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Escritura y género, salir de la trinchera

La riqueza del feminismo exige nuevos modos de estudiar la historia de las mujeres sin confundir victimismo y legitimidad

La escritora catalana Carmen Laforet, en 1960 en el café Gijón de Madrid.
La escritora catalana Carmen Laforet, en 1960 en el café Gijón de Madrid.Josep Maria Roset / Europa Press / ContactoPhoto (Josep Maria Roset / Europa Press)

En 1984 la historiadora francesa Michelle Perrot se hacía una pregunta: “¿Es posible la historia de las mujeres?”, refiriéndose a la dificultad documental existente para poder reconstruirla con seriedad. Hoy somos muy conscientes de la falta de fuentes que presenta dicha investigación. Las mujeres apenas tuvieron voz en el pasado y su capacidad de pensamiento y de ejecución nos ha quedado muy desdibujada, apareciendo la mayoría de las veces como sujetos pasivos de la Historia. Pero está claro que a la pregunta que se hacía Perrot se ha venido contestando desde innumerables puntos de vista, con la deliberada intención de compensar el vacío historiográfico a base de estudio, reflexión y aportaciones. Los retos que planteaba Virginia Woolf hace 100 años en su conocido ensayo de 1929 (casi da apuro citarlo una vez más) puede decirse que, en la medida de lo posible, se han satisfecho gracias al esfuerzo del feminismo y de los estudios de género por resignificar el pasado, poniendo en duda también la pertinencia del uso de las clásicas periodizaciones históricas a fin de ajustar mejor la realidad de la escritura literaria a un discurso de logros que tradicionalmente no tuvo en cuenta a las mujeres (el tema se plantea con acierto en un libro reciente, El canon ignorado, de Tiziana Plebani, aunque para una lectora española dicho canon quede descompensado en cuanto al manejo del corpus, debido al dominio de la cultura italiana en el libro).

Ahora bien, me preocupa que nos atrincheremos en la posición discursiva de los años ochenta, como defendiéndola de posibles peligros y la convirtamos en un mantra reiterativo e inoperante. En algún momento tendremos que poner el punto final al discurso victimizador y aceptar que los parámetros epistemológicos que eran válidos hace 40 años no lo son ahora y nuestros desafíos intelectuales —los del feminismo y los estudios de género, pero también de la cultura en su conjunto— son otros, deben serlo si no queremos convertirlos en la efigie de Lot. Porque el tiempo no transcurre en vano y en la actualidad poseemos muchos más datos y un conocimiento de la literatura escrita por mujeres que ayuda a componer un panorama más complejo y que necesariamente debe ser crítico también en cuanto a las aportaciones que no dejan de producirse: la condición de mujer no es fuente de legitimación literaria, aunque leyendo a las escritoras del pasado no puede ni debe olvidarse el sufrimiento existencial que, en general, las envolvió y condicionó los resultados de su creación.

Los retos que planteaba Virginia Woolf hace 100 años puede decirse que, en la medida de lo posible, se han satisfecho

Pero el olvido cómplice —porque fue un olvido cargado de intereses— que se deslizó sobre ellas cayendo a plomo sobre sus aportaciones ha dejado de actuar en el presente y nuestro objetivo debe ser incorporar el conocimiento adquirido a una reescritura fundada y no complaciente de la historia común. La lectura de la obra de Carmen G. de la Cueva Escritoras. Una historia de amistad y creación, con ilustraciones de Ana Jarén —cuyo exceso acaba fatigando la lectura—, suscita una cierta preocupación en este sentido, pues es un libro que ya hemos leído antes de abrirlo. Un déjà vu sobre un grupo de escritoras sobradamente conocidas y reeditadas hoy (insisto en ello) —Carmen Baroja, María Lejárraga, Carmen Laforet, Elena Fortún— sobre las que poco se aporta de nuevo porque lo que hay es un ejercicio de asimilación personal de cuánto han significado para su autora, pero presentando este ejercicio como una investigación original, cuando no lo es.

Gutiérrez de la Cueva nos tiene acostumbradas a crear en sus libros un espacio dialéctico entre su voz y la de escritoras a las que admira y de las que ha aprendido: Mamá, quiero ser feminista y Un paseo por la vida de Simone de Beauvoir son excelentes ejemplos de este proceder a caballo entre el ensayo, la crítica y la autobiografía. Sin embargo, en su libro más reciente esto no funciona. La primera frase ya es inquietante. Con un exceso de pathos leemos: “Una mujer escribe cuando puede”, y la frase da pie a una exaltación de las dificultades de la escritura femenina. Pero ¿de qué tiempo hablamos? ¿Desde qué lugar se hace este juicio? Porque decirlo en abstracto resulta desenfocado e inactual. Podía hacerse en los años cuarenta si pensamos en Laforet, después de Nada y habiendo alumbrado ya sus primeros hijos; puede hacerse si pensamos en las condiciones en que escribió Teresa de Jesús, pero ¿podemos suscribirlo en la actualidad? Sí y no, es decir como haríamos con cualquiera, hombre o mujer, en función de sus condiciones de vida, de su circunstancia por decirlo con Ortega. ¿O acaso estamos considerando una única línea femenina de vida? ¿Qué es eso de hablar de la mujer como un sujeto único al que se asocian unos atributos esenciales independientemente de su posición social, de su talento, de su voluntad? Ahora las mujeres escriben cuando pueden; cuando quieren; cuando se ven obligadas a ello por su profesión; cuando no quieren y, sin embargo, lo hacen; cuando… Las posibilidades son muchas como abierta y plural es la casuística de la creación literaria.

Y ¿por qué la amistad entre mujeres ha ocupado tan poco espacio en la literatura y en la historia cultural?, se pregunta, en el mismo tono victimista, Carmen G. de la Cueva dando sentido al subtítulo e hilo conductor de su ensayo. La respuesta es sencilla: en un principio se pensó que las mujeres no estaban preparadas en el pasado para vivir entre ellas relaciones de estima y de solidaridad, divididas por una tradición educativa que las predisponía solo a que los hombres las quisieran. Sin embargo —y de nuevo topamos con la misma piedra: las huellas documentales que han ido exhumándose—, las correspondencias entre escritoras que vamos conociendo y estimando dicen otra cosa. No solo hubo rivalidad, que la hubo y no debería ocultarse, también se desarrolló una conciencia solidaria, aunque históricamente frágil, pero sobre esta nueva base se apoyan valiosos trabajos como la Historia de la sororidad, un volumen colectivo editado por Ángela Atienza López. En resumen, la riqueza actual de los estudios de género, con todo su efecto liberador, nos exige nuevos modos de seguir trabajando sobre la historia de las mujeres. Y como somos legión las admiradoras de Mamá, quiero ser feminista, no queda más que animar a su autora a seguir la corriente de su poderosa voz narrativa, ya sin muletas.

escritoras babelia

Escritoras. Una historia de amistad y creación

Autor: Carmen G. de la Cueva y Ana Jarén.


Editorial: Lumen, 2023.


Formato: tapa dura (225 páginas, 20,81 euros).

el canon ignorado babelia

El canon ignorado. La escritura de las mujeres en Europa (siglo XIII-XX).

Autor: Tiziana Plebani.


Traducción: María Teresa D’Meza y Rodrigo Molina-Zavalía.


Editorial: Ampersand, 2022.


Formato: tapa blanda (480 páginas, 25 euros).

sororidad babelia

Historia de la sororidad, historias de la sororidad. Manifestaciones y formas de solidaridad femenina en la Edad Moderna

Autor: Ángela Atienza López.


Editorial: Marcial Pons, 2022.


Formato: tapa blanda (572 páginas, 33,25 euros).

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