David Goldblatt y Consuelo Kanaga, dos fotógrafos que contaron las injusticias desde la sutilidad
La Fundación Mapfre en Madrid recorre la obra del sudafricano y de la estadounidense, ambos blancos y con una mirada de la discriminación sufrida por la población de raza negra que huyó de lo escabroso
Contar en imágenes cómo viven los marginados, los desfavorecidos, los discriminados, puede hacerse desde la explicitud, enseñando la miseria y la violencia, o puede optarse por otro registro, en el que se les muestre como personas que también sonríen y quieren salir favorecidas en un retrato. Este segundo camino es el que frecuentaron dos figuras de la fotografía del pasado siglo: el sudafricano David Goldblatt, que dedicó gran parte de su obra al régimen racista del apartheid en su país, y la poco conocida Consuelo Kanaga, que se ocupó de la población negra y de los necesitados (casi siempre eran los mismos) en los Estados Unidos. Ambas propuestas, de fotógrafos blancos, pueden verse y compararse en la Fundación Mapfre, en Madrid, hasta el 25 de agosto, dentro de la programación oficial de PHotoEspaña. Además, vienen acompañadas de dos estupendos catálogos.
David Goldblatt (1930-2018), que se inició en la fotografía con solo 18 años, fue el primer fotógrafo sudafricano al que el MoMA dedicó una retrospectiva, en 1998, por su lectura diferente de la segregación racial, en la que “retrató la vida cotidiana de quienes la sufrían”, subrayó una de las dos comisarias de la exposición, Judy Ditner, en la presentación a la prensa. Nieto de judíos lituanos que habían huido de Europa, de adolescente asistió a la llegada al poder del Partido Nacional de Sudáfrica (PN), que instauró el sistema racista en 1948.
“La suya es una mirada indirecta, sutil, que fue criticada por otros colegas”, apuntó la curadora Leslie M. Wilson. “Se llegó incluso a poner en cuestión sus opiniones políticas, pero para él lo importante era mirar al apartheid desde las pequeñas y silenciosas violencias, no en los momentos explosivos”. El propio Goldblatt lo explicaba así: “No sé qué haría si tuviera que fotografiar una escena violenta [...] los acontecimientos en sí no me interesan tanto como las condiciones que conducen a estos acontecimientos”.
Entre lo más destacado de esta exposición, con casi 160 imágenes y cuyo título es Sin segundas intenciones —frase tomada del anuncio que puso Goldblatt en la prensa cuando buscaba personas para retratar— , está su trabajo en explotaciones mineras de oro y platino en su país, en las que las ocupaciones más peligrosas siempre se adjudicaban a personas de raza negra. Goldblatt lo plasmó en la serie On the Mines (1964-1973). Él conocía ese ambiente, había nacido en una ciudad minera, Randfontein, y comenzó su carrera con encargos publicitarios de la mayor empresa sudafricana del sector.
En el recorrido también podemos ver imágenes de músicos callejeros y vendedores ambulantes en Durban, jóvenes de Soweto, trabajadores en sus modestas viviendas, los barrios pobres de Ciudad del Cabo... Son instantáneas en las que aparentemente no sucede nada, ya que él siempre huía de lo escabroso, pero la injusticia estaba latente.
En su trayectoria de casi setenta años —en la que sobresale su libro Some Afrikaners Photographed, de 1975—, igualmente fotografió la arquitectura y los paisajes de Sudáfrica. La muestra, tras haber estado en Chicago y ahora en Madrid, viajará a New Haven (Connecticut), donde está el archivo de este autor.
Ditner reconoció que esta propuesta expositiva es arriesgada, ya que está organizada por temas, no cronológicamente, lo que lleva a combinar, no siempre con acierto, sus imágenes en blanco y negro con las de color, que en ocasiones desconciertan, porque lo mejor de Goldblatt estuvo en las primeras.
Precisamente, cuando se puso fin al apartheid, tras el referéndum de marzo de 1992 (Nelson Mandela llegó a la presidencia en 1994), él siguió confiando en el blanco y negro porque pensaba que reflejaba mejor la dureza de la situacion social. No fue hasta 1999 cuando probó con el color, con un resultado mucho menos impactante.
Tampoco fue siempre comprendida la apuesta fotográfica por la belleza de Consuelo Kanaga, aunque sí dejó más espacio para reseñar la desagradable realidad, como en la imagen titulada Desnutrición, un primer plano de un niño de mirada triste, de 1928. Configurada por casi 180 imágenes que recorren sus seis décadas de trayectoria, la exposición, titulada Atrapar el espíritu, que ya estuvo este año en el KBr Fundación Mapfre de Barcelona, es la primera monográfica en Europa dedicada a esta estadounidense de Oregón. Tras Madrid, la exposición recalará en Nueva York (en el Museo Brooklyn se encuentra gran parte del legado de la autora).
El curador, Drew Sawyer, contó que Consuelo Kanaga (1894-1978) empezó escribiendo textos con solo 21 años para el San Francisco Chronicle —influida por su madre, escritora—, donde aprendió a fotografiar para ilustrar sus propios artículos. Tres años después, en 1918, se convirtió en fotógrafa de plantilla del periódico, una de las primeras fotoperiodistas contratadas. “Una adelantada a su tiempo”, como dijo su amiga la también fotógrafa Dorothea Lange.
Por cierto, Kanaga tómo en 1922 una imagen de una madre con gesto preocupado, rodeada de sus tres hijos, que es inevitable ver como precedente de la celebérrima de Lange de 1936 durante la Gran Depresión. También tuvo amistad con Imogen Cunningham, Tina Modotti y Louise Dahl-Wolfe, entre otras, en las que también influyó. Kanaga es conocida en su país por sus estupendos retratos de afroamericanos, realizados al margen de un trabajo periodístico que se prolongó por tres décadas.
Su imagen más conocida es Ella es árbol de vida, de 1950, tomada en Florida, en la que una mujer posa de pie con gran dignidad acompañada de sus dos hijos. La hizo en uno de sus viajes al sur de EE UU para capturar la expresión de trabajadores y niños negros. Siempre en busca de escenas que reflejaran las desigualdes, escribió: “Estoy harta de ver a hombres y mujeres de color maltratados por blancos estúpidos”.
Sin embargo, aborrecía hacer espectáculo de la pobreza. “Kanaga no tomaba las típicas imágenes documentales, sino retratos directos que incidían en la estética. Era su forma de intentar no perpetuar los estereotipos negativos asociados a esta comunidad”, subrayó Sawyer. Como Goldblatt, sus fotos, en este caso las de la población de Harlem, fueron criticadas por no mostrar el tópico esperable. Ello a pesar de que Kanaga participó en las corrientes fotográficas de carácter progresista en EE UU, como la neoyorquina Photo League, y en el movimiento obrero de fotografía, en San Francisco, para el que tomó imágenes de las protestas de los trabajadores.
La paradoja es que su vida privada limitó su carrera. Casada en tres ocasiones, interrumpió su trabajo para atender la casa y a sus maridos, a los que incluso llegó a mantener gracias a los ingresos por sus retratos a personas adineradas y artistas, en los que se aprecia su gusto por experimentar con los tiempos de exposición.
Con todo, lo peor fue que en las numerosas mudanzas “se perdieron muchos de sus negativos de los años treinta y cuarenta, los de su etapa como fotoperiodista”, lamentó el comisario. Además, a partir de 1950 se fue a vivir con su marido, el pintor Wallace Putnam, a una casa a las afueras de Nueva York. Allí enfocó su cámara a los paisajes y al interior de casas elegantes para reportajes de revistas del hogar. Es uno de los motivos por los que decayó su obra, aunque el comisario apunta más razones: “Su interés por mostrar la belleza de la negritud, no comprendido, y que no hubiera muchas referencias escritas de sus trabajos”. Esta exposición es una estupenda manera de acercarse a su obra.
‘David Goldblatt. Sin segundas intenciones’ y ‘Consuelo Kanaga. Atrapar el espíritu’. Fundación Mapfre. Madrid. Hasta el 25 de agosto.
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