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Del papel al píxel, las nuevas formas del ‘collage’

Un monográfico reúne obras de más de 100 artistas para indagar en los nuevos parámetros de una técnica que sigue siendo capaz de atrapar el espíritu de su tiempo

Fotografia
'Invasion', 2008. De la serie: 'House Beautiful: Bringing the War Home, New Series', (Casa bella: trayendo la guerra al hogar, Nueva serie), 2004-8.Martha Rosler

Nada es completamente nuevo y sin embargo todo se renueva en un collage. La subversión implícita a esta técnica artística mediante distintos tipo de acciones como cortar, fragmentar, rasgar, camuflar, robar, fingir... desbarata cualquier expectativa al tiempo que sugiere afinidades y resonancias que confluyen a la perfección en una sola pieza. Tan promiscua como adaptable, esta manifestación, que alcanzó su estatus como obra de arte a principios del pasado siglo XX, sigue siendo capaz de atrapar el espíritu de su tiempo incorporando los elementos que lo definen. Pero, ¿qué significa hablar del collage en la era digital, donde el gesto que dio sentido a la práctica, cortar y pegar, ha sido remplazado por una acción alternativa a la que nos referimos como copiar y pegar? ¿Cuáles son los elementos mínimos que constituyen un collage?

Estas cuestiones dan forma a Vitamin C +: Collage in Contemporary Art, el último volumen de la serie Vitamin lanzada por Phaidon en 2002, destinada a tomar el pulso a las distintas disciplinas artísticas con el fin de identificar las nuevas prácticas y tendencias que van emergiendo y marcan el momento dentro de estas manifestaciones. Para esta nueva entrega la editorial ha contado con la participación de 69 expertos —directores de museos, curadores, coleccionistas y críticos—, encargados de seleccionar a 108 artistas que en la actualidad hacen uso del collage como parte central de su práctica artística. Una selección que refleja “el delicado equilibrio entre el potencial y las limitaciones que implica la práctica”, tal y como destaca el historiador Yuval Etgar, en el texto introductorio. Al tiempo que ofrece una amplia gama de interpretaciones, “constituye un recordatorio de aquello que más está en juego en el collage contemporáneo: en concreto, la delimitación de bordes y periferias dentro de un campo cuyos contornos territoriales son prácticamente imposibles de identificar y se encuentran en estado de cambio permanente”.

Los artistas, presentados en orden alfabético, proceden de 40 países diferentes, así como de distintas culturas, contextos y generaciones. Entre ellos no podría faltar el británico John Stezaker (Worcester, 1949), quien comenzó su andadura con el collage a mediados de los años setenta (un tiempo asociado a la llegada de la era digital y de las teorías de la posmodernidad) a través de sus poéticas y elegantes yuxtaposiciones realizadas haciendo uso de postales, fotografías pertenecientes a películas de cine y otras imágenes apropiadas de viejos libros ilustrados. Al igual que muchos de los gestos de los movimientos de vanguardia que precedieron a la obra del autor, los collages de Stezaker surgen como una respuesta al consumo de material impreso propio de la cultura de masas. “El collage es un acto iconoclasta al servicio de la iconofilia (el amor por las imágenes)”, para este artista, tal y como apunta el crítico David Campany.

'Bo papa Mapula, ba no le masela' (El padre de Mapula, con traje de sastre), 2021.
'Bo papa Mapula, ba no le masela' (El padre de Mapula, con traje de sastre), 2021. Neo Matloga

Un acercamiento más radical fue el utilizado en sus comienzos por la también artista británica Linder (Liverpool, 1954). La entonces vocalista de la banda experimental postpunk Ludus estaba dispuesta a provocar un debate acerca de los deseos ocultos y tabúes a los que hacía referencia su obra. La imagen de una mujer desnuda y musculosa con una plancha por cabeza se erigió no solo como una continuidad de la sensibilidad pop de los años sesenta de Richard Hamilton, sino como un estridente grito feminista contra la trampa doméstica. Hoy los vínculos de la artista con la performance siguen alimentando sus provocativas imágenes destinadas a apuntar a las desigualdades de género.

Tampoco podrían faltar los contundentes fotomontajes de Martha Rosler (Nueva York, 1943) que, frecuentemente cargadas de una buena dosis de humor, hacen referencia a temas políticos y sociales. La manera de integrar figuras dentro de las escenas sin que se aprecien fisuras, acoplando dos realidades irreconciliables (el surrealista Max Ernst fue pionero en esta práctica), tiene que ver con el propósito de la artista americana de hacer uso del collage para comunicar de forma directa una idea: “No somos un aquí y un allí. Somos todos uno, y esto es crucial”, asegura. De igual forma, nos encontraremos con los cuerpos de las mujeres negras oscurecidos por los históricos mapas celestiales que componen una de las últimas series de Lorna Simpson (Nueva York, 1960): Stars from Dusk to Dawn. Su obra no está destinada a tener un significado concreto sino a crear nuevas asociaciones libres de las limitaciones de la representación convencional. Mientras, Frida Orupabo (Sarpsborg, Noruega, 1986) da forma a collages, con frecuencia de tamaño real, adaptando las fotografías históricas de mujeres esclavizadas a otras sacadas de eBay, Tumblr o Instagram. Cuerpos fragmentados reconfigurados para renegociar la representación de los cuerpos africanos y liberarlos de los clichés.

'Ainda Que eu Ande pelo Mortífero Vale da Luz' (Aunque camine por el valle mortal de la luz), 2021.
'Ainda Que eu Ande pelo Mortífero Vale da Luz' (Aunque camine por el valle mortal de la luz), 2021. Ventura Profana

Las monocromáticas escenas domésticas de Neo Matloga (Mamaila, Sudáfrica, 1993) captan la vida diaria de la infancia del autor. Fueron los programas de radio que sus padres escuchaban de forma habitual, donde tenían cabida los dramas locales, los conflictos familiares y amorosos, así como las noticias del día, los que estimularon los sueños y la imaginación del artista. El collage le permite incorporar nuevos contextos que deconstruyen las imágenes de las que parte, permitiendo un desplazamiento en el tiempo y en el espacio que ofrecen una nueva realidad. Las coloridas naturalezas muertas de Daniel Gordon; el seductor universo visual de Sara Cwynar, donde los viejo se solapa con lo nuevo, lo analógico con lo digital y lo nostálgico con lo futurible; las enigmáticas composiciones de Simon Moretti, donde quedan al descubierto los lazos que unen el conocimiento, la cultura, la memoria y la emoción; las instalaciones del chino Guanyu Xu, consideradas como collages tridimensionales; así como las propuestas más escultóricas del canadiense Erin Shirreff centradas en la inevitable brecha que surge entre un objeto y su imagen, y un largo etcétera de autores completan este rico monográfico que, en palabras de Etgar, no deja de advertirnos que: “Al fin y al cabo, y a pesar de que constantemente se nos recuerda que vivimos en la era de la globalización, cruzar fronteras no es cosa sencilla”.

Vitamin C+: Collage in Contemporary Art. Phaidon Press. 304 páginas. 59, 95 euros.

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