Pilar Bonet vuelve a Rusia para explicar las claves del conflicto ucraniano
La corresponsal elabora una gran crónica para comprender la guerra gracias a su conocimiento de la política del Kremlin y los constantes viajes a la región
Antes de que Mario Vargas Llosa recomendara vivamente en su Piedra de Toque la lectura del más reciente libro de Pilar Bonet, había comenzado yo a sumergirme en sus páginas, atraído por el impecable y profesional manejo de la información de que siempre ha hecho gala la autora. Pilar ha sido y es, sin duda alguna, la mejor corresponsal española en lo que fue la Unión Soviética, pero no solo eso. Sus análisis y comentarios reclaman desde hace años la atención de instituciones internacionales y centros de investigación de la geopolítica mundial. Su peculiar sentido de la orientación en medio del torbellino generado por la caída del imperio soviético se debe en gran medida a su empatía y capacidad de diálogo con el entorno social de los países sobre los que escribe, y su habilidad para generar confianza en sus interlocutores, sean funcionarios del poder o rebeldes contra el mismo. Es a ojos vista una enamorada de Rusia, cuya lengua domina de forma admirable, lo que le permite conocer y comprender su historia sin atavismos ni prejuicios intelectuales. También emitir sus críticas desde una independencia insobornable. En Náufragos del imperio nos ofrece una descripción del conflicto ucraniano que combina el rigor intelectual con el lamento y la preocupación por el futuro.
La obra se inicia con una breve introducción que define sucintamente el origen de la actual guerra entre dos países eslavos y vecinos: uno trata de “restablecer una identidad idealizada y el otro forjar su identidad de futuro”. Pero “con la anexión de Crimea y el apoyo a los secesionistas del este de Ucrania, Rusia rompió con el sistema de relaciones internacionales sobre el que había basado casi un cuarto de siglo de su historia postsoviética”. El libro es así en gran medida una crónica de los acontecimientos, pero lo mejor de él son las notas tomadas a vuela pluma por Bonet durante sus repetidos viajes a Ucrania antes y después de la anexión de Crimea por Moscú. En esa especie de diario de bitácora, la periodista anota conversaciones, circunstancias y reflexiones que iluminan la realidad con el rigor de los datos, sin desmerecer la pasión literaria.
Desde el inicio la autora condena sin ambages la invasión ordenada por Putin pero de sus conversaciones en los lugares de la guerra se desprende la realidad cambiante del enfrentamiento civil en Crimea y en el Donbás, lo que ilustra los argumentos del país agresor y permite entender los motivos de algunas de sus decisiones. Comprender no es justificar la brutalidad ni los objetivos del agresor, sino desentrañar los razonamientos del enemigo para así poder vencerlo o negociar exitosamente con él una paz justa. Merecen señalarse los diálogos con un oficial de los servicios secretos en Crimea, oriundo de la misma península. Asegura que antes de la anexión la gente “hacía lo que le daba la gana… Rusia ha traído orden a Crimea y ha evitado que la atacaran… aunque mucha gente aquí no quiere a Putin”. Es además interesante el relato sobre las dudas de Moscú a la hora de implicarse más de lo debido en la guerra civil del Donbás cuando apenas había comenzado a integrar a la propia Crimea en la Federación. El tira y afloja entre los rebeldes contra Kiev y las autoridades rusas moscovitas se saldó finalmente con el inicio de la guerra. “A los separatistas, que llevaban años implorando el amor de Moscú, les llegaba la hora de sus sueños. Por fin iban a ser reconocidos como hijos de la Madre Rusia”. El precio a pagar fue la marcha de cientos de adolescentes de la región a un combate despiadado “con la sola misión de matar o morir”.
En definitiva, estamos ante una obra admirable en la que solo echo a faltar una interpretación más detallada de los sucesos del Euromaidán y la eventual implicación de la CIA en la revuelta. No faltan lúcidas aproximaciones al papel de los oligarcas en el proceso, corruptos todos ellos, tanto los defensores de la democracia como los partidarios de Moscú; y de la iglesia ortodoxa, tan beligerante en las contiendas civiles como históricamente lo fue la católica en España, con su apoyo a Franco, pero también sus complicidades con el separatismo vasco y catalán.
El resumen de la situación lo expresa Enrique Menéndez, nieto de un exiliado de la guerra civil española y partidario de la unidad de Ucrania. “Los ucranianos creen que el mundo ha de ayudarlos porque tienen la razón… mientras que los rusos no buscan compasión porque piensan que están solos frente al mundo”. Por lo demás la perspicacia de Pilar le permite interpretar, tan pronto como en abril de 2014, que “esta crisis podría ser el comienzo de una terrible guerra civil o quién sabe si de la Tercera Guerra Mundial. La desintegración de la Unión Soviética no ha concluido aún.” Cuando todo esto fue escrito y dialogado todavía los terroristas de Hamás no habían perpetrado su reciente barbarie en tierras de Israel. Ucrania y Gaza epitomizan ahora el riesgo de un naufragio global. Ojalá no tengamos de nuevo que entonar el bíblico canto: “Muerte, ¿dónde está tu victoria?”.
Náufragos del imperio. Apuntes fronterizos
Galaxia Gutenberg
280 páginas. 21 euros
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