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Freud no está muerto: avances acientíficos, extravagancias coherentes y correcciones de un filósofo singular

Si es por terapias, que su eficacia sea indemostrable apunta a que dejan mucho que desear. Si lo que buscas es una filosofía coherente, su obra es para tomar nota

Mesmerized man lying down on coach in psychiatrist office
selimaksan (Getty Images)
Pilar Gil Villar

“Deje de preguntar y escuche, quiero contar lo que siento”. Algo por el estilo debió de exclamar, irritada, Bertha Pappenheim en el momento de abrir el torrente de discursos íntimos que brotaría a partir de entonces en miles de gabinetes psicoanalíticos de todo el mundo. El impulso de hablar para sentirse mejor fue suyo. El mérito de Sigmund Freud, el médico que la atendía, fue ver, oír y pensar. Tanto discurrió que aún nos acordamos de él, pero no siempre para bien… ¿Por qué sus ideas siguen polarizándonos?

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Al gabinete de Sigmund Freud acudían fundamentalmente mujeres que entonces se conocían como histéricas, normalmente pudientes y judías —como él—, de la Viena de finales del siglo XIX. Culto, curioso, ávido lector y con una extraordinaria capacidad de trabajo, Freud no ofrecía las sesiones más ortodoxas de la ciudad. De hecho, se había aventurado a desviarse de la práctica psiquiátrica de la época, quería ir más allá de describir los síntomas de los sufrientes y repartirles el puñado escaso de recursos terapéuticos estándar —balnearios, masajes, electroshock... escoja usted—. Había descartado la eficacia de estos remedios tras un año de prácticas hospitalarias y, no contento con el páramo yermo que se extendía ante él después de la limpieza, se entregó a comprender el origen de las dolencias como estrategia para buscar métodos que las aliviaran.

Freud practicó la hipnosis y la sugestión, pero no por eso hay que fiarse de quienes las menten ahora para ofrecerte una sesión: las descartó pronto tras varios intentos infructuosos, incluido el suicidio de la joven Pauline Silberstein desde el mismo edificio de la consulta, según se relata en el libro Sigmund Freud, La hipnosis. También “porque vio que en ella los pacientes estaban sometidos y él no quería someterlos”, según Guillermo Mattioli, vicepresidente segundo del Consejo General de la Psicología de España.

El gesto de dejar que sus pacientes expresaran libremente sus sensaciones le llevaría a un trenzado de observaciones, conclusiones, búsqueda de remedios, sistematización de los mismos y propuestas en permanente revisión que se extendería durante 50 años, hasta su muerte en el 23 de septiembre de 1939. Un día después de que su médico accediera, como habían acordado, a inyectarle la primera de dos dosis letales de morfina. Fumador empedernido de puros, consumidor y prescriptor de cocaína, terminaba así con 16 años de cáncer maxilar que le había conducido a 34 intervenciones quirúrgicas. Dejaba vivos a cinco de sus seis hijos y un legado tan complejo como revolucionario y controvertido, ya sea en la época de los teatros de operaciones de sus orígenes como en la de los hilos de Twitter del siglo XXI.

Problemas en el inconsciente y el papel de la mujer

Entre las ideas de estreno que Freud aportó al mundo, “la principal contribución fue la del inconsciente como forma de olvidar —o no hacer conscientes— muchos deseos, fantasías, contradicciones, ruindades, maldades, pasiones en general, que, de otro modo, no nos permitirían funcionar”, destaca Mattioli. Él creía que desde ese terreno inaccesible dominan nuestro comportamiento y, a veces, provocan sufrimientos de origen inexplicable. En este esquema, la cura era claramente dejarlos salir, de ahí el discurso libre del paciente que un analista entrenado debe interpretar para permitir la mejoría.

El psicoanálisis se convertiría así en la primera propuesta de tratamiento psicológico y de terapia a través del lenguaje, una práctica que han recogido otras muchas corrientes psicoterapéuticas posteriores. En sus inicios, su principal objetivo era buscar abusos sexuales sufridos en la infancia por los pacientes como principal origen de la enfermedad, “pero más tarde Freud lo descartó como causa universal y admitió que se podía enfermar por causas internas”, explica Guillermo Bodner, de la Sociedad Psicoanalítica de España.

“Al fin y al cabo, la vida sexual de las mujeres adultas es un ‘continente oscuro’ para la psicología”. Así explicó Freud en un primer momento la ignorancia sobre la sexualidad de las niñas.
“Al fin y al cabo, la vida sexual de las mujeres adultas es un ‘continente oscuro’ para la psicología”. Así explicó Freud en un primer momento la ignorancia sobre la sexualidad de las niñas.Hello World / getty

Y así llegamos a dos de los términos que no pueden faltar en un reportaje sobre Freud: sexo e infancia. Cuando los unió para hablar de que existía una sexualidad infantil, el médico estremeció los cimientos de la púdica sociedad victoriana. ¿Qué clase de pervertido atribuía entidad sexual a aquellos angelitos? Alguien que hablaba de una sexualidad amplia que incluía el deseo de cercanía y no solo la relación genital. “La infantil es una sexualidad propia, distinta y precursora de la adulta, más oral (el llevarse el dedo a la boca, el chupete, biberón, la relación con el pezón). Y muchas veces la patología tiene que ver con fijaciones a ciertos momentos de la sexualidad infantil”, aclara Bodner.

Mientras el niño crece, experimenta con las distintas orientaciones y sensaciones sensuales, y va construyendo su identidad sexual, porque nace sin ella. Otro de los escandalosos adelantos del investigador a su tiempo, que le llevó a implicarse en campañas para eliminar del código penal alemán el delito de la práctica homosexual y a escribir: “Lo que el psicoanálisis puede hacer por el homosexual es traerle eficiencia personal y armonía y tranquilidad con el entorno social y familiar”.

Es sorprendente, sobre todo cuando sus afirmaciones acerca de la mujer y su sexualidad han puesto en pie de guerra a legiones de feministas. Si bien fue el primero en promulgar que tenemos deseos sexuales y necesidad de satisfacerlos, el falocentrismo de su primera época le llevó a afirmar en 1925 que “las mujeres reciben de manera pasiva, se oponen al cambio y no añaden nada propio”. La influencia de las primeras mujeres psicoanalistas le hizo revisar 20 años más tarde el falocentrismo en su segunda teoría sobre la sexualidad y admitir, en obras como La femineidad y La sexualidad femenina, que había errado el tiro por completo. De eso no hay duda…

Abono fértil para pseudoterapias

Hablar de sexo explícito, apoyar a los gays… ¿estamos ante un ultramoderno de costumbres liberales? En absoluto. En su vida privada, el padre del psicoanálisis fue también un padre de familia burgués y recatado, que confesó su abstinencia sexual para no engrosar su ya numerosa familia y que estaba centrado en construir toda una visión antropológica, más allá de su teoría sobre la mente. “Tiene una coherencia interna absoluta y una gran capacidad para explicar al ser humano integrado en el desarrollo de la civilización occidental”, considera Luis Gonzalo de la Casa. Entonces ¿por qué cualquier mención a su legado en las redes sociales continúa abriendo sangrantes hilos de enconados enfrentamientos? “Porque, por muy interesantes que sean, sus teorías no tienen base científica”, aclara este investigador en psicología comparada de la Universidad de Sevilla, quien admite la trascendencia filosófica de Freud mientras rechaza sus propuestas terapéuticas.

Porque un concepto central de las mismas es la libido, una especie de energía sexual —de nuevo, en sentido muy amplio— que impulsa nuestro comportamiento y, si no se libera de la manera adecuada, se acumula y produce la neurosis y la angustia. “Pues no hay manera de demostrar que la libido existe, o te la crees, y entonces puedes admitir toda la teoría psicoanalista, o no te la crees”, alega De la Casa. “Es una cuestión de fe”. Algo así como si a estas alturas estudiásemos todas las aplicaciones de la luz sin haber podido demostrar la existencia del fotón.

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Sobre esa falta de seguimiento del método positivista, basado en estrictos protocolos de experimentación y búsqueda de evidencias, cabalgan el grueso de críticas a Freud y al psicoanálisis. Ya su coetáneo Ramón y Cajal, una persona interesada por la psicología que también practicó la hipnosis, desconfiaba “de toda idea que no provenga de la razón consciente”. Entre muchos otros, han calificado al psicoanálisis de pseudociencia el filósofo Karl Popper, que lo acusaba de justificar todos sus descubrimientos a posteriori, y el físico y filósofo argentino Mario Bunge. En su libro Medicina sin engaños, el biotecnólogo José Miguel Mulet escribe que “elucubraba y describía sus teorías, dándolas por buenas sin antes someterlas a ningún tipo de validación experimental. Muy pocas partes de su discurso han sido corroboradas por la ciencia. La mayoría son indemostrables o son falsas”. Y el psicólogo Hans Eysenck concluyó en su evaluación sobre el éxito de las psicoterapias que, entre 1952 y 1980, las de inspiración freudiana alcanzaban una cuota del 44% frente a la superación del sufrimiento psicológico sin tratamiento.

Entonces ¿por qué al cabo de cien años sigue habiendo listas de espera para realizar estos tratamientos largos, caros y de duro buceo en el pasado? Mattioli asegura que la práctica hoy en día “es mucho más corta, el diván se utiliza solo puntualmente y la relación el analista ha dejado esa posición neutral tradicional y es más interactiva e igualitaria”. Y muchos de los terapeutas que lo ofrecen lo combinan con otros modelos de psicoterapia, porque “se tiende mucho más a la integración”. Por su parte, Gonzalo de la Casa considera que, aunque una neurosis se curase igual con el paso del tiempo, “imagínate, durante tres años, dos veces a la semana, una hora por sesión, hablando sobre ti mismo. Es un viaje que, como cualquier experiencia de autoconocimiento personal, va a ser beneficioso”. Pues que empiece el monólogo, si eso es lo que buscas...

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