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TRIBUNA LIBRE
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Los mamotretos son para el verano

Descansar en vacaciones implica muchísimo esfuerzo y la obligación de relajarnos en sí misma puede llegar a ser un agobio, más que leer un tocho de mil páginas

Una mujer lee en la playa de St. Peter-Ording, en el Estado de Schleswig-Holstein (Alemania)
Una mujer lee en la playa de St. Peter-Ording, en el Estado de Schleswig-Holstein (Alemania), el pasado 27 de junio.AXEL HEIMKEN (DPA / AFP / Contacto)

Una amiga nos propuso leer juntas El arco iris de gravedad, de Thomas Pynchon, entre julio y agosto. El libro se entiende solo a ratos y los tiempos verbales, secuencias narrativas y las escenas, fantaseadas o vividas por múltiples personajes, bailotean sin orden aparente a lo largo de 1.000 páginas. Un personaje ha hecho un viaje por los interiores de un váter, en plan Trainspotting. Otro anticipa las bombas alemanas con sus erecciones. Para saber qué estamos leyendo, tenemos una guía de lectura de 500 páginas y un podcast de más de seis horas. Y a veces, ni con esas. Vamos resolviendo dudas en un grupo de WhatsApp y prometemos quedar, pero será ya en septiembre, cuando la gente vuelva a la ciudad. Qué trabajera para leerse un libro mientras fuera caen 40 grados.

¿Qué clase de pulsión autodestructiva nos hace querer esforzarnos en leer las neurosis de Joyce o de Pynchon durante este tiempo, ganado al trabajo?

Sin embargo, sorprendentemente, no somos unos pocos friquis los que se han metido de lleno en lecturas titánicas este verano: el otro día, otra amiga nos confesó que se había puesto por fin a leerse el Quijote. Otra ha empezado con el Ulises y quiere una foto como la de Marilyn. Y he visto un trend en TikTok sobre la Odisea. Los mamotretos son para el verano, ese momento en el que el tiempo parece disponerse por primera vez ante nosotras con relativa tranquilidad. Ante esta breve promesa de tiempo “libre” nos llenamos de intenciones, en una suerte de fin de año oficioso, aunque es probable que el verano acabe antes de que nos demos cuenta y nos encontremos con los tochos sin terminar en septiembre. Leopold Bloom seguirá esperando a que ese reloj dé la hora fatídica y el famoso hidalgo aún andará pensando en volver a sus andanzas. Al fin y al cabo, el verano tampoco es para ponerse metas, ¿qué queremos demostrar? ¿Es que no estamos lo suficientemente cansadas como para ponernos más trabajo en vacaciones? Las imágenes del verano son otras: el césped artificial, las escapadas, el chiringuito. ¿Qué clase de pulsión autodestructiva nos hace querer esforzarnos en leer las neurosis de Joyce o de Pynchon durante este tiempo, ganado al trabajo? ¿Es que no sabemos relajarnos?

Para empezar: no, no sabemos relajarnos. Relajarse implica muchísimo esfuerzo y un gran gasto en resorts hoteleros, refugios de montaña y en suplementos farmacéuticos, porque la obligación de relajarnos en sí misma puede llegar a ser un agobio. El verano estresa a una gran parte de la población: al personal de los centros de salud de zonas turísticas, que no da abasto; a las familias trabajadoras, que tienen que conciliar sus 15 días con los casi 90 de los colegios; a todo el sector obrero de la hostelería…, pero también a las personas que quieren meter en dos semanas un viaje a Vietnam, Laos y Camboya para justificar las cinco horas extra semanales de los 11 meses anteriores. Y ya que el hedonismo pasivo de la hamaca eterna suele quedarse en un anuncio de Ryanair, podemos tomar decisiones sobre nuestro verano que no impliquen una lobotomía buscada con ansiedad. Es del todo inútil pensar que el verano escapa de las lógicas del mercado, que de alguna forma nos liberamos de él al coger dos trenes y un coche de alquiler y una compra en el supermercado y una reserva en un apartamento y un sitio temprano en la playa. Pero, al menos, podemos decidir qué hacer con esa energía, con ese trabajo inevitable. Descansar en vacaciones puede implicar muchísimo cansancio, tanto o más que dedicarle tiempo a un libro gordo y difícil.

Además, hay otro asunto: dedicamos nuestra inteligencia y nuestras energías, lo mejor que tenemos, a la jornada laboral. El agotamiento inevitable no puede suplirse con ese sueño liberal de no descansar nunca, o de la prolongación capitalista del desarrollo personal, como un modo de linkedinización de nuestro tiempo privado. Ya el año pasado, Juan Evaristo Valls Boix defendió aquí la pereza como un modo de resistencia a ese agotamiento productivista extendido sine die. Y ahora me gustaría darle otra forma a ese “deseo de desobediencia”, que es dedicar nuestra inteligencia a otra cosa que no es exactamente el trabajo. No quiero ser ingenuo: el ocio lector no escapa de las lógicas del capitalismo ni es un acto revolucionario. Más bien es una especie de trabajo en el ocio. En los discursos neoliberales, leer se convierte en una tarea de desarrollo personal, en Goodreads también existen los logros de lectura y este artículo, que defiende la lectura desinteresada, es fruto también de un interés y conlleva una transacción. Dedicar nuestra atención a perseguir a Slothrop y sus extrañas erecciones pynchonianas, o luchar para acceder a la profundidad mística de Eunice Odio en El tránsito de fuego puede formar parte de un tipo de trabajo que es evidentemente esforzado, pero también implica una activación de la labor no dirigida a una contrapartida mercantil (o, al menos, no inmediata) y a ponernos por entero al servicio de la reproducción económica. Poner nuestro cerebro ahí, y ponerlo con ganas, es un acto minúsculo de resistencia, y también una demostración de que podemos dedicar nuestra creatividad a espacios que no la cuantifican, aunque sea solo un mes o 15 días al año. Personalmente, no puedo evitar vincular esta defensa de otros modos de vivir el verano con la posibilidad de disfrutar de la resaca una mañana de vacaciones: levantarse algo malo de nada grave, con un dolor de cabeza relativamente moderado y dedicar un día entero a lamentarse y a recordar la noche anterior me parece un extraño don. Poder desaprovechar un día, sin excursiones ni descubrimientos exóticos, se parece más a tardar demasiado en leer un libro imposible que a ese trabajo de vacacionar.

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