‘El lago de la creación’, de Rachel Kushner: la humanidad involuciona, y la culpa es de los ricos
La escritora firma una potente novela de espías existencial en la que dispara contra el conservadurismo extremo de la época, el más feroz de los lobos


Bruno Lacombe es un ideólogo, una suerte de Nuevo Mesías, el tipo que ha entendido que el capitalismo no se puede desmantelar, que lo único que podemos hacer para librarnos de él es apartarnos. ¿De qué? De la vida como lleva siendo entendida desde que el Homo sapiens sustituyó al neandertal, y permitió a nuestros prehistóricos antepasados abandonar las cuevas y empezar a demostrar de qué forma éramos mejores que los demás, cómo nuestro césped siempre es más verde que el del vecino —o debería—. Bruno Lacombe vive en un cobertizo y desde allí predica Su Palabra en filosóficamente pomposos —puro narcisismo desatado— correos electrónicos que envía a sus adeptos —a los siguientes en la cadena de mando de su peculiar secta ecorradical afincada en la campiña francesa— y que la protagonista de la nueva novela de Rachel Kushner (Oregón, Estados Unidos, 57 años), Sadie, Sadie Smith, está leyendo a escondidas. ¿Por qué? Porque Sadie es una espía. Pero una que hizo algo terriblemente mal y fue despedida del Gobierno. Ahora se dedica a trabajar para misteriosos clientes externos de los que nada sabe, ¿y no es eso peligroso?
Aquello alrededor de lo que gira la novela, una bomba meticulosamente construida —el destilado de las frases de Kushner persigue la perfección que ha hecho único a Don DeLillo, pero en su caso, es una perfección no flotante, sino en extremo arraigada a la tierra—, es la perdición, es decir, la Humanidad está por completo perdida, prácticamente desaparecida en un ir y venir de mensajes contradictorios —eso que se ha dado en llamar el turbocapitalismo, y que Lacombe prefiere considerar un capitalismo tardío, crepuscular, desesperado—, y para encontrarse, está dispuesta a dar un par de millones de pasos atrás y volver a las cuevas. No la humanidad al completo, por supuesto, sino el tal Lacombe y su corte de seguidores. Un tipo en exceso privilegiado —un rico, un alguien sofisticado, clasista— que considera a los thales —así llama a los neandertales— sus iguales. No había en ellos, dice, la sed capitalista que dominó desde el principio, dice, a los Homo sapiens, ese querer ser mejor todo el tiempo, y aplastar al otro.
No admite Lacombe, ni siquiera se plantea, en esos correos electrónicos aceptados en la cueva, que nada de lo que le ha llevado a pensar así, a siquiera pensar, existiría sin esa ansia de progreso. Entiende el progreso como un atraso, y he aquí la flecha —el nido, en realidad, de ellas— que Kushner —no olviden, autora de Los lanzallamas, activista, a su manera, de un despertar de la conciencia ante la injusticia pasada, presente y futura— dispara contra el conservadurismo extremo de la época. Un conservadurismo que se presenta como un cordero al que el lobo trata de zamparse cuando es el más feroz de los lobos o, mejor, de los buitres, pues se alimenta de lo ya muerto, en el caso de Lacombe, de lo muerto hace millones de años, la especie no conectada y no superviviente, vendida como una exquisitez dedicada únicamente al pensamiento en sus cuevas, a solas, en una hipotética ucronía utópica. La mirada cínica y poderosa de la descarriada agente Smith convierte la aproximación a semejante burbuja en un apasionante tira y afloja metafísico existencial (muy muy terrenal).
He aquí, pues, una novela de espías en la que el objeto de estudio no es único porque, en un juego de espejos tan sutil que se vive como un viaje lector
He aquí, pues, una novela de espías en la que el objeto de estudio no es único porque, en un juego de espejos tan sutil que se vive como un viaje lector, la propia Sadie se disecciona a sí misma o a aquello que queda de ella después de haber sido invadida por su condición de espía, o pieza de una sociedad en la que ella misma no tiene tiempo de pensar, porque ¿qué es su vida sino servir a sus clientes? Hasta sus relaciones personales —el sexo, ningún tipo de amor— están marcadas por aquello que no puede dejar de ser, es decir, algo usable, un producto más del sistema que, desde la cueva, Lacombe critica. Sí, la reflexión está servida. Y es intensa. Y también muy divertida.

El lago de la creación
Traducción de Javier Calvo
AdN, 2025
448 páginas. 21,95 euros
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