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Tribuna
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¿Qué demonios es un intelectual en 2024? Lo mismo de siempre

Las redes sociales han modificado la conversación pública de modo que ahora existe un solo canal donde los productos culturales complejos son leídos en clave de obviedades

Fernando Savater, en una imagen de 2016.
Fernando Savater, en una imagen de 2016.Samuel Sánchez

Principios de enero de 2008. Dos etarras son detenidos en Arrasate. Pocos días después surgen fundadas sospechas de que uno de ellos ha sufrido graves torturas a manos de la Guardia Civil. A mediados del mismo mes, Fernando Savater escribe una tribuna en este mismo periódico titulada Lo inaceptable. Es una dura condena de la paliza recibida por el etarra y un encendido alegato contra la justificación instrumental de la tortura. Si la misma tribuna hubiese sido publicada por el mismo autor en 2024, es posible que en las redes sociales le hubieran caído acusaciones de que, al conceder que la Guardia Civil había torturado a un etarra, le estaba haciendo el juego a la propaganda abertzale. Pero hasta donde recuerdo, en 2008 a nadie se le pasó por la cabeza algo así.

Las redes sociales han modificado la conversación pública de una manera de la que quizás no somos aún conscientes. Antes de su advenimiento, existían —simplifico por mor del argumento— dos canales distintos para acceder a la conversación pública. Por un lado, estaba el de los mensajes sencillos y la confrontación política más evidente. Estoy hablando del telediario y de ciertas tertulias. Era el canal de las obviedades. Lo digo sin rastro de desprecio: necesitamos un canal de las obviedades porque la mayor parte del conocimiento ético es mundano. Pero había otro canal. Era el canal de las complejidades y de los “peros”. Tenía lugar en las tribunas de algunos diarios, en algunas revistas y en unos pocos programas de televisión o radio en horarios de mínima audiencia.

Se trataba de dos canales que rara vez se cruzaban. Y que cumplían misiones distintas. Uno mandaba un mensaje inequívoco: el terrorismo es inaceptable. El otro aludía a una complejidad: es inaceptable derrotar al terrorismo con los métodos del terrorismo. Esta separación permitía que una tribuna como la de Savater no pudiera ser interpretada como una concesión al relato abertzale. Pertenecía al canal de las complejidades y nadie que participara de la conversación pública sólo a través del canal de las obviedades se enteraba de su existencia. Ni tampoco, sospecho, de la de Savater.

Con el papel casi hegemónico de las redes sociales entre los menores de 40 años como vía de acceso a la conversación pública, se terminó la coexistencia separada de esos dos canales. Hay un único canal donde reflexiones o ideas pertenecientes al canal de las complejidades son leídas en clave de obviedades. Y así empiezan las confusiones: un artículo de Santiago Alba Rico defendiendo la tradición cultural del beso es interpretado como una extravagancia casposa; una tribuna de Clara Serra señalando ambigüedades del concepto de consentimiento sexual es impugnado por una parte de la izquierda porque gusta a algunos conservadores (que también lo leen en clave de obviedades y, naturalmente, lo entienden del revés). A las personas que se dedican a señalar complejidades se les echa en cara obviedades. Cosa que tiene tanto sentido como decir que la remezcla de sonido de la última novela de J. M. Coetzee es inaceptable.

Todo esto me hace pensar en una pregunta. ¿Qué demonios es un intelectual público en 2024? Y me digo que es lo mismo de siempre: alguien que pone “peros” en público a los suyos. O sea, un aguafiestas. No es lo único que hace, pero un intelectual público tiene la obligación de embarrar la conciencia de los suyos con “peros”. (Interludio savateriano: quizás aquella tribuna de 2008 fue una de las últimas veces en que Savater fue aguafiestas en su propio guateque; después, cambió de jolgorio, disfrutó del caviar maniqueo de sus anfitriones y procuró que esa nueva fiesta, como París, no se terminara nunca.)

Yo creo que el troleo, los memes y los insultos, que es lo que más generan las redes sociales, no son crítica desde abajo ni desde ningún lado

Un “pero” siempre anuncia una complejidad. Y no hay mayor objeto de mofa y rechazo en redes sociales que alguien de los tuyos que osa invocar un “pero”. Ante esto, lo normal –porque no hay obligación moral de ser fuertes, diga lo que diga el siniestro Jordan Peterson– es que quienes quieran señalar complejidades se terminen inhibiendo. Todo esto carecería de importancia si existiera otro lugar donde el reproche a quien señala complejidades fuera hecho en clave de complejidades. Ese lugar no existe.

Desde luego no estoy diciendo que cuando los dos canales estaban separados las cosas fueran más democráticas. Lo que estoy diciendo es que convertirlo todo en un canal de obviedades es confundir el valor igualitario de la democracia con el valor igualitario de los likes. Otra variante de la supuesta democratización que implicarían las redes sociales es que ahora, a diferencia de antes, quienes escriben tribunas estarían expuestos a la crítica desde abajo. Qué quieren que les diga, yo creo que el troleo, los memes y los insultos no son crítica desde abajo ni desde ningún lado. Sencillamente son otra cosa (a ratos francamente divertida). Por otra parte, la idea de que los de abajo se expresan a través del meme, el troleo y el insulto es una idea involuntaria pero terriblemente clasista.

Así están las cosas. Antes, el medio en que aparecía una contribución a la conversación pública era un indicador fiable para entender a través de qué canal te estaban interpelando. Ahora todo es más difuso y uno mismo tiene que hacer un esfuerzo para entender si quien me habla lo hace en clave de complejidades o de obviedades. No es un drama. Sólo es más barroco. Pero ese esfuerzo es imprescindible porque los aguafiestas son imprescindibles.


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