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Elon Musk, el guardián de la mazmorra

La biografía de Walter Isaacson del hombre más rico del mundo, impulsor de los viajes privados al espacio, es un retrato psicológico de un emprendedor que se describe a sí mismo como un bipolar de catálogo

Elon Musk
Elon Musk, en una conferencia de prensa en Boca Chica (Texas) en febrero de 2022.JIM WATSON (AFP / Getty Images)
Juan Luis Cebrián

Hans Asperger fue un pediatra y psiquiatra austriaco cuyo apellido ha dado nombre a una clase de autismo temprano que él describió a mediados del pasado siglo. Las enciclopedias y los estudiosos describen sus síntomas como una incapacidad para la interacción social y una notable ausencia de empatía por parte de quienes lo padecen. Esas serían las dificultades con las que tienen que aprender a convivir. El lado positivo del asunto, según estudios recientes, es que muchos de ellos sobresalen por sus capacidades creativas hasta el punto de que el propio Asperger llegó a asegurar que “se requiere un chorrito de autismo para el éxito en la ciencia o el arte”.

Eso mismo debe pensar Walter Isaacson, historiador y periodista que ha dado a luz excelentes biografías de Albert Einstein y Steve Jobs, amén de un fascinante libro sobre Leonardo da Vinci y su tiempo. Los dos primeros aparecen en todas las listas de genios universales que padecieron algún tipo de autismo, y si no lo hace Leonardo es quizá porque en su tiempo el síndrome no se había descrito.

La última aportación de Isaacson al género es el relato biográfico de Elon Musk, el hombre más rico del mundo y uno de los más controvertidos innovadores de la civilización digital. El autor ha convivido con él durante dos años, ha conversado con sus familiares y allegados, con sus confidentes y colaboradores, muchos de ellos despedidos brutalmente por el propio Musk, y ha acumulado horas, días y semanas de diálogo con el protagonista de la historia. El resultado es un volumen de 700 páginas, suficientes para describir los complicados perfiles psicológicos del protagonista e iluminar a un tiempo sus considerables aportaciones a la innovación científica y empresarial. Consciente quizás del tamaño del mamotreto, ha tenido la habilidad de dividir el texto en 95 breves capítulos, ilustrados la mayoría con fotos del protagonista y su entorno, lo que facilita la tarea al lector asustadizo.

Aunque el relato sigue un riguroso orden cronológico, no faltará quien se tome la licencia de buscar un sistema alternativo en busca de los episodios más afines con sus intereses, sean estos la conquista del espacio, el desarrollo del coche eléctrico, la ofensiva sobre Twitter o el retrato psicológico de quien siendo un triunfador, como Musk, parece a ratos buscar su autodestrucción. Pero quien aspire a comprender la nueva civilización digital y pretenda desarrollarla o combatirla según sus particulares obsesiones, encontrará en la historia hechos y reflexiones casi imprescindibles. Cualquiera que sea su juicio sobre los hechos que se narran, es fácil prometer que no se aburrirá.

A los 24 años fundó con su hermano una ‘start-up’ que cuatro más tarde se vendió por 307 millones de dólares


La mayoría de los padres fundadores de esta nueva civilización, basada como las anteriores en la innovación tecnológica, ha llevado a cabo sus experimentos al margen del orden científico establecido. Muchos de ellos no acabaron sus estudios universitarios o lo hicieron solo de forma tardía y no tanto por la voluntad de aprender como por un criterio quizás trasnochado respecto al prestigio social que otorga un diploma. Aunque se graduó en Matemáticas y Física en la Universidad de Pensilvania, en cierta medida Musk no es una excepción a la regla. Su impulso inicial nace tempranamente del ensueño de enviar seres humanos a Marte a fin de construir una civilización multiplanetaria antes de que la destrucción de la Tierra, víctima de la superpoblación y el apocalipsis climático, acabe con la humanidad. Nacido en Sudáfrica en el seno de una familia desestructurada, víctima de la violencia paterna y prisionero virtual de su asperger, emigró a los 17 años a Canadá, donde comenzó a alternar sus estudios en la Universidad de Queens con su cooperación en diversos grupos de investigación y estrategia empresarial. Pero su inspiración se alimentaba compulsivamente durante horas encerrado en su dormitorio, donde alternaba ejercicios de computación con los videojuegos y los juegos de rol. Al mismo tiempo, descubrió que el dinero “no es más que una entrada en una base de datos”, criterio que parece haberle acompañado toda la vida.

Vio por primera vez una computadora a sus 11 años. A los 24 fundó con su hermano Kimbal una start-up que apenas cuatro años más tarde se vendió por 307 millones de dólares. “Mi cuenta bancaria”, dice en el libro, “pasó de unos 5.000 dólares a 22 millones”. De ellos regaló uno a su madre y se compró por idéntico precio un deportivo McLaren. Dando botes de alegría exclamó al recibirlo: “Hace tres años me duchaba en la Asociación Cristiana de Jóvenes YMCA y dormía en el suelo de la oficina, y ahora tengo un automóvil de un millón”. Acabó destruyéndolo por pisar demasiado a fondo.

Suele actuar como el macho alfa de sus empresas, pero cae a veces de repente en conductas casi infantiles

Isaacson lleva a cabo una formidable descripción psicológica del individuo, que según propia confesión es un bipolar de catálogo. Sus exmujeres explican que convivir con él significa sumergirse en una eterna discusión. Acostumbra a actuar como el macho alfa de las organizaciones que dirige, pero al tiempo cae de repente en comportamientos casi tiernos e infantiles. Pieter Thiel, su socio en PayPal, se quedó sorprendido cuando Elon le hizo reclamos sobre sus aspiraciones profesionales como una “cuestión de honor” para él. Thiel comentaría más tarde que su comportamiento era muy dramático. “En Silicon Valley la gente no suele emplear un registro tan superheroico, tan homérico”.

Ese superhéroe, el amo de la mazmorra en el juego de dragones que adoró Elon desde temprano, logró convencer al Gobierno de Estados Unidos de que las empresas privadas serían más eficientes que la ­Nasa en la carrera espacial; es el primer fabricante de automóviles eléctricos del mundo, cuya empresa vale tanto como las tres o cuatro siguientes competidoras suyas, y no dudó en despedir de un día para otro al 75% de la plantilla de Twitter (hoy X), con el objetivo de perseguir la rentabilidad de la red social en cuya compra perdió miles de millones. Amado y odiado a un tiempo, parece disfrutar de su impredecible comportamiento. Adicto a la ciencia ficción, parece víctima de algún tipo de trastorno obsesivo y compulsivo. Se acaba de mudar a Austin (Texas) después de un peregrinar permanente: de Sudáfrica a Canadá; luego Pensilvania, Silicon Valley, las islas del Pacífico y Los Ángeles, para acabar de momento donde los defensores de El Álamo. Contra su disfrute del riesgo, ahora se suma a los de pronto precavidos pioneros de la civilización digital. Anuncian los peligros de la inteligencia artificial al tiempo que defienden la circulación de los coches sin conductor. Ni Julio Verne hubiera imaginado un protagonista tan atractivo y contradictorio para sus novelas.

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