La jornada laboral de ocho horas agoniza pero, ¿de verdad podemos trabajar menos?
Las lecciones del año que asumimos que trabajamos demasiado, o demasiado mal...
La jornada laboral de 8 horas, que nació para reducir la esclavizante actividad laboral de la Revolución Industrial, sigue viva. Sin embargo, para muchas personas agoniza: ni la productividad se mide ya en número de horas (lo que estaba muy bien cuando todo era “apretar tornillos” en cadenas de montaje) ni es necesario trabajarlas todas seguidas. Todo gracias a las virtudes de la economía digital que tanto ha alimentado la pandemia. Pero, ¿dónde están esas virtudes? ¿Por qué, pese a la emancipación digital, hay personas que más que nunca tienen la sensación de pasarse el día trabajando?
La jornada de 8 horas nació de la reflexión del empresario socialista Robert Owen acerca de cómo conseguir que los trabajadores estuvieran sanos, descansados y motivados. Su sistema se plasmó en un esquema de ocho horas de trabajo, otras tantas de ocio y las mismas para el descanso, un modelo que rápidamente se extendió por todo el mundo. La nueva fórmula no solo reducía los horarios laborales, sino que también separaba convenientemente el tiempo del día que se consagraba al trabajo del que se dedicaba al ocio y al descanso. Ahora, en pleno desarrollo de la economía digital, las ocho horas son un estándar cada vez más cuestionado.
Algunas experiencias apuntan a que las jornadas de trabajo de menos duración son más eficaces porque mejoran la calidad de vida y la productividad de los empleados. Un ejemplo es el nuevo modelo de cinco horas que implementó la empresa alemana Rheingans Digital Enabler. Para garantizar una mejor eficacia en un periodo de tiempo más corto, los trabajadores solo revisan los correos electrónicos de la empresa dos veces al día, las reuniones suelen durar menos de 15 minutos y solo pueden utilizar su teléfono móvil en momentos puntuales (ya sea por una urgencia familiar o laboral, no permiten el ocio). Este modelo ha logrado posicionar a esa empresa como una de las más productivas de Europa.
La clave de su éxito parece ser la buena organización que quienes últimamente han probado el teletrabajo “forzoso” probablemente echen de menos: al estar en casa tenemos la sensación de no desconectar nunca y no descansar, además de sufrir distracciones constantes con los quehaceres del hogar y la familia. Es un entorno en el que la vida laboral y la personal nunca se separan del todo. Pareciera que en casa el trabajo nunca termina. ¿Te suena?
“El contrato psicológico es más importante que firmar un papel”
“Con la pandemia y el teletrabajo, las empresas y los directivos no han elaborado pautas claras de cómo podríamos optimizar el trabajo en casa. No podemos replicar lo que hacíamos en el mundo presencial a través de una pantalla”, opina Óscar Cortijo, Coordinador de la Comisión Nacional para la Racionalización de Horarios Españoles de la Comunidad Valenciana. Claro que no es un cambio fácil para las empresas, inmersas en una cultura tan arraigada. Un vídeo que ha publicado recientemente la famosa Tiktoker y entrenadora Emily Ballesteros podría ayudarlas —como mínimo, está claro que lo que dice ha captado la atención del público: su vídeo obtuvo rápidamente más de 1,6 millones de visitas y 250.000 me gusta—. Entre las recomendaciones de Ballesteros para entrar en la modernidad figuran reducir la cantidad de reuniones inútiles y agilizar ciertas tareas administrativas, adoptar los horarios de verano, acortar la jornada los viernes, lo que motiva a disfrutar del fin de semana y a empezar la siguiente jornada con más energía...
Reducir el tiempo que se pasa en el trabajo tiene ventajas para los trabajadores, pero también para quienes los contratan. “Está comprobado que cuanto menos tiempo pase el trabajador en la empresa menos coste le genera. Las multinacionales deberían poner atención en ello, eso podría ser un detonante para reducir los horarios de trabajo”, dice María Matuk, psicóloga laboral por la Universidad Nacional Autónoma de México. “Vivimos en una época en la que contamos con medios y tecnología de sobra, y debemos hacer un uso consciente de ellos”, añade. Pero, ¿qué significa eso concretamente?
Para qué sirven de verdad las reuniones de trabajo
“Hay que trabajar por objetivos, por proyectos, uno a la vez. Los horarios de trabajo tienen que estar establecidos más para una coordinación en la forma de trabajar entre los compañeros y la empresa que solo para cumplir con una medida de productividad”, explica Cortijo. Además, es importante que se apoye (tanto empresas como instituciones de Gobierno y empleados) un equilibrio de los horarios en función de las necesidades personales de cada trabajador. “Los horarios de trabajo, por lo general, no se coordinan con los horarios escolares; eso genera graves problemas en el desempeño laboral porque llegan las preocupaciones, la ansiedad, es primordial tener una comunicación sincera entre empleado y empleador, y ver la situación de cada uno en concreto”, asegura.
También es importante optimizar las horas de trabajo, ya que trabajar menos de ocho tampoco es garantía de rendir mejor y aportar mejores resultados. Esto se logra haciendo pausas para separar cada hora (de 10 minutos como máximo) y planificando nuestro día o nuestra semana, así cumpliremos unas metas específicas. Además, hay que tratar de evitar, en la medida de lo posible, todo tipo de interrupciones externas durante el tiempo que estés haciendo una actividad importante, así te mantendrás enfocado. Por otra parte, las personas tenemos un apego emocional a los teléfonos, esto puede generarnos graves problemas en nuestra memoria y atención, asegura un estudio de la Universidad de Austin en Texas.
Por otra parte, “es mucho más importante el contrato psicológico que firmar un papel. La implicación de los trabajadores va mucho más allá de cumplir un horario de trabajo. Lo importante es suprimir esas horas muertas”, explica Cortijo, y finaliza: “La digitalización hará que paulatinamente se logre esa transición para que las empresas cambien su modelo de jornada laboral, será inevitable”. De que el cambio costará no duda nadie que haya probado el teletrabajo el año pasado, una experiencia que no siempre ha sido agradable.
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