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‘Retrato de una mujer moderna’, la pena pegada al alma de Concha Piquer

En la biografía novelada que Manuel Vicent ha escrito sobre la actriz y cantante, la amargura es el ingrediente excepcional, al igual que en las historias de mujer de sus coplas

Concha Piquer, retratada con un perrito en Madrid en 1979.
Concha Piquer, retratada con un perrito en Madrid en 1979.Gianni Ferrari (Getty Images)

He leído con gran entusiasmo este Retrato de una mujer moderna que Manuel Vicent dedica a Concha Piquer. Y de manera particular todo lo que concierne a la infancia, los inicios de su carrera artística y los años de Nueva York, más desconocidos para mí. Es justamente allí, en la Nochebuena de 1924, donde arranca esta biografía novelada: la joven acaba de cumplir 18 años, empieza a triunfar como cantante y bailarina en un teatro de Broadway, está sola en la ciudad sometida a la ley seca y una noche se enfrenta a un violador. Enseguida, mediante los habituales recursos narrativos, el relato recupera la niñez: el nacimiento en el modesto piso del barrio de Sagunto en Valencia —en 1906 o 1908—, las privaciones y dificultades, la primera coplilla entonada tras la muerte del hermano y aprendida de una ciega del barrio, la imitación del cuplé La pulga que cantaba La Chelito y que le vale ser contratada en el teatro Sogueros, alguna formación más bien escasa, y enseguida el debut en el Apolo y algunos bolos en el teatro Kursaal, donde la descubre el maestro Penella, que enseguida compondrá para ella —la ópera El gato montés o la canción El florero— y quien de inmediato se la llevará lejos, en sus giras.

En años sucesivos, el éxito corre en paralelo a las distintas desgracias y dramas personales —mentiras, infidelidades, pérdida del primer hijo—, que la Piquer irá incorporando a su prodigiosa voz, que “fue tomando distintos vibratos y veladuras, y cada una de ellas se correspondía con un dolor, con un placer, con un desengaño”.

El regreso a Madrid, la dura competencia con las grandes tonadilleras del momento —Raquel Meller, Celia Gámez, Pastora Imperio, La Chelito o La Argentinita—, la relación con el torero Márquez —de quien nacerá su hija en 1945—, el primer encuentro con Rafael de León —tan decisivo en su posterior carrera—, los años de la República y el éxito de las canciones que le componía el maestro Quiroga, la admiración que despierta en García Lorca; la Guerra Civil, que vive en Sevilla, aislada de su madre y de su ambiente y amistades de Madrid; los tempranos tiras y aflojas con el régimen y algún que otro enfrentamiento están narrados con gran viveza y repletos de detalles.

Carmen Martín Gaite destacó la amargura como el ingrediente excepcional que contenían las historias de mujer que ella contaba y que tuvieron entonces “una misión de revulsivo y de zapa con respecto a los cimientos de felicidad que se estaban tratando de poner”

En cambio, me han sabido a poco las páginas que cubren los años de posguerra, desde el arrollador triunfo que en 1941 supuso Tatuaje, copla a la que Vázquez Montalbán homenajea en la novela homónima del ciclo del detective Carvalho. También lo hace Juan Marsé en Si te dicen que caí: al ex guerrillero anarquista convertido en topo agazapado en su trapería Marcos Javaloyes, el autor catalán le atribuye rasgos del célebre marinero, con su chaquetón azul, “su alto pecho desnudo y tatuado”, los rizos de oro bajo su boina y una barba “rubia como la miel”. Muchos otros de aquellos niños de la guerra tienen memorias para la gran Concha Piquer. Carmen Martín Gaite interpretó magníficamente el impacto de aquellas canciones cuando en un memorable artículo glosó la función que cumplían —”acunaban el miedo, convocaban el olvido, conjuraban el horror al vacío”— y destacó la amargura como el ingrediente excepcional que contenían las historias de mujer que ella contaba y que tuvieron entonces “una misión de revulsivo y de zapa con respecto a los cimientos de felicidad que se estaban tratando de poner”.

Vicent cierra su Retrato con el silencio —tras la afonía diagnosticada en 1958— y el retiro a su Valencia natal, narrado como un monólogo de la protagonista. También nos cuenta el fallido empeño y la oportuna confabulación de algunos —él, Serrat, Vázquez Montalbán, Gutiérrez Aragón, Antonio López— para que en 1987 le fuera concedido a doña Concha el Premio Príncipe de Asturias de las Artes.

Portada del libro 'Retrato de una mujer moderna', de Manuel Vicent. EDITORIAL ALFAGUARA

Retrato de una mujer moderna

Autor: Manuel Vicent.


Editorial: Alfaguara, 2022.


Formato: tapa blanda (224 páginas, 18,91 euros) y e-book (8,54 euros).

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