‘Las niñas del naranjel’, de Gabriela Cabezón Cámara: aventuras en la selva de la Monja Alférez
La autora argentina se adentra en la selva paranaense en una novela inspirada en Catalina de Erauso, que huyó del convento en el que era novicia y se sumó travestida como varón a la Conquista de América bajo el nombre de Antonio
Para la autora argentina Gabriela Cabezón Cámara —finalista en la shortlist del premio Booker Internacional (2020) y del Médicis (2021) por Las aventuras de la China Iron—, los libros se hacen de a capas. Despacio. Se despliega una cosa, después la otra. Se labra cada imagen. Se va puliendo poco a poco. Así, hasta que brille. Una artesana de la lengua. Y del tiempo. Su última obra demoró seis años. Seis años trabajó en la escritura de una novela que parte de un testimonio histórico, para avanzar contra los géneros y contra el antropocentrismo, y atender con poética el llamado de la selva.
Las niñas del naranjel, publicado por Random House en 2023, es una novela inspirada en la legendaria Monja Alférez, quien nació en España como Catalina de Erauso en 1592, huyó del convento San Sebastián el Antiguo en el que era novicia, y se sumó travestida como varón a la Conquista de América, bajo el nombre de Antonio.
Arriero, tendero, soldado, grumete y paje, Antonio empuñó la espada y hundió la daga. Cometió atrocidades y deslealtades a su ejército, y gracias a la Virgen del naranjel logró salvarse de la horca y huir de un cuartel militar con dos niñas guaraníes, famélicas, capturadas por los españoles.
Junto a Michi y Mitãkuña, que esconde como puede entre sus ropas un par de monos que se prenden a sus piernas —Tekaka, el más grande, y Kuaru, el pequeño—, la yegua Orquídea y su potrillo Leche, y la perra Roja que los sigue, se adentra en la selva. La selva paranaense que la propia Cabezón Cámara se animó a explorar en compañía del fotógrafo Emilio White, para detenerse en silencio a ver y oír y oler y sentir a las criaturas que habitan ese paisaje, para luego describir en su libro que la selva es un animal hecho de muchos: “Para atravesarla no es posible andar al modo de las personas; no hay caminos ni líneas rectas, la selva te hace su arcilla, te forma con forma de sí misma y ya vuelas insecto, ya saltas mono, y ya reptas serpiente”.
Sin embargo, Antonio tiene una promesa: escribir una larga carta a su tía, priora del convento del que se escapó siendo novicia, donde le cuente todas sus aventuras. Los 25 años que vivió desde que huyó del claustro, cuando ella misma diseñó el traje de hombre que le abriría las puertas al mundo (“Se me estiró el cuerpo entero, tía, forjáronseme los músculos: era libre. El mundo parecióme al alcance”), pasando por los crímenes que cometió en América, hasta llegar a sus últimos días, ya vuelto prófugo otra vez, ahora atrapado en la selva.
Las niñas del naranjel utiliza la métrica del Siglo de Oro y la rompe. La altera sintácticamente. La premia de presente. Le rinde homenaje en una mezcla de lenguas que van del guaraní —utiliza 18 palabras— a canciones vascas, pasando por los rezos en latín. Incluye también la música propia de la selva y de las criaturas que la habitan (“Los croares. Los rugidos. Los zumbidos. Los trinos”), además de concebirlos como sujetos de experiencia. Creando un mundo hecho de muchos mundos. Poliperspectivo, no unívoco.
Un despliegue literario que parte del fenómeno histórico de la conquista para pensar el extractivismo contemporáneo que acecha a los territorios latinoamericanos. Una historia que narra la destrucción de América, pero también la vida. Cómo las conexiones y el respeto entre seres humanos y animales y su entorno, puede construir redes que se impongan ante la brutalidad. Y logren, tal vez, salvarnos.
Las niñas del naranjel
Random House, 2023
256 páginas. 17,95 euros
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