ciclo de cine, I Jornadas de cine en el manicomio —los internos no rechazan la palabra políticamente incorrecta— abierto a todos los vecinos de Castro.

Pero los últimos tiempos, con todo, ya eran muy distintos de los que vieron nacer el psiquiátrico franquista, prolífico en historias dramáticas. En él murió hace dos años el intelectual Antón Moreda después de más de cuatro décadas de internamiento. Gracias a su empeño, el psiquiátrico tuvo su propia revista en gallego Falemos, que llegó a publicar 50 números entre 1982 y 1992.

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