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¡Que vienen los rusos!

José M. Faraldo enmarca la rusofobia presente y pasada en que todos somos víctimas de la mentira, el silencio y la propaganda de los países contendientes en Ucrania, sus amigos y sus aliados

Labores de desmontaje en mayo de 2022 de 'Guerra y paz en el arte ruso'. Se trata de la última exposición con obras del Museo Estatal de San Petersburgo en el Museo Ruso de Málaga, que, tras la invasión de Ucrania, programa muestras con fondos privados. Fotos facilitadas por el Ayuntamiento de Málaga.
Labores de desmontaje en mayo de 2022 de 'Guerra y paz en el arte ruso'. Se trata de la última exposición con obras del Museo Estatal de San Petersburgo en el Museo Ruso de Málaga, que, tras la invasión de Ucrania, programa muestras con fondos privados. Fotos facilitadas por el Ayuntamiento de Málaga.JAVIER RAMIREZ
Juan Luis Cebrián

La guerra de Ucrania inaugurada por la invasión rusa en 2022 ya había empezado antes. No ha sido el odio, sino un plan, quien la ha iniciado”. Esta cita de José M. Faraldo me parece un buen introito para el debate, inexistente en la mayoría de los medios occidentales, sobre la citada contienda y las amenazas que conlleva para el futuro del mundo.

Acabo de terminar de leer dos ensayos históricos sobre Rusia con idéntico título: Rusofobia. El de Faraldo, sin duda uno de los autores españoles más documentados sobre aquel país, y otro, publicado en 2018, firmado por Robert Charvin, profesor emérito en la Universidad de Niza, donde es decano honorario de la Facultad de Derecho y Ciencias Económicas. A ellos se agregó después la publicación de un ensayo que algunos tildan casi de panfletario bajo el título de ¡Rusia es culpable!, escrito por el ecologista, activista y profesor jubilado de la Universidad Politécnica de Madrid Pedro Costa Morata. Quiso la casualidad que estuviera yo coronando la lectura de estos envíos cuando llegó la noticia de la muerte de Hélène Carrère d’Encausse, presidenta de la Académie Française y con toda probabilidad la más reputada analista occidental de la historia rusa, desde los zares a la Unión Soviética, experta en los acontecimientos derivados en la región tras la caída del muro de Berlín. De modo que en medio de la propaganda y la desinformación reinante sobre la actual guerra europea, tuve la oportunidad, al alcance de cualquiera, de procurarme algunas reflexiones.

Gran parte de la historia de nuestro continente se explica por la persistencia de los rusos de querer ser apreciados como europeos y la renuencia de los intelectuales y dirigentes sociales de Occidente a reconocerlos como tal

Si las guerras, como dice Faraldo, suelen ser fruto de un plan y no del odio, por muchas emociones de ese género que luego acaben despertando, cabría preguntarse cuál o cuáles fueron los proyectos diseñados para emprender la actual catástrofe de Ucrania. Divergentes como son las opiniones de los autores citados, coinciden en general en una constatación: gran parte de la historia de nuestro continente se explica por la persistencia de los rusos de querer ser apreciados como europeos y la renuencia de los intelectuales y dirigentes sociales de Occidente a reconocerlos como tal. Esta circunstancia es la que habría llevado a la creación del término rusofobia, como una enfermedad y un delito social que algunos comparan, en mi opinión de forma excesiva, con el antisemitismo o el antiislamismo. Que la rusofobia existe parece un hecho demostrado, pero mientras Faraldo estima que la valoración de lo ruso no ha sido siempre negativa en el resto de Europa, Charvin no puede “sino constatar la importante continuidad del rechazo que Occidente muestra por la Rusia ‘presoviética’, ‘soviética’ y ‘postsoviética’… El objetivo es desacreditar a Rusia… y promover tanto la disolución de sus alianzas como la implosión de su propia sociedad civil”. Esta sola cita pone de relieve que, al margen de la existencia de la rusofobia, también hay muestras actuales de una indiscriminada rusofilia que, si no llega a defender las políticas de Putin, ni mucho menos la invasión de Ucrania, trata de entender sus causas, entre las que estaría una deliberada disposición occidental a mantener el poder unipolar de Estados Unidos. Sobre estos argumentos que a veces recuerdan nuestras polémicas internas respecto a la leyenda negra española, se ha edificado a lo largo de los siglos una historia de sufrimientos y ofensas interminables en el corazón de Europa.

Faraldo asegura que “es evidente que Rusia ha percibido las políticas de ampliación de la OTAN y de promoción de la democracia liberal en los Estados postsoviéticos como una amenaza directa a su seguridad y su soberanía”. Algo ha debido pasar, añade, para que después de mantener durante años una relación de socio preferente con la Federación Rusa, la propia OTAN se haya convertido en el sostén fundamental del esfuerzo de guerra de Ucrania, “país que ni siquiera era miembro de la Alianza”. Lo que verdaderamente ha pasado es conocido y en el libro de Charvin se describe con una rudeza rayana en la demagogia. Somos víctimas, según él, de la sumisión europea a los dictados de Estados Unidos y de la repetida política americana de mantenerse como gendarme de la historia.

El seguidismo a las exigencias de los nacionalismos lingüísticos, con desprecio a los derechos de los hablantes en su lengua materna, es una de las lacras que asolan la convivencia europea desde hace más de 100 años

Que tras la invasión rusa de Ucrania se registraron brotes significativos de rusofobia en Europa es un hecho conocido. Se tomaron represalias de dudosa legalidad contra los millonarios amigos de Putin, muchos de ellos con pasaportes y nacionalidad de países europeos o de Israel, se vetaron actuaciones de cantantes y directores de orquesta rusos y se eliminó a representantes rusos de algunas competencias deportivas. Otras manifestaciones de ese género fueron antes consecuencia del desplome de la Unión Soviética y la apresurada independencia de los países bálticos. Charvin pone de relieve la insensata y antidemocrática política letona de discriminación a sus minorías rusohablantes, que constituyen el 28% de la población del país. Faraldo opina que dicha discriminación en los países bálticos es inaceptable y reconoce la incapacidad de la Unión Europea para evitarla, pero según él desaparece repentinamente con el aprendizaje de los idiomas locales, “dominantes desde la independencia”. Se aventura además a comparar la situación con las políticas de inmersión lingüística en Cataluña y el País Vasco. Semejante seguidismo a las exigencias de los nacionalismos lingüísticos, con desprecio a los derechos de los hablantes en su lengua materna, es una de las lacras que asolan la convivencia europea desde hace más de 100 años y de la que la actual situación española es víctima y testigo.

Las opiniones de Charvin, basadas en hechos ciertos, acaban siendo destruidas por su demagogia, y las de Faraldo por un cierto aroma narrativo acorde con lo políticamente correcto. Pero sus libros merecen la atención del eminente matemático que dirige la acción exterior europea como si la geopolítica fuera el resultado de una ecuación de segundo grado. Porque a la moderación de Faraldo y la desmesura de Charvin los une la convicción de que todos somos víctimas del recurso a la mentira, el silencio, el secreto y la propaganda de los países contendientes, el agresor y el agredido, sus amigos y sus aliados. Y el lamento por la evanescencia del pensamiento crítico en las sociedades del bienestar.

Portada de ‘Rusofobia. Ensayo sobre prejuicios y propaganda’, de José M. Faraldo.

Rusofobia. Ensayo sobre prejuicios y propaganda

José M. Faraldo
Libros de la Catarata, 2023
128 páginas. 13 euros
Portada de 'Rusofobia. ¿Hacia una nueva guerra fría?', de Robert Charvin.

Rusofobia. ¿Hacia una nueva guerra fría?

Robert Charvin
Traducción de A. Anfruns, Yurinis Prieto, Rocío Anguiano y Manuel Colinas Balbona
Investig'Action / El Viejo Topo, 2018
196 páginas. 15 euros
Portada de '¡Rusia es culpable!', de Pedro Costa Morata.

¡Rusia es culpable!

Pedro Costa Morata
El Viejo Topo, 2023
322 páginas. 22 euros

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