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El placer de ser completamente improductiva: la escritora Azahara Alonso en la isla de Gozo

La asturiana debuta en la narrativa con un texto híbrido entre la novela, la crónica y el ensayo, donde reflexiona sobre el sentido del trabajo y la identidad que nos confiere la vida laboral en tiempos de capitalismo salvaje

La escritora Azahara Alonso, fotografiada en la sede de editorial Siruela en Madrid a principios de marzo.
La escritora Azahara Alonso, fotografiada en la sede de editorial Siruela en Madrid a principios de marzo.Claudio Álvarez

“Yo quería ir a una isla a vivir”, dice Azahara Alonso (Oviedo, 34 años). Hay una isla pequeña que se llama Gozo y que resalta en Google Earth contra el azul del Mediterráneo. Es la segunda de las 21 que forman el archipiélago de Malta. Como estaba fascinada por las islas (las islas en general) la escritora vivió un año sobre ese pedazo de tierra, investigando las profundidades de lo que significa un año sabático. Allí pudo reflexionar largamente sobre elementos cruciales de la vida contemporánea: ¿Por qué la gente hace tantas fotos a todo, todo el rato? ¿Por qué los turistas se comen los lugares turísticos? ¿Por qué trabajamos tanto? Y, sobre todo, ¿por qué no podemos dejar de trabajar tanto, ni siquiera cuando dejamos de trabajar?

“Pertenezco a una generación un poco bisagra”, dice Alonso, “hemos recibido el mensaje de la meritocracia y la cultura del esfuerzo, nos han dicho que las cosas merecen la pena si te esfuerzas… pero no he visto materializada esa promesa”. El cuestionamiento del trabajo asalariado le viene a la escritora por esa larga tradición del pensamiento que considera que el trabajo no dignifica, sino que es una maldición (como ya adelanta el Dios del Génesis).

Desde Paul Lafargue, yerno de Marx, y autor de El derecho a la pereza, a Bob Black, autor de La abolición del trabajo (Pepitas de Calabaza), pasando por Bertrand Russell que, más moderadamente, también tuvo grandes elogios para la ociosidad. Recuerda a George Perec, en cuya calle natal, la Rue Vilin, que visitó una y otra vez para inmortalizarla puntillosamente en palabras (queriendo reflejar “lo infraordinario”), describió una pintada sobre una tapia que decía: TRABAJO=TORTURA.

“¿En qué momento mi vida empezó a ser accesible solo en vacaciones?”, comienza el libro Gozo (Siruela), salido de aquella experiencia insular, que es una novela, pero que también es un ensayo, y que, en su escritura de extrema precisión y de vuelo literario, tiene mucho de aforismo y mucho de poesía. Alonso, precisamente, había publicado primero un libro de aforismos, Bajas presiones (Trea) y luego un poemario Gestar un tópico (Ril Editores), de modo que la aforista y la poeta (y hasta la licenciada en Filosofía, yendo un poco más atrás) siguen presentes dentro de la actual escritora, como en una autora matrioshka.

Un barco en una bahía de la isla de Gozo, en Malta.
Un barco en una bahía de la isla de Gozo, en Malta. Geography Photos (Universal Images Group via Getty)

Lo llama una “novela híbrida” y en sus páginas se encuentran variadas citas, en su parte más ensayística, y una narración más ambigua y cercana a lo novelístico que a la crónica o reportaje de viajes, que bien podrían haber sido una opción. “La razón de esto, la razón de que, por ejemplo, aparezcan pocos nombres de lugares, es que el libro tiene una línea muy crítica con el turismo. De modo que no es una crónica de viajes, ni siquiera una invitación al viaje”, dice la autora.

La tradicional distinción entre el turista (mal) y el viajero (bien), le parece ahora a Alonso superada, porque en todas partes encuentra que la experiencia del viaje, que consistiría en infiltrarse en la cotidianidad de cada lugar, se ve apantallada por la capa de cortesía y oferta turística, como un celofán que lo recubriera todo. Incluso cita a Luis Buñuel en su defensa de viajar al lugar conocido, donde uno tiene vínculos y recuerdos, y no siempre en busca de la novedad constante. “Soy bastante partidaria de la repetición de las cosas que te han hecho feliz”, dice Alonso, “ciertos movimientos repetitivos, además, pueden llevarte a otra habitación del mundo”. Lo suyo, más que a viajar en pos de novedades, es una invitación a tratar de no hacer nada, cosa complicada, dado el culto a la productividad que invade no solo el horario laboral sino también ese territorio menguante que aún queda fuera.

Soy bastante partidaria de la repetición de las cosas que te han hecho feliz. Ciertos movimientos repetitivos, además, pueden llevarte a otra habitación del mundo

“Cuesta mucho decir: me voy a tomar un tiempo libre y no hacer nada, solo lo que me apetezca”, dice la autora, “las mujeres, sobre todo, siempre hemos tenido que justificar lo laboriosas y trabajadoras que somos”, opina Alonso. Cuesta mucho convivir con el aburrimiento, si este aparece, que es una cosa que da tanto miedo en la sociedad acelerada porque nos pone en contacto con la materia prima de la vida, el tiempo. Alonso, que es de naturaleza nerviosa, utiliza la lectura para enfocar la mente y huir de la ansiedad que produce el existir. Para escapar de “esa petición de atención de todas partes, que funciona con las mismas recompensas cerebrales que ponen en marcha las máquinas tragaperras”.

Respecto las mujeres, trata en el libro la explicación que Silvia Federici da del trabajo doméstico femenino: los obreros del primer capitalismo asalvajado eran débiles y poco duraderos por las durísimas condiciones de subsistencia. Nacían mal, producían poco, morían pronto. Así, la mujer pasa de la fábrica al hogar para dedicarse al trabajo (no reconocido) de la reproducción y los cuidados, con el fin de perpetuar a una clase trabajadora que pueda dar buenas plusvalías. “En realidad no es muy diferente a la actual moda de lo healthy. Aliméntate bien, cuídate mucho, dura más… luego te dirán que te jubiles más tarde”, explica la autora.

También le preocupa la profunda identificación entre el trabajo y la persona: cuando nos preguntan qué somos, más que buscar una definición más, digamos, existencial, preferimos responder con nuestro oficio. Abogado, conductora, carnicero, periodista. De ahí que cuando la voz narradora del libro tiene que explicar que no está haciendo nada, que solo desea pasar un año sabático, suelan surgir los malentendidos y la incomprensión, hasta la sospecha.

Cuesta mucho decir: me voy a tomar un tiempo libre y no hacer nada, solo lo que me apetezca. Las mujeres, sobre todo, siempre hemos tenido que justificar lo laboriosas y trabajadoras que somos

“Creo que en el cambio de siglo hubo una liberación en el sentido material: no hacía falta que poseyeras cosas, no te iban a juzgar por eso, lo importante pasó a ser, no lo que tenías, sino lo que hacías”, reflexiona la autora, “pero eso ha llevado a otro extremo que es la identificación total con el trabajo, las ansias de realización personal, la ambición desmedida. Yo creo que no pasa nada si tu trabajo no es vocacional o si no es la parte más importante de tu vida”.

Alonso escribe, más que con ardor revolucionario, con cierto hastío existencial, como si más que ver arder los pilares del sistema, quisiera que la dejaran en paz de una vez. “Tal vez esa apatía sea el producto de mucha terapia”, cuenta, “vengo de tener mucho carácter y eso es agotador. Así que mi nueva actitud me parece un triunfo respecto a ciertos conflictos”. ¿Qué opina del concepto de las trabacaciones? “No gracias”, concluye, “creo que tenemos que tomarnos tan en serio las vacaciones como el trabajo”.

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