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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Soberanías en el siglo XXI

Mientras discutimos si la soberanía está en Cataluña, en España o en Europa, resultará que se la hemos cedido a los bancos

La paradoja es inquietante (no hablo solo de Cataluña, me refiero también a España): cada vez hay más movimientos para reclamar la soberanía y, sin embargo, cada vez es más líquido y más huidizo este concepto. Analicémoslo de cerca.

La soberanía ha ido unida al Estado. Es la capacidad de ejercer el pleno poder en el interior de un territorio. En una democracia, esta capacidad la otorga el pueblo (“soberanía popular”); en otros casos, la soberanía se conquista por la fuerza de las armas o, de forma más sutil, por la fuerza del dinero. Para ejercer la soberanía dentro de unas fronteras geográficas hay que tener el control de todo lo que las atraviesa; hay que disponer de un ejército; tener una moneda y sus elementos imprescindibles (poder para emitir dinero, regular la tasa de cambio y fijar los tipos de interés); tener la capacidad de establecer impuestos, recaudarlos y distribuirlos, y finalmente, tener potestad de hacer leyes. En nuestro caso, como en toda Europa, la soberanía se ha ido reduciendo de forma impresionante por dos fenómenos distintos: el proceso hacia la UE y la globalización.

El primero: el control de fronteras ha desaparecido excepto para terceros países ya que las mercancías (mercado único) y las personas (tratado de Schengen) pueden pasar libremente. El euro ha acabado con toda la soberanía monetaria (tratado de Maastricht). La pertenencia a la OTAN hace y hará cada vez menos “soberano” el ejército. La obligación de hacer leyes trasponiendo las directivas europeas y la cada vez más próxima armonización fiscal, con la probable creación de una fiscalidad europea (que a España le beneficiará mucho), dejarán reducida la libertad de actuación legislativa y fiscal.

Este primer fenómeno ha sido querido, la gran cesión de soberanía ha sido voluntaria, y ha sido hecha a unas instituciones de las que formamos parte. Se trata de una cesión a cambio de una soberanía compartida. Dejamos de ser ratón y somos parte del león, con muchas más ventajas que inconvenientes. Pero ello no quita que hemos dejado de ser soberanos, aunque a menudo parece que no somos conscientes de ello. Hablar todavía de “unidad de mercado” referido al español, o indignarnos por “intromisiones” europeas en la elaboración de los presupuestos es no haber entendido nada de lo que hemos hecho, por suerte, durante los últimos 30 años.

La globalización, libertad creciente para el comercio mundial y total para los movimientos de capital

El segundo fenómeno es totalmente distinto. No es voluntario. Se trata de la globalización. Libertad creciente para el comercio mundial y total para los movimientos de capital. La desregulación y libertad absoluta de bancos, fondos, corporaciones y empresas multinacionales hace ineficaz cualquier intento de ejercer algún control por parte de los Estados y representa la creación de un poder económico soberano por encima de las fronteras. Solamente la existencia de unas entidades políticas mayores y más fuertes (como la futura UE o una ONU modificada) podría ofrecer una posibilidad de compensar este nuevo poder. Pero los procesos de construcción de estas nuevas instituciones son muy lentos y hay grandes reticencias a cederles soberanía. Mientras esto sea así, el verdadero poder está en manos de “los mercados”, una manera disimulada de decir “los bancos y otros gestores del capital financiero”.

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Lo ocurrido este último año lo pone en evidencia: la UE manda instrucciones a España, pero son los mercados los que las escriben para la UE, ya que ella todavía no ha aprendido a ser fuerte y a defenderse. La globalización obligará a los Estados europeos a ceder aún más soberanía si no quieren perder todo papel en el mundo.

En este contexto sorprenden algunas reclamaciones de soberanía. Podían ser comprendidas y apoyadas hace unas cuantas décadas, pero pueden quedar en un concepto vacío en pocos años. La soberanía de los Estados quedará muy mermada, y aunque sigan conservando este nombre, sus competencias y sus funciones cambiarán, con cesiones a instituciones supraestatales y también a entidades más cercanas a la población. Las naciones europeas que, como Cataluña, no han podido durante el siglo XX convertirse en un Estado, deben luchar ahora para situarse adecuadamente en el mapa del futuro, pero no necesariamente reclamando la soberanía estatal, sino entendiendo este futuro.

Mientras discutimos si la soberanía está en Cataluña, en España o en Europa, es probable que descubramos que la hemos cedido a los bancos…

Joan Majó es ingeniero y exministro.

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