‘Un país extranjero’, de Miquel Berga, el pasado emerge de las aguas
En esta mezcla de saga y novela de aventuras, un hombre descubre en Tossa de Mar que su padre fue acogido allí como un niño de la guerra antes de emigrar, y decide rastrear su historia, sepultada bajo un embalse en Mequinenza
Un país extranjero, de Miquel Berga, es un ensayo narrativo que habla de la memoria privada y de la historia del siglo XX, una no ficción fronteriza con la saga, la tragedia y la novela de aventuras. Por un lado, cuenta la historia de una familia: el abuelo, Primitivo Molés, un hombre de izquierdas de la localidad zaragozana de Mequinenza; los hijos, Primitivo y Justo, niños y refugiados durante la Guerra Civil y más tarde emigrantes a Bélgica y Alemania; el nieto, funcionario europeo que compra por azar una casa en el pueblo donde acogieron a su padre. Es también la historia de Nancy y Archie Johnstone, un matrimonio inglés que abrió un hotel frecuentado por artistas en Tossa de Mar, en la Costa Brava, en los años treinta y acabó convirtiéndolo en un establecimiento de acogida de niños durante la guerra.
Él se hizo ciudadano soviético; Nancy se marchó a México, escribió libros, se instaló en Guatemala, viajaba en el coche en el que murió Constancia de la Mora, trató (sin suerte) de recuperar su hotel. Y es también la historia de Mequinenza, un pueblo de la Franja (la parte de Aragón donde se habla catalán, que la contraportada llama extrañamente “la Franja catalano-aragonesa”), y de los alrededores: de las minas y el transporte a lo largo del río Ebro; de la guerra y la represión posterior; del fin del pueblo y de una forma de vida con la construcción del embalse de Ribarroja que sumergió la localidad bajo las aguas en 1967. Mequinenza fue derruida y se hizo al lado un pueblo nuevo. Cuando la empresa inundó el municipio cercano de Fayón, los habitantes tuvieron que usar barcas para salvar sus posesiones.
El país extranjero del título es el pasado: ese lugar donde las cosas se hacen de otra manera, como decía L. P. Hartley
El tema del libro es el impacto de la historia en los protagonistas: algunos sufren la guerra, la prisión y el exilio; las transformaciones energéticas y económicas alteran sus vidas, los empujan a la inmigración, enriquecen o sumergen su pueblo. El país extranjero del título es el pasado: ese lugar donde las cosas se hacen de otra manera, como decía L. P. Hartley; y, a la vez, como escribía Faulkner, el pasado ni siquiera ha pasado.
El gran escritor de la vieja Mequinenza y de su final es Jesús Moncada, con obras como Camino de sirga e Historias de la mano izquierda, y Un país extranjero tiene algo de homenaje. A ratos se lee como un libro escrito a la manera de Sebald (sin su escritura sinuosa) o el Modiano de Dora Bruder (sin su sobriedad notarial), pero situado en el universo de Moncada. También dialoga con otros trabajos de Miquel Berga: sus ediciones de Un hotel en la Costa Brava, de Nancy Johnstone, y de Orwell en España, y su ensayo Cuando la historia te quema las manos. Auden y Orwell entre dos guerras. Está lleno de personajes memorables (Primitivo, “el hombre de la barba”, o su hijo Justo, que a los cuatro años manifiesta “su carácter de aragonés tozudo e irascible” y en su madurez es un referente entre los izquierdistas del pueblo, que admira a José Antonio Labordeta y viaja a Nicaragua para apoyar a los sandinistas en los ochenta), historias apasionantes y detalles brutales o conmovedores.
Un país extranjero
Tusquets, 2024
208 páginas. 20 euros
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