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Madrid, de icono antifascista a reserva de la ultraderecha

El excelente estudio de Pablo del Hierro documenta la existencia de una red de extrema derecha internacional en la capital de España durante el franquismo y la Transición

Madrid metropolis Neofascista libro
Blas Piñar (en el centro) hace el saludo fascista al paso de una manifestación de Fuerza Nueva, bajo el lema el "Día de la Patria española", en Madrid en 1979.CHEMA CONESA
Jordi Amat

Este excelente libro de historia contemporánea descubre un Madrid político desaparecido de la conciencia dominante sobre el pasado reciente de la capital española. El académico Pablo del Hierro topografía una siniestra geografía humana y urbana que surgió en la inmediata posguerra y que, en ocasiones en la sombra, se fue regenerando hasta que pareció extinguirse con la consolidación de la democracia y el hundimiento electoral de las momias de Fuerza Nueva. Es la ciudad que era eje de poder de una dictadura nacionalcatólica cuyo origen estaba ligado al fascismo y que, tras la Segunda Guerra Mundial, se transformó en uno de los nódulos principales del movimiento neofascista internacional al posibilitar las relaciones entre élites falangistas locales y nazis, mussolinianos, colaboracionistas y demás ralea que se instalaron aquí para evitar ser condenados allí. Seguramente el caso más conocido sea el del rexista belga Léon Degrelle, cuya peripecia se cuenta con detalle, incluidos sus contactos de alto nivel con el Gobierno de la dictadura y las tensiones diplomáticas provocadas por su cada vez más descarada presencia pública. Pero lo valioso del libro, más allá de descubrir trayectorias personales, es evidenciar la existencia en Madrid de una red de extrema derecha trasnacional y consolidada.

Para que esa red pudiese tejerse fueron necesarias la existencia de unos hilos personales y una determinada circunstancia política. La primera aparece ya en 1939.

La ciudad que había sido mito de resistencia antifascista se transforma discursivamente con la victoria rebelde: los fastos de la victoria y una determinada planificación urbanística serán la traslación del nuevo orden en construcción. Esa ciudad proyectada, fascista, pronto la visitan gerifaltes como Ciano y ­Himmler. Así empiezan a tejerse unas relaciones personales entre locales y comunidades de italianos y alemanes que viven en la ciudad y que se reforzarán todavía más cuando Madrid se convierta en un espacio clave de las rutas de escape. Algunos personajes relevantes del fascismo de entreguerras se instalaron aquí y, a través de los contactos establecidos con políticos como el conde de Mayalde o periodistas como Víctor de la Serna, poco a poco normalizarán su nueva vida en España. Lo que descubre el libro, además de identificarlos, es que esa segunda vida no implicó una rectificación ideológica tras constatar el colapso fascista. Al contrario. Lo que cuenta Madrid, metrópolis (neo)fascista es cómo la ciudad y los ritos que se desarrollaban en ella, en iglesias o cementerios también, facilitaron la sincronización del fascismo con el presente.

¿Nostálgicos? Para nada. Podían hacer misas en homenaje a Hitler, pero miraban al futuro para luchar contra la democracia

Porque tenían locales y negocios u hoteles y restaurantes donde reunirse. El primer viaje que hace al extranjero Oswald Mosley, por ejemplo, es en 1950 y su destino es Madrid. No logrará entrevistarse con Franco o ministros, pero sí con figuras del falangismo o fascistas refugiados aquí como el publicista Leo Negrelli. Y conspiran y trazan planes de expansión internacional y buscan financiación oficial, que en ocasiones consiguen. Y, más adelante, cuando dictadores latinoamericanos forrados se refugian en la capital, enlazarán con la red porque Perón, pongamos por caso, los recibe en su casoplón y unos y otros frecuentarán las mismas personas porque en buena parte comparten los mismos ideales reaccionarios y autoritarios. O cuando nostálgicos del imperio francés se oponen a las políticas de De Gaulle en Argelia optan por reunirse en Madrid, constituirse como grupo, idear un golpe de Estado similar al del 18 de julio y, claro, porque tiene algo de familia, Serrano Suñer los conecta con la red madrileña para que sean más eficientes. ¿Nostálgicos? Para nada. Podían hacer misas en homenaje a Hitler, pero miraban al futuro para luchar contra la democracia y así llegaron hasta la Transición, impulsando acciones violentas que pudieron poner en riesgo el proceso político.

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Sobre la firma

Jordi Amat
Filólogo y escritor. Ha estudiado la reconstrucción de la cultura democrática catalana y española. Sus últimos libros son la novela 'El hijo del chófer' y la biografía 'Vencer el miedo. Vida de Gabriel Ferrater' (Tusquets). Escribe en la sección de 'Opinión' y coordina 'Babelia', el suplemento cultural de EL PAÍS.

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