Laía Argüelles Folch: “Me quedaría a vivir en una casa-museo bien conservada como la de Anna Seghers”
Formada en Bellas Artes, Traducción e Interpretación y Filosofía, la artista y escritora exhibe estos días en Vigo obras de la última década
La exposición Todavía siempre, en el Marco de Vigo hasta el 12 de enero, reúne trabajos realizados en la última década por Laía Argüelles Folch (Zaragoza, 38 años) con materiales encontrados en rastros y librerías de viejo. Formada en Bellas Artes, Traducción e Interpretación y Filosofía, su obra, desde un ángulo conceptual, indaga en el potencial de las imágenes y del lenguaje mediante la clasificación y resignificación de esos materiales encontrados. Autora de los libros Breve ensayo sobre la carta (Temporal, 2021), Ciprés (Chiquita Ediciones, 2022) y Cuaderno azul (Temporal, 2023), el agua es otro elemento base en su obra y en su vida como nadadora.
¿Cuáles diría que han sido las obsesiones recurrentes en su trabajo?
La búsqueda y el hallazgo, la repetición, la huella, la circulación de saberes, imágenes y objetos.
¿Cuándo supo que se dedicaría al arte?
Fue crucial la primera vez que, en el estudio, me di cuenta de que no entendía bien qué estaba haciendo, y sin embargo presentía que ese no-saber me guiaba hacia algún lugar. Quizá al sentirme a gusto en ese misterio lo supe.
¿Cuál ha sido el mejor libro que ha encontrado en un mercadillo?
Uno de los mejores, la pasada primavera en Berlín, es un ensayo de Hilde Domin cuya página de cortesía contiene unas palabras suyas, manuscritas. Domin escribió su nombre, la fecha, y unos versos de Herbstaugen (Ojos de otoño). Me conmueve lo evidente: ella lo tuvo en sus manos.
¿Qué personaje de ficción es su favorito?
Carlitos, Snoopy, Lucy y toda la pandilla. Me han acompañado desde pequeña y lo siguen haciendo; creo que en ellos deben de estar las respuestas a casi todas las preguntas.
¿Qué es lo más bonito que le han dicho sobre su trabajo?
Que debo seguir haciéndolo.
¿Y lo más extravagante?
Mi profesora de dibujo en Bellas Artes, después de una clase, me dijo: “puedes dejar de dibujar, pero no dejes de escribir”. Ahora, unos quince años después de aquello, es una de mis grandes amigas, y una de las pocas personas que, secretamente, hace cameos en lo que escribo.
¿En qué museo se quedaría a vivir?
En una casa-museo bien conservada, con sus muebles, sus libros, sus cosas, como la de Anna Seghers.
¿Y en qué libro?
Diré dos: Monogamia, de Adam Phillips, y La atracción del archivo, de Arlette Farge.
¿Qué libro tiene abierto en la mesilla de noche?
Uno breve, intrincado y precioso de Nicole Brossard, Y de repente aquí estoy rehaciendo el mundo.
¿Uno que no pudo terminar?
Los muy extensos, que disfruto leyendo poco a poco y me lleva años terminar. Ahora tengo dos a medias: La arena entre los dedos, de Chantal Maillard, y un volumen de poesía casi completa de Louise Glück.
¿Qué título recomendaría para entender mejor el arte contemporáneo?
Tal vez no para entenderlo pero sí para abrirse a sus preguntas: Espíritu de aprendiz, de Isidoro Valcárcel Medina.
¿Cuál es la película que más veces ha visto?
He visto más veces Doctor en Alaska que cualquier película. Dicho esto: Los puentes de Madison.
¿La última serie que vio del tirón?
Si tuviese que usar una canción o una pieza musical como autorretrato, ¿cuál sería?
Mysteries, de Beth Gibbons y Rustin Man.
¿Qué está socialmente sobrevalorado?
La fama y la juventud, juntas o por separado.
¿Cuál es el suceso histórico que más admira?
Cualquier momento eureka en el que la experiencia directa del cuerpo revela una verdad sobre el mundo.
¿Qué encargo no aceptaría jamás?
Uno de cuya conveniencia se me intentase convencer. Confío en que, si quisiera aceptarlo, no haría falta insistir.
De no haber sido artista sería…
Cada día algo distinto, script, bibliotecaria, editora de crucigramas...
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