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Reportaje:

El último nazi, el primer traidor

Muere en Málaga León Degrelle, el caudillo fascista belga recogido en España por Franco

Lluís Bassets

León Degrelle, el último de los caudillos fascistas vivos, murió el jueves a los 87 años en su exilio malagueño, en días cargados de presagios sobre la ascensión de los totalitarismos en Europa. Bélgica, el país que pretendió gobernar en dictadura, se dispone a celebrar, no sin polémica, los 50 años del desembarco de los aliados en Normandía y la liberación del yugo nazi. Una parte importante de la opinión pública flamenca exige la proclamación de algún tipo de medida de gracia o de olvido para quienes colaboraron con los ocupantes alemanes desde 1940 hasta 1944, mientras en la vecina Francia se juzga por crímenes contra la humanidad a Paul Touvier, un oscuro jefecillo de la Milicia, la policía de Vichy que realizó las tareas más sucias de la colaboración con los nazis. ¿Iban a afectar las medidas de olvido o reconciliación que firmará el rey Alberto II a este reo de traición, condenado a muerte en su país? ¿Cómo explicar que Bélgica no haya podido juzgar a Degrelle y Francia en cambio haya conseguido finalmente llevar ante los tribunales y hacer un juicio ejemplar contra un colaboracionista de segunda fila? ¿Es lógico que en la Europa sin fronteras pueda haber todavía delincuentes políticos que hacen vida pública en un país mientras les está todavía vetada la circulación en el suyo propio? Estas y muchas preguntas más se hacen los belgas, con motivo de la desaparición de este viejo y orgulloso fascista, que no ha cesado de proclamar su admiración por Hitler y su desprecio por las democracias.

Las primeras páginas de los periódicos, francófonos y neerlandófonos, lo prueban. 'Ningún pesar por Degrelle', titula Le Journal de Mons/L'Echo du Cent re; 'Ha muerto el último fascista de la primera hora', dice a toda página Le Soir; 'La muerte de un traidor', titula La Derniére Heure. Los periódicos católicos De Standaard y La Libre Belgique titulan con mayor frialdad, pero también dedican abundante espacio y epítetos a quien ha sido el traidor número uno de Bélgica.

La desaparición del fundador del Rex, el movimiento fascista belga, es un acontecimiento de primera fila, que convoca a todos los fantasmas históricos de Bélgica y, en el fondo, de Europa. La ascensión de movimientos populistas como fue Rex en un principio y la aparición de aspirantes a caudillos en numerosos países, desde la Rusia de Zhirinovski hasta la Italia de Franco Fini, proporcionan el decorado que inquieta a los belgas: el abuelo nazi fallece cuando los nietos intentan de nuevo la ascensión hacia el poder.

La carrera de León Degrelle fue corta y fulgurante. Empezó a los 23 años como editor y periodista dentro del movimiento católico belga. Su irrupción estruendosa en la escena de su país se produjo en 1936, cuando su movimiento Rex obtuvo el 12% de votos y 21 diputados en el Parlamento, después de una campaña contra la corrupción política y contra el parlamentarismo. Narcisista y mitómano, el bello León, como le llamaban muchas mujeres en la época, se creía elegido para convertirse en el caudillo de Bélgica.

Tras su única victoria cierta, las elecciones de 1936, todo fueron derrotas y cabalgadas hacia el vacío, presididas por una indeclinable voluntad de poder. En 1941, Dégrelle cree que su oportunidad ha llegado al fin y no cesa de caracolear para suscitar la amistad de los alemanes. Lo prueba todo. Desde resucitar el viejo ducado de Borgoña, englobando territorios ocupados por los alemanes en Francia y en Holanda, hasta la anexión pura y simple por parte del Reich, con la esperanza de que así tendrá un papel a jugar en el futuro reparto de Europa.

Sus formaciones de combate practican, mientras tanto, el pillaje, el asesinato, la delación y el linchamiento. Su periódico El País Real azuza el antisemitismo, se dedica a la denuncia y el periodismo incendiario. A los ojos de casi todos, ciudadanos belgas o autoridades militares alemanas, los jóvenes rexistas son unos gamberros violentos y despreciables que no cuentan para nada. Degrelle se ve obligado a la última fanfarronada: funda la Legión Valona para combatir a los comunistas en el frente del Este, y se apunta como soldado raso. En las estepas luchará, con valor que nadie le discute, casi codo con codo con los españoles de la División Azul que comanda Agustín Muñoz Grandes. Diezmados los voluntarios belgas, se incorpora a las Waffen-SS, el cuerpo de élite nazi, con el que obtiene la Cruz de Hierro, el grado de general y el piropo de Hitler, quien asegura que es como el hijo que no ha tenido.

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Esperaba entrar triunfante en Bruselas, pero en 1945 tiene que huir hacia España, donde su avioneta se estrella en la playa de San Sebastián. Sobrevive a las heridas y supera la petición de extradición presentada por el Gobierno belga. El general Franco pide a cambio el re conocimiento diplomático de Bélgica y la retirada de la petición de condena contra España en Naciones Unidas. La negativa es rotunda y abre las puertas de par en par al criminal de guerra, condenado a muerte por traición en su país.

Su muerte ha dado lugar, en pocas horas, a un alud de epitafios. Uno de los más significativos lo publica ayer De Standaard de la pluma de Manu Ruys, un veterano periodista de sensibilidad muy próxima al nacionalismo flamenco: "Fue el prototipo del farsante ambicioso. No era un germánico, sino un puro gallo valón bullanguero".

El sosia León Ramirez Reina

León Degrelle encuentra en la España de Franco, como centenares de refugiados nazis y fascistas tras la II Guerra Mundial, la ayuda para rehacer su vida.En 1954 adquiere la nacionalidad española, con el nombre de León José de Ramírez Reina, lo que le sirve de protección ante las demandas de Bélgica, donde fue condenado a muerte en 1944. Vuelve a casarse, al parecer con la hija de otro jerarca fascista francés, y se sumerge en el anonimato hasta 1970, cuando publica sus memorias, que reavivan las ansias de extradición en Bélgica y obligan a Franco a exigirle que se abstenga de actividades políticas.

En 1974, el Parlamento belga vota una ley antidegrelle, alargando en 10 años el periodo de prescripción de su condena. En 1984, Bruselas anuncia que si vuelve a su país será expulsado como extranjero indeseable.

El viejo fascista, que no ha dejado nunca de soñar con la púrpura del poder máximo, recupera la locuacidad en los últimos años. Ha escrito casi 50 volúmenes de panfletos y memorias y ha concedido abundantes entrevistas en las que se ha prodigado en sus barbaridades preferidas, negando el Holocausto judío o exaltando a Hitler.

Una de estas entrevistas fue origen de un largo pleito impulsado por Violeta Friedman, superviviente del campo de Auschwitz, a quien el Tribunal Constitucional dió finalmente la razón en 1991.

"Ni la libertad ideológica ni la Libertad de expresión comprenden el derecho a efectuar manifestaciones, expresiones o campañanas de carácter racista o xenófobo", sentenció el Constitucional.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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