‘La sangre del padre’, la novela de Alfonso Goizueta finalista del Planeta, es un compendio de lugares comunes
El autor domina los recursos para enganchar a buena parte de los lectores, pero fundamenta su relato tan solo en fuentes griegas: ni Darío III fue un tirano, ni el rey macedonio un paladín de la democracia
Decía Goethe que todo ser en el que culmina una especie ya no pertenece a ella. En Alejandro Magno culminó el mundo clásico, pero en su espíritu latía ya el helenístico. Decía Virgilio que la Fortuna favorece a los audaces. Alejandro lo fue, dominado siempre por póthos, el anhelo vehemente que lo lanzó a la conquista de Oriente. Muchos han sido los Alejandros desde la antigüedad: el de Quinto Curcio o el de Arriano de Nicomedia, el de Plutarco o el del Pseudo-Calístenes, el de Johann Gustav Droysen o el de Robin Lane Fox El talante del héroe macedonio, sus atributos excepcionales como hombre de acción y sus hechos memorables son sin duda un fértil semillero de potenciales tramas para una novela histórica. Audaz o temerario se ha de ser para escribir una nueva novela que compita con las de Klaus Mann, Mary Renault, Gisbert Haefs o Valerio Massimo Manfredi.
Ya antes, Alfonso Goizueta demostró su ambición al transitar por el mundo clásico con Corazón de deidades, supuestamente la novela definitiva sobre la mitología. Quizás los griegos verían en ello un acto de hýbris (soberbia y desmesura), quizás ahora un anhelo vehemente el escribir una novela épica y colosal sobre el hombre que quiso salvar a los pueblos de la tiranía en aras de la libertad. El reclamo no es baladí, pero sí sospechoso viniendo de un joven en el espectro de cierta derecha que lo mismo duda del cambio climático que ironiza sobre el revisionismo histórico de la cultura woke. ¿Qué implica todo ello?
Goizueta muestra a persas y orientales como a esclavos gobernados por la molicie de déspotas cobardes y afeminados, eunucos y concubinas
Goizueta recurre a un sinfín de clichés sobre Oriente —lo que Said denominó orientalismo—, consistente en mostrar a persas y orientales como a esclavos gobernados por la molicie de déspotas cobardes y afeminados, eunucos y concubinas. Que los persas fueron un pueblo más cercano a la barbarie que a la civilización no es nada nuevo y una exégesis de lugares comunes nos mostraría cómo una larga tradición, desde los griegos de la antigüedad hasta hoy, se ha empeñado en representar a esa alteridad a partir de lo que vemos a través del ojo de la cerradura del harén, como el Pérez Reverte que ve como defensores de la libertad en aquellos griegos repartiendo hostias a los bárbaros.
Hay que reconocer que Goizueta domina los recursos para enganchar a buena parte de lectores de novela histórica: batallas épicas, conjuras palaciegas, amores pasionales, reinas intrigantes, madres tóxicas… Le gusta repetir que su novela se basa en un estudio riguroso. Lo que nunca dice es que fundamenta su relato tan solo en fuentes griegas, campeones de la libertad y la civilización que evitaron que Europa estuviera poblada de minaretes. Para no ofrecer un relato tan sesgado, quizás habría estado bien documentarse un poco más en esa historiografía revisionista y woke que tanto gusta ridiculizar. Hubiese sido suficiente tan solo la de Amélie Kuhrt —formada en el King’s College como él—. Se compensaría tanto helenocentrismo y supremacismo, se sabría que ni Darío III fue un tirano o un usurpador, ni Alejandro un paladín de la democracia —que se lo digan a Demóstenes— que solo se corrompió al adentrarse en Oriente.
Desde la antigüedad, los juicios sobre Alejandro han sido vehementes y controvertidos. Para unos fue el más genial conquistador; para otros un visionario ensoñador, un déspota caprichoso, el constructor de un castillo de naipes. La historiografía ha desmitificado al genio, la novela histórica ha avivado el mito. No podemos negar que la novela de Goizueta funciona y que puede competir dignamente con otras muchas sobre Alejandro. Se engaña al lector, sin embargo, cuando se dice que el historiador celoso comprobará que las fuentes se siguen rigurosamente. Seguro que es un prejuicio de historiador, pero tiemblo frente a los profanos que se declaran apasionados del mundo antiguo y analizan la historia para resaltar a sus verdaderos protectores.
La sangre del padre
Planeta, 2023
608 páginas. 22,90 euros
Finalista Premio Planeta 2023
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