‘Mil ojos esconde la noche’, de Juan Manuel de Prada: la novela antimoderna de un escritor que va a por todas
El autor presenta la primera entrega de una mastodóntica segunda parte de ‘Las máscaras del héroe’, en la que recupera la figura de Fernando Navales, falangista y literato fracasado, un personaje tan despreciable como divertido
Me acuerdo de la primera edición de Las máscaras del héroe en 1996, del impacto de aquel libro intempestivo (ya ven, basta mencionarlo para que se me arcaíce la retórica), y de cómo su eco resonaba en las facultades de Filología Hispánica cuando desembarqué en una de ellas, en 1998, lo que no era extraño, puesto que la antimodernidad estilística de la novela, aplicada a recrear la Edad de Plata de la cultura española (el primer tercio del XX), le iba como anillo al dedo a una academia entonces impermeable a lo contemporáneo (o a todo lo vivo sin artritis) pero, eso sí, mucho menos divertida o feroz que la literatura de Juan Manuel de Prada. Mientras discutíamos si nos gustaba o no la machada vintage que se había marcado el autor, ahí se forjó un extraño clásico de la narrativa española del cambio de siglo. Luego, De Prada protagonizó una trayectoria rara e irregular, sin alcanzar la relevancia de su primera novela. Sin embargo, en la última década había ido emitiendo señales esperanzadoras: cierta capacidad recuperada de incomodar a todos, y no solo a unos, con su catolicismo solitario; el rescate que emprendió de la escritora Elisabeth Mulder; la divertida novela Mirlo blanco, cisne negro, sobre el mundillo editorial…
Y ahora, de pronto, se nos desmarca con una mastodóntica segunda parte de Las máscaras del héroe, titulada Mil ojos esconde la noche, que se publicará en dos entregas. La primera de ellas, ‘La ciudad sin luz’, ya está en librerías, casi 800 páginas que propician nuestro reencuentro con Fernando Navales, falangista y literato fracasado, traidor y trepa, un personaje detestable, sórdido, cruel y, ejem… divertido. Navales es un bravuconísimo narrador en primera persona y el gran hallazgo de los casi 30 años de carrera de su autor. Mil ojos esconde la noche nos lo presenta ejerciendo la mezquindad en el París de 1940 y 1941, en plena II Guerra Mundial, entre nazis, franceses derrotados, franquistas fútiles y republicanos en el fango del exilio. Ya seamos cercanos o lejanos a las ideas y la estética de de Prada, se trata de un anzuelo bien jugoso para muchos lectores.
Siendo este un libro que o lo tomas o lo dejas, yo lo tomo, porque no hay nada más divertido que un escritor sintonizando una frecuencia ajena a la de cualquier otro
El resultado está a la altura de las circunstancias, siempre y cuando establezcamos bien cuáles son esas. La contraportada confeccionada por Espasa (que le dispensa a la novela un soporte físico de best-seller, ya saben, tapa dura, tipografía grande, diseño apto para reposar en los salones elegantes de proctólogos afamados…) afirma que “llevábamos mucho tiempo esperando una obra así”, eslogan que no solo me parece inexacto, sino que, además, malinterpreta el papel que ejerce De Prada en nuestro ecosistema literario. La verdad es que en 2024 nadie espera (o no parece razonable que nadie espere) una obra tan fuera de tiempo, escrita como si no hubiese sucedido nada en la novela universal desde 1950. Y ahí está precisamente su gracia, para quien la tenga (es mi caso): en ser un libro totalmente a su bola en el lenguaje, la ambivalencia moral, las ideas y hasta en el proceso de producción, puesto que De Prada lo ha redactado a mano, algo rastreable tanto en la cadencia como en cierta tendencia a la repetición (de adjetivos, nombres, malicias…) que resulta antiestadística y simpática.
Mil ojos esconde la noche está escrito como Dios… siempre y cuando a usted le divierta entrar en un libro al que le sienta de maravilla ese elogio, claro. Que está escrito como Dios significa que a veces es sublime y otras veces hace piruetas en la cuerda del ridículo (“orgasmos que eran como estaciones de calvario”), pero siempre con una fe alucinógena en lo que está haciendo. Es una novela-española, pero no de las de mesa camilla, sino de las broncas: esperpéntica, tremendista, caricaturesca, rijosa, cruel. Santiago Alba Rico ha escrito ya, en un estupendo artículo, que su tema es el resentimiento, así que yo le daré una vuelta de tuerca al argumento, por no repetirlo con las mismas palabras: digamos que es un gran tapiz acerca del cinismo que pudre toda conciencia herida por el rencor. La atraviesan un montón de personajes reales repugnantes al margen de ideologías (González Ruano, Picasso) y algunos otros, pocos, que nos enternecen (Sagi, sobre todo; o María Casares). Y su apuesta por hacernos escuchar la voz de un ser atroz como Navales es simultáneamente atrevida, desagradable y atractiva, además de que le sienta bien el estilo barroco marca de la casa.
En fin, yo sé perfectamente qué amigos me escribirán hoy recriminándome que me lo haya pasado pipa con la novela, y también qué otros lectores la disfrutarán desde ópticas que no me apetece nada compartir. También sé que tiene sus defectos: la extensión hiperbólica es un capricho; la estructura en forma casi de viñetas, reiterativa; las concesiones cucas a lo comercial, inconfesables; el didactismo ocasional, decepcionante. Pero, siendo este un libro que o lo tomas o lo dejas, yo lo tomo, porque no hay nada más divertido que un escritor sintonizando una frecuencia ajena a la de cualquier otro, sobre todo cuando está tan en forma y va tan a por todas.
Mil ojos esconde la noche. La ciudad sin luz
Espasa, 2024
800 páginas, 24,90 euros
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