Por qué ponerle la música de su vida a una persona con alzhéimer
La memoria musical es la última que se pierde con esta enfermedad, y puede emplearse como puente emocional a momentos pasados. No es la única ventaja de ponerle música a estos pacientes, pero hay que saber elegirla bien
Nació en Valencia, emigró a Cuba y fue primera bailarina del Ballet de Nueva York en los años sesenta. Poco más se sabe de la vida de Marta González. Sin embargo, su imagen bailando El lago de los cisnes de Tchaikovsky sentada en una silla de ruedas se hizo viral el lunes pasado, día del primer aniversario de su muerte. Tenía alzhéimer, pero la enfermedad no evitó que moviera sus brazos al ritmo de la melodía con la elegancia de su profesión, mientras recordaba cada uno de los pasos de esta danza como si la música le diera las indicaciones para seguirla. Las imágenes de Marta, compartidas por Música para Despertar, buscan conmemorarla y, a la vez, enseñar los efectos que tiene la música en las personas con alzhéimer.
Una canción, una melodía, un tarareo o simplemente unas palmas pueden activar algunas de las zonas del cerebro de una persona con esta enfermedad. Pero, ¿cómo es posible que esto ocurra cuando apenas recuerdan sus vidas? “Todos tenemos experiencias relacionadas con las emociones que nos despierta la música. Sin saber cómo ni por qué, el cerebro hace asociaciones entre estímulos sensoriales y determinadas respuestas, y va conformando nuestra ‘banda sonora vital’ con un conjunto de canciones asociadas a nuestra memoria autobiográfica", explica Nina Gramunt, neuropsicóloga de la Fundación Pasqual Maragall y responsable del proyecto social Life Soundtrack.
Estas conexiones que el cerebro hace entre la música y las vivencias son de las últimas que se pierden. “Los recuerdos musicales se preservan incluso en fases avanzadas del alzhéimer. La enfermedad empieza dañando el hipocampo, una estructura cerebral vital para la formación de nuevas memorias y el proceso de aprendizaje”, explica Manual Arias, neurólogo del hospital Clínico de Santiago de Compostela y músico. Poco a poco va atacando otras zonas como el lóbulo temporal, que va desde la sien hasta la zona posterior del oído, y se pierden el lenguaje y hasta la conciencia de uno mismo. Pero la música resiste porque “está guardada en zonas que no son las que habitualmente se asocian a la memoria episódica, semántica o autobiográfica, por lo que se conserva a pesar del avasallador paso del alzhéimer por el cerebro”.
De ahí que la música se antoje como una de las herramientas más potentes que pueden usar quienes cuidan de las personas con alzhéimer, sean profesionales o no. Pensando justamente en ellos —los cuidadores— un equipo del Instituto MARCS para el Cerebro, la Conducta y el Desarrollo, de la Universidad de Sídney Occidental (Australia), ha elaborado una guía para que las familias de las personas con demencia elijan la música adecuada y creen playlists personalizadas. Para empezar se pueden tomar algunas pautas generales. Según la investigación realizada por los expertos de MARCS, que trabajaron con 45 personas con demencia y sus cuidadores durante seis semanas, la mayor parte de enfermos suelen preferir tempos lentos y moderados —como el de What a wonderful world de Louis Amstrong, que se encuentra en una lista de canciones recomendadas por el Instituto—, porque los rápidos tienden a incomodarles y abrumarles. Y la mayoría de las personas mostraron preferencia por canciones de cuando tenían entre 15 y 30 años.
A la hora de elegir una canción hay que tener en cuenta distintas variables como el estado de ánimo de la persona, su salud física y mental, así como los niveles de agitación, ansiedad, retraimiento y compromiso verbal (síntomas característicos del alzhéimer y otras demencias). Si el paciente, por ejemplo, tiene predisposición a la depresión, los expertos recomiendan canciones alegres con tempos moderados, es decir, que tengan entre 80 y 120 pulsaciones por minuto (PPM), como El lago de los cisnes (100 PPM) o Something Stupid de Frank Sinatra (108 PPM). Estos mismos ritmos, sin acelerarlos más, valen para quienes estén más apáticos. Pero hay quien por sus particularidades necesita música más lenta. Quienes tienen problemas para conciliar el sueño o tienden a estar más agitados suelen necesitar tiempos inferiores a 80 PPM, como los de melodías como las de Hey Jude de los Beatles (72 PPM) o Vincent de Don Maclean (54 PPM).
La clave del éxito está en la personalización. Al igual que Marta se emocionó al escuchar el segundo acto de la obra de Tchaikovsky porque formó parte de su pasado, los investigadores australianos descubrieron que incluir en las listas las canciones favoritas de los pacientes mejoraba su calidad de vida, así como sus capacidades de atención y participación. Además, les permitía disfrutar más las sensaciones de escucha y reducía su apatía, ansiedad y tristeza. No son los únicos que han observado los efectos beneficiosos que tiene la canción adecuada en el momento justo. Distintos estudios han comprobado que la música mejora la función cognitiva, la orientación, el lenguaje, la capacidad de conversación, las relaciones sociales y el estado de ánimo. “Hay momentos en los que los pacientes no pueden comprender nuestras palabras, pero sí nuestro tono y su contenido emocional. La música abre esa vía de comunicación”, señala Pepe Olmedo, psicólogo sanitario, máster en musicoterapia, y director y fundador de Música para Despertar.
Teniendo todo esto en mente, no hay que olvidar por y para quién es la lista que se está elaborando. Es decir, hay que escuchar la opinión del paciente. Olmedo explica el proceso que llevan a cabo desde Música para Despertar: “Vamos navegando por la historia de vida de la persona, conociendo aquellos lugares geográficos donde haya pasado más tiempo, si bailaba, cantaba o tocaba algún instrumento. Para ello nos apoyamos en sus familiares y una vez tenemos las posibles canciones o artistas será la propia persona con alzhéimer quien elija las definitivas. Posiblemente la emoción que sienta es muy intensa, ya que supone un rayo de luz en la enfermedad, la oportunidad para sentirse vivos, válidos y protagonistas, con una banda sonora vital que la acompaña y arropa”.
La experiencia de Olmedo le ha enseñado que “en las fases más leves, la persona expresa cuándo quiere escuchar música y cuál. En fases más avanzadas, hay que tener un papel más activo para saber en qué momento es más adecuada, con qué objetivos terapéuticos, qué canciones específicas, etcétera.” Aquí, el lenguaje corporal lo dirá todo. “Nos fijamos en las respuestas de su cuerpo, una mano que se mueve al ritmo de la música, una lágrima, una sonrisa, unos pies que llevan el compás o que quieren bailar, el seguimiento de estribillos, suspiros, recuerdos que afloran y que comparten, una atención más focalizada, una disminución de temblores, una mirada más centrada o más presente, o unos sonidos que cantan o lo intentan”.
Para terminar hay que observar cuál es el momento del día en que la música es más eficaz. Así es posible evitar, por ejemplo, una agitación o estado de ansiedad. Y también facilitar situaciones cotidianas que normalmente se tornan complicadas. “Son comunes las dificultades en los momentos de la higiene, la comida o incluso a la hora de ir al servicio. Hemos comprobado cómo las canciones que han acompañado sus vidas, ayudan", señala Olmedo, quien cuenta que con algunos pacientes logran ir bailando al baño. Aquí, según la guía australiana, no es tan importante el tempo como que la música sea lo suficientemente agradable. De nuevo, toca leer a cada individuo. “Lo que relaja a una persona, puede poner nerviosa a otra, por tanto, tendremos que ser detectives del lenguaje verbal y no verbal de la persona”.
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