‘Los Escorpiones’, de Sara Barquinero: un derroche literario en cantidad y, sobre todo, en ambición
La novela de novelas de la escritora zaragozana llega a las librerías como un acontecimiento, y responde con creces a las expectativas. Narra la historia de una conspiración que nace en la Italia protofascista de 1922 y llega hasta 2025
Por la eficaz campaña previa de un sello entusiasmado con su apuesta; por el lugar que Sara Barquinero (Zaragoza, 1994) ocupa en primera línea de una renovación generacional desbordante; por sus 800 páginas (el fetiche del tocho como indicio de grandeza todavía conserva el poder de hypear al mercado)… Por muchas razones, Los Escorpiones se publica esta semana en halo de acontecimiento, y traigo estupendas noticias: se lo merece. Ya me gustaría a mí desentonar en el tsunami de elogios hiperbólicos que se le viene encima a Barquinero, por aquello de dar que hablar y también porque las santificaciones súbitas suelen activar amenazas futuras tanto para la autora como para quienes sigamos leyéndola o la releamos tras un tiempo. Pero suceden dos cosas. La primera, que creo en el libro hasta aplaudir. La segunda, que convenza o no a cada uno (el consenso, qué destino sospechoso para una obra), su solidez es imposible de obviar. Precisamente por eso, aparte del previsible rendibú crítico viral, Los Escorpiones permite y merece alentar preguntas más amplias.
Empecemos por lo obvio: 800 páginas. Lo sé, lo sé, escribir una novela larguísima antes de cumplir 30 carece de valor por sí mismo, ¿verdad? ¡Oh, todos somos demasiado listos para caer en reclamos tan burdos! Sin embargo, entre usted y yo, seamos sinceros: el derroche muscular de Barquinero es un gesto intrigante, inesperado por inédito entre los miembros de su promoción. De ahí cierto morbo mamotrético… Entonces, te pones a leer y arranca el verdadero derroche. El grosor es lo de menos. Lo de más es que la autora lo exprime para juguetear con múltiples modelos narrativos, viajar en el tiempo y entre continentes (España, Italia, EE UU…), alternar técnicas o voces, y todo ello sin perder casi nunca ni la coherencia estilística ni una arraigada conciencia de época. En términos de oficio, apabulla la madurez. En cuanto al talento, sabíamos de él desde Estaré sola y sin fiesta (Lumen, 2021). No he leído su debut, Terminal (Milenio, 2020): ya tengo deberes.
Sorprende la naturalidad con que Barquinero hace malabares narrativos de mil tipos. Sostiene un relato encajable en la reciente novela española rural durante un centenar de páginas para rematarlo con un tenso crescendo a lo ‘Carrie’
Novela que contiene novelas, Los Escorpiones podría resumirse de muchas maneras, es decir, no hay quien la resuma. Aun así, les ofrezco varios intentos: es la historia de una conspiración que nace en la Italia protofascista de 1922 (un año fundamental para la modernidad, muy bien escogido) y llega hasta 2025. Es una galería de personajes exhaustos, desconcertados, adictos, paranoicos y, de un modo extraño, bellos, con las peripecias de Sara y Thomas como hilo que congrega al resto. Es una genealogía de la cultura del videojuego y sobre todo de internet, con calas en sus orígenes anarcoides, rincones oscuros de la deepweb, foros de aroma noventero y dosmilero, mitologías creepypasta, chats. Es una mirada a la pulsión suicida capaz de indagar en sus posibilidades alegóricas mientras penetra con delicadeza en los conflictos íntimos. Es una hipótesis acerca del sonido como aglutinante totalitario del mundo frente al tópico de la hegemonía de las imágenes (vale, aquí me he decorado un poco, ¡pero la idea es tan sugestiva!). Es, es, es…
Sorprende la naturalidad con que Barquinero hace malabares narrativos de mil tipos. Sostiene un relato encajable en la reciente novela española rural durante un centenar de páginas para rematarlo con un tenso crescendo a lo Carrie (a propósito, ¿soy yo, o se perciben aires de familia con la Sara Mesa de Cicatriz y Un amor?). Escenografía una resultona atmósfera de aristocracia romana de entreguerras que muta en atrocidad carnavalesca filmada por Julia Ducournau. Hay terror a lo Mariana Enriquez pero también a lo Danielewski o B. R. Yeager. Cuando se interna en el thriller de persecución pasacalles, suena a retrato psicológico. Etcétera. Y si tantos ecos y estratos convocasen ante usted el fantasma del pastiche, espántelo de inmediato: Los Escorpiones deslumbra por la precisión de estos ensamblajes, al servicio de un pathos que, pese al tono cerebral o semidistante o narcótico, sabe conmovernos (Luna Miguel ha confesado en Goodreads que el libro “me defendió a mí, de mí misma” durante una depresión, y la creo): tristeza y agotamiento y, de golpe, lealtad agónica.
Por lo demás, la novela introduce varios giros en la conversación literaria que la Gen Z viene manteniendo entre sí y con sus predecesores. Enseguida llama la atención que tanto los epígrafes como el blurb de Elizabeth Duval aludan a Vollmann, Foster Wallace, Pynchon o DeLillo, un linaje posmoderno que llevaba cerca de una década desaparecido en combate como influencia decisiva en voces jóvenes. El resultado es curioso: Barquinero rescata sus paranoias y arborescencias, pero las encaja en una prosa muy distinta. Frente a la digresión o la densidad de aquellos, Los Escorpiones urbaniza la obsesión/locura conspiranoica mediante un estilo ordenado, contenido, menos hipotáctico. Los lectores que forjamos nuestra propia “modernidad” en Submundo o V. al principio podemos sentir el cambio como una pérdida hasta intuir que, en realidad, solo constata su definitivo ingreso en el canon (y el nuestro en la Historia), clásicos lo bastante lejanos para que una narradora rebusque herramientas vigentes en ellos sin atender a dogmas. Y de cara a sus coetáneos, Barquinero amplía el campo de batalla desde la complicidad. Todas las inquietudes de su generación están presentes, la aceleración, las identidades de género, el empequeñecimiento del horizonte, el cuerpo y su doppelgänger virtual… Ocurre que Los Escorpiones sobrepasa tendencias introspectivas, confesionales o de proximidad (sin renunciar a sus fortalezas, sin descartarlas) al integrarlas en una red mayor que conecta edades, períodos, paisajes, imaginaciones verosímiles más allá de la experiencia propia. Quizá reivindica la ficción y la ambición. Quizá, paradójicamente, su papel acabe por parecerse más al de Jonathan Franzen cuando reivindicaba volver a lo mejor de la novela decimonónica y engarzar la literatura exigente con un público renovado. Me muero por descubrir cuál será el impacto real de Los Escorpiones más allá del éxito prácticamente inevitable de 2024.
Los escorpiones
Lumen, 2024
816 páginas, 23,90 euros
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