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‘Lecciones’: Ian McEwan en su máximo esplendor

El autor británico vuelve a deslumbrar con una novela en la que retrata a un individuo desde diversas perspectivas con la historia del siglo XX de fondo

El escritor inglés Ian McEwan, en Estocolmo en febrero pasado.
El escritor inglés Ian McEwan, en Estocolmo en febrero pasado.Fredrik Sandberg (TT News Agency

En más de un sentido el germen de esta prodigiosa novela de Ian McEwan es el epígrafe con el que inicia su andadura, “Primero sentimos. Luego caemos”, espigado del Finnegans Wake de Joyce. Presagia los claroscuros de la vida que despliega ante el lector y el desengaño que llegará sin remisión, y marca su talante inequívocamente literario.

Al desdichado Roland Baines le es dado aprender que ningún amor es perdurable, que no conviene ser el inocente y que al placer del viajero de la vida hay que sumarle el dolor. Fue acosado por la señorita Miriam Cornell cuando estudiaba piano en el internado y, con el tiempo, quedó persuadido de que su atracción fatal nacía en buena medida del trastorno que la desquiciaba. A ese trauma infantil que arrastrará toda su vida (el recuerdo indeleble de una profesora, como en Elizabeth Finch, de Barnes) le suma más tarde el desvalimiento que un día aciago le produce el abandono del hogar de su esposa alemana, Alissa Eberhardt, que dice haber estado viviendo una vida equivocada y que, sin más, se marcha para tratar de cumplir su deseo de escribir una novela. Se derrumba entonces la vida de Roland, su sentido queda en entredicho y la lógica interna del discurso de su existencia se quiebra en mil pedazos como una delicada pieza de porcelana. Una vez más en la narrativa de McEwan, la vida cotidiana alterada por una disrupción y convertida en una suerte de enigma que el protagonista deberá ir resolviendo conforme afronta las contingencias que toda vida presenta.

A la hora de reconstruir para entender, de recordar para tratar de razonar y evitar así la desoladora idea de que el sentido de la vida no es sino aleatorio, la memoria de Roland adquiere protagonismo y la novela deviene entonces el recuerdo de toda una vida, memorias de un personaje que le guiña un ojo a su creador —con el que comparte edad, disfunciones familiares y un puñado de datos biográficos que el lector curioso descubrirá con gusto en esta novela de tintes autobiográficos— y la historia del mundo desde los años cincuenta: la sordidez del telón de acero, los misiles de Cuba, la caída del muro, la pesadilla de Chernóbil, el error del Brexit y la distópica pandemia. McEwan a sus anchas retratando otra vez a un individuo en varios encuadres y conforme discurre la convulsa historia colectiva. “En la vida no habría que reconocer demasiadas derrotas”, piensa McEwan, pero dice Roland, un tipo vulnerable que no comprende su vida, que precisa unas instrucciones de uso que no encuentra, que busca consuelo inútil en el amor y la poesía y cuya indolencia ante las fortuitas vicisitudes de la existencia le hace suscribir aquella idea del poeta Robert Frost de que lo que se aprende de la vida se resume en que continúa.

La novela deviene también en la historia del mundo desde los años cincuenta: la sordidez del telón de acero, los misiles de Cuba, la caída del muro, la pesadilla de Chernóbil, el error del Brexit y la distópica pandemia

Y sí, Lecciones es una novela que juega con la literatura y se alimenta de ella. Alissa desea ser escritora como Briony Tallis en Expiación, ¡y su novela El viaje la eleva a la altura de Günter Grass!; Roland decidió en vano durante el confinamiento llevar a cabo la proeza de “leer a Proust de cabo a rabo” y la de leer El hombre sin atributos, de Musil, en alemán; con impagable ironía escribe sobre el Premio Booker (“un montón de tímidas mediocridades al servicio de los tiempos”) y el talento “de verdad” de John Banville, Will Self y otros colegas de profesión; deja ir algún estupendo comentario de teoría literaria como “la autoconsciencia era la muerte de un cuaderno”; la poesía de Byron y de Robert Lowell (al que utiliza para condenar el plagio y reanudar la bizantina discusión sobre ética y calidad artística, “¿somos más tolerantes cuanto más grande es el arte?) merodean por el texto como Camus o La educación sentimental, de Flaubert, que se menciona porque la novela versa sobre la de Roland y porque el narrador se divierte convirtiendo a Mme. Cornell en Mme. Bovary; la broma del saqueo de las literaturas del mundo en busca de obras libres de derechos; el divertimento de inventarse la reseña en el Frankfurter Allgemeine Zeitung de una novela de su esposa; un ejemplar de Rebelión en la granja, de Orwell, con la cubierta de una novela de Dickens y así franquear el Checkpoint Charlie; alusiones a la dichosa ansiedad de la influencia (”le preocupaba que su poema le debiera más de la cuenta a Castigo de Seamus Heaney”); la construcción de cánones alternativos del modernism; se divierte hablando del oficio —los escritores “deben contemplar el abismo y contarle al mundo lo que había allí abajo”—; como en Expiación, se cita a Woolf sin desperdicio, y Aldous Huxley o Forster acuden también a esta fiesta de la literatura anglosajona que también es Lecciones y de la que un invitado de honor es sin duda Joyce, al que McEwan rinde homenaje escribiendo un soberbio pastiche del collage verbal o la polifonía que el irlandés ejercita en varios capítulos de Ulises.

McEwan se permite hasta el lujo de reñir a “los editores literarios” que “encargaban a novelistas en lugar de a críticos reseñar el trabajo de otros escritores”. Lo sublime y lo grotesco, el empleo de la lengua de Goethe afirmando el cosmopolitismo propio de su narrativa, el sexo y la muerte tras el agónico deterioro por enfermedad, como en Ams­terdam, desorden y supervivencia, el universo entero de McEwan en 500 páginas de sabiduría que incitan al divino acto de leer.

Su arquitectura magistral, su dominio del tiempo narrativo, tantas son sus virtudes que se nos antoja ardua la tarea de tratar de argumentar que esta no es una de las mejores obras de su autor, que con Lecciones supera con creces los felices experimentos con la fantasía, la ciencia-ficción y la fábula política de Cáscara de nuez, Máquinas como yo y La cucaracha y regresa a la complejidad narrativa y a la densidad de Amor perdurable o Expiación. Ha querido McEwan volver a sentir la tensión de urdir una trama intrincada y atestada de resonancias para alcanzar su máximo esplendor.

Portada de 'Lecciones', de Ian McEwan. EDITORIAL ANAGRAMA

Lecciones

Ian McEwan
Traducción de Eduardo Iriarte Goñi
Anagrama, 2023
584 páginas. 24, 90 euros
Se publica el 6 de septiembre

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