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‘Aún estoy aquí’, un libro que entrelaza memoria, una madre heroína y la dictadura de Brasil

La biografía que inspiró el filme ganador del Oscar a la mejor película internacional pone el foco en el Alzheimer de la protagonista y el reto nacional de conocer el pasado

Naiara Galarraga Gortázar

Suena raro, pero en ocasiones conseguir un certificado de defunción, aunque sea uno con importantes lagunas, puede ser una alegría, una gran victoria a celebrar. Cualquiera que haya visto Aún Estoy Aquí, que le brindó a Brasil el primer Oscar de su historia, recuerda la escena. Eunice Paiva, viuda del diputado Rubens Paiva, al que la dictadura desapareció para siempre, posa orgullosa, con una sonrisa y el documento que acaba de recibir en el registro civil. Es 1996. Para entonces, la señora Paiva lleva 25 años de lucha para conocer el paradero de su esposo.

— “Ella alzó el certificado de defunción ante la prensa, como si fuera un trofeo. Fue en ese momento cuanto me di cuenta: ahí estaba la verdadera heroína de la familia”, escribe su hijo, el escritor y dramaturgo Marcelo Rubens Paiva, en la autobiografía homónima que inspiró el premiado filme del director Walter Salles.

Como la película, la obra que acaba de publicar en español Shackleton Books con traducción de Sophia Neitzert Torres, relata la historia de Eunice Paiva, pero desde una perspectiva distinta, de modo que resultan complementarias. El libro, editado en Brasil hace una década, fue alumbrado como un pulso contra la desmemoria. Para contrarrestar la pérdida de memoria, la que sufre Eunice, aquejada de Alzheimer, y las dificultades de su patria para encarar el legado de la última dictadura.

El escritor Marcelo Rubens Paiva era un crío rubio de 11 años cuando su padre desapareció. La policía de la dictadura se lo llevó detenido del chalet familiar, en Río de Janeiro; también a su madre y a una de sus hermanas. Ellas regresaron en días; él, nunca. Hasta aquel día del verano de 1971, la infancia de Marcelo era la pura felicidad. Vivía con sus cuatro hermanas y sus padres frente a la playa de Ipanema, en una villa llena de alegría, música y el trasiego constante de amigos, incluido un adolescente Walter Salles. El director del filme ha contado que, sólo con los años, comprendió la trascendencia histórica del drama de los Paiva.

Jamás volvieron a ver al patriarca, un risueño ingeniero civil metido en política al que el régimen militar había arrebatado el escaño un año antes. Cuenta el autor que entendió que su padre nunca regresaría, que estaba muerto, aunque nadie lo verbalizara, cuando al cabo de unos meses su madre cambió la cama de matrimonio por una individual (llamada aquí cama de solteiro).

Paiva hijo describe con una sensibilidad sobrecogedora cómo su madre, Eunice, que sacó adelante a sus cinco hijos mientras buscaba a su esposo desaparecido y se reinventó como abogada de organismos internacionales y artistas (el Banco Mundial, Gilberto Gil, Sting…) hasta llegar a ser una de las primeras especialistas en derecho indígena de Brasil, va progresivamente hundiéndose en la desmemoria. Hasta el punto de no saber algo tan aparentemente trivial como en qué año vive. Pregunta típica de neurólogos y abogados en las evaluaciones de los pacientes. “Humillada por las conexiones cerebrales (…) nos miró como si estuviera siendo arrastrada por la corriente al vacío del océano, iba a ahogarse, ahogarse en el olvido”.

El autor decidió dejar testimonio escrito del drama familiar cuando la Comisión de la Verdad empezó a desentrañar los horrores aparcados para la Historia por una amplia ley de amnistía. Su madre estaba ya sumida en ese mundo de brumas dominado por los olvidos, un universo en el que todo el conocimiento que una vez atesoró era solo un bla, bla, bla, bla, bla, bla incomprensible, cuando incorporó una nueva frase a su limitado repertorio: “Ainda estou aqui” (Aún estoy aquí).

La señora Paiva educó a sus hijos para que no buscaran revancha —“luchar a favor de la redemocratización era la venganza más eficaz”—, los animó a sonreír ante las adversidades y en las fotos. E, importante, debían interiorizar que no eran tan especiales. “La familia Rubens Paiva no es víctima de la dictadura, el país lo es. El crimen fue contra la humanidad, no contra Rubens Paiva. Teníamos que estar sanos y bronceados para la contraofensiva”, narra el autor.

Su relato para nada resulta gris, está salpicado de momentos leves o luminosos. Emociona la delicadeza y la actitud de colega a colega, de juez a veterana abogada, con la que el funcionario le explica a Eunice, a los 77 años, que ese documento que va a firmar ante sus hijos la incapacita. El autor, Marcelo, el único hijo hombre de la casa, se convirtió así en madre, a efectos prácticos y legales, de su propia madre. (Papel que ella había desempeñado sobre todo a partir del accidente que lo dejó tetrapléjico a los 20 años, materia prima de su primer libro, Feliz Ano Velho, 1982).

Narra con humor que su padre, que creció en una familia rica y entró en política para ayudar a obreros y pobres, estudió junto a sus camaradas en qué embajada refugiarse en caso de necesidad. Eligieron la de Yugoslavia, recién inaugurada y, mejor aún, con piscina. Allá acabó el diputado cesado tras una huida de película con una avioneta y un Volkswagen escarabajo.

El espectacular éxito de la película en la taquilla brasileña le dio una segunda vida a este libro, que saltó a la lista de los más vendidos. La historia de los Paiva se distinguía de otras en que esta vez las víctimas de la dictadura eran una familia burguesa, no unos guerrilleros o unos soldados. Facilitaba la empatía, multiplicó su alcance.

Momento propicio el actual para asomarse al libro o a la película, dictada el pasado septiembre la histórica sentencia que por primera vez ha condenado a unos generales y a un expresidente, Jair Messias Bolsonaro, por urdir un golpe de Estado. Los últimos años ya invitaban a reflexionar sobre el régimen militar. Brasil sigue inmerso en la resaca del ataque perpetrado por una turba bolsonarista contra el corazón de la democracia en Brasilia, en 2023. La segunda democracia más poblada de América acaba de demostrar que los tribunales pueden castigar a quien socava la democracia desde dentro.

El Globo de Oro que la protagonista de Aún estoy aquí, Fernanda Torres, recibió por su interpretación de Eunice fue la antesala del Oscar. Su madre, la legendaria Fernanda Montenegro, aparece fugazmente como la matriarca anciana, ya con Alzheimer. (Sí, este es un país de clanes familiares, sea en las artes, la política…).

Sin restar coraje a las batallas que libraron, el hijo de los Paiva retrata con honestidad tanto a su desaparecido padre —un señor machista, que quería a su esposa en casa esperándole con un whisky con hielo, no trabajando fuera de casa— como a su madre.

“Era práctica, culta, delgada, sensata y adicta al trabajo. Todo lo que no quieres en una madre”, arranca antes de entrar en detalles: “Mi madre me habrá besado cuatro veces en mi vida, me llevó dos veces al cine, a ver películas que ella quería ver: Doctor Zhivago y Lawrence de Arabia. (…) ¿Paseos? Con mis abuelas, mis tías y las madres de mis amigos”. Lo cuenta sin rencor, con una sonrisa y cariño infinito hacia la heroína de la familia.

La repercusión del Oscar trajo a los Paiva otra victoria en la lucha que emprendieron hace medio siglo. Un nuevo certificado de defunción para las víctimas de la dictadura. Corregido. Sin lagunas. “Causa de la muerte de Rubens Beyrodt Paiva: No natural, violenta, causada por el Estado brasileño”.

Aún estoy aquí

Marcelo Rubens Paiva
Shackleton Books, 2025
304 páginas, 22,90 euros

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Sobre la firma

Naiara Galarraga Gortázar
Es corresponsal de EL PAÍS en Brasil. Antes fue subjefa de la sección de Internacional, corresponsal de Migraciones, y enviada especial. Trabajó en las redacciones de Madrid, Bilbao y México. En un intervalo de su carrera en el diario, fue corresponsal en Jerusalén para Cuatro/CNN+. Es licenciada y máster en Periodismo (EL PAÍS/UAM).
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