Igor Levit, sin miedo
El pianista vuelve a lanzar al mercado un álbum inusual, rico en conexiones con toda su discografía anterior y centrado en torno al personaje medieval de Tristán visto a través de los ojos de Richard Wagner
Por sus discos los conoceréis. De ser cierto este adagio, las grabaciones publicadas hasta el momento del pianista Igor Levit dicen mucho de su personalidad artística y humana. En 2013, siendo aún un perfecto desconocido, eligió para su bautismo de sangre en el sello Sony nada menos que las cinco últimas sonatas para piano de Beethoven: para quien quisiera escuchar, estaba claro que aquel joven ruso formado en Alemania, de tan solo 26 años entonces, no era un pianista cualquiera. Pocos meses después salió a la luz otra incursión en el gran repertorio: una versión extremadamente madura y personal de las seis Partitas de Bach, las primeras obras que, cansado quizá de que su genio pasara inadvertido para todos, decidió autopublicarse el compositor alemán a partir de 1726. En 2015, Levit se enfrentó a un reto mayúsculo, hermanando a ambos compositores mediante un puente invisible que conectaba dos de los mayores ciclos de variaciones de la historia (las conocidas espuriamente como Goldberg de Bach y Diabelli de Beethoven), si bien decidió añadir un tercer río en lo que suponía algo más que un guiño: las 36 variaciones que el estadounidense Frederic Rzewski compuso a partir de El pueblo unido jamás será vencido, una canción del grupo chileno Quilapayún que marcó toda una época. Levit dejaba así claro que, además de un músico, es, y esta fue de alguna manera su primera gran proclama pública en este sentido, un zoon politikón.
En 2018 llegaría Life, su primer álbum que podríamos calificar de conceptual, construido en torno a una idea y no a la exploración de una obra, género o repertorio concretos. En palabras de Pablo L. Rodríguez en EL PAIS, Levit planteaba “una cruda reflexión en torno a la vida, el amor y la muerte”. Lo hacía volviendo sobre la música de Bach, si bien ahora en transcripciones de Johannes Brahms y del italiano Ferruccio Busoni, uno de sus héroes personales y un berlinés adoptivo como él, presente asimismo con dos obras propias: Fantasía sobre J. S. Bach y Berceuse. También reaparecía la música de Frederic Rzewski (A Mensch) y asomaba por primera vez la de Schumann y Wagner, en este último caso transcrita por Franz Liszt, de quien Levit tocaba un arreglo pianístico (debido también a Busoni) de su monumental Fantasía y fuga sobre el coral “Ad nos, ad salutarem undam”, media hora larga de música visionaria escrita originalmente para órgano. Por si semejante despliegue de imaginación programática, plena de entrecruzamientos y miradas retrospectivas, supiera a poco, el álbum se cerraba con una cuasiplegaria de Bill Evans, Peace Piece, “una dosis de paz tras la oscuridad”, como confesó entonces a Pablo L. Rodríguez.
Los aún escépticos hubieron de recoger velas cuando Levit publicó en 2019 las Sonatas para piano de Beethoven, el Nuevo Testamento de la literatura para el instrumento al decir de Hans von Bülow. Varias integrales en vivo previstas al calor de la publicación en los mejores festivales y salas de concierto del mundo se toparon de bruces con las cancelaciones y sobresaltos derivados de la pandemia (EL PAÍS pudo hacerse eco de conciertos aislados en Granada y Salzburgo), pero aun los más reticentes tuvieron que rendirse ante la evidencia de que Levit era capaz no sólo de grabar las 32 sonatas de Beethoven en un estudio, sino también de tocarlas, una tras otra, sin trampa ni cartón, delante de un público.
En su segundo álbum conceptual, Encounter, la muerte daba paso a la trascendencia: resurgía Ferruccio Busoni, ahora como arreglista de Bach y del ultimísimo Brahms, y entraban por primera vez en escena Max Reger y Morton Feldman, este con su Palais de Mari, casi media hora de música inmóvil e ingrávida. Bach y el origen ruso de Levit se hallan muy presentes en su penúltima publicación, On DSCH, que complementa los 24 Preludios y fugas op. 87 de Shostakóvich con la desmesurada Passacaglia on DSCH de Ronald Stevenson, otra obra con una fuerte carga política izquierdista. Y Stevenson es el responsable del arreglo para piano del Adagio de la Décima Sinfonía de Mahler que forma parte de Tristan, la última entrega de la discografía de Igor Levit, una sucesión de amores trágicos, nocturnos, de nuevo sin una sola de las veleidades comerciales o las concesiones fáciles al repertorio más trillado que pueblan las propuestas de muchos de sus colegas.
Podría pensarse, sin embargo, que sí apela al gusto popular abrir el primero de los dos discos con el manido Sueño de amor núm. 3 de Liszt, tan presente, por ejemplo, en el cine, bueno y malo, desde Eva al desnudo a Acordes y desacuerdos (donde suena transmutado en la guitarra de Django Reinhardt), pasando por Sueño de amor (Song Without End en el título original), Lisztomania (cantada por Roger Daltrey) y decenas de películas de toda laya, época y condición. Pero en Levit está ahí, abriendo fuego, sin un gramo de azúcar, más por el texto del Lied original (anterior en el tiempo a la pieza para piano), de Ferdinand Freiligrath, un amigo de Karl Marx. Sus versos pueden emparentarse sin dificultad con Tristan und Isolde de Wagner, cuyo Preludio del primer acto abre el segundo disco en una sobria transcripción pianística de Zoltán Kocsis.
Lo mejor de la propuesta de Levit es, sin embargo, la audaz inclusión de Tristan, una obra muy poco frecuentada de Hans Werner Henze, concebida como una serie de preludios para piano, cintas y orquesta. En su autobiografía, Quintas bohemias, el compositor alemán cuenta en detalle la gestación de esta obra híbrida, inclasificable, durante cuyo nacimiento se sucedieron cuatro muertes inesperadas y muy dolorosas para su autor: las de John Cranko, Salvador Allende, W. H. Auden y su íntima amiga y colaboradora Ingeborg Bachmann. En confesión del propio Henze, el cuarto movimiento, Locura de Tristan, que califica de su “flagelación”, convierte el grito mortal de Isolde en el tercer acto de la ópera de Wagner en “una expresión estridente y metálica del horror”.
Suenan, además, citas de Brahms, de Chopin y, por supuesto, de Wagner, o la voz grabada de un niño recitando en inglés en el Epílogo un fragmento de la leyenda medieval de Tristán. Se trata de Kolinka, hijo de Peter Zinovieff, dedicatario de la obra y artífice de las grabaciones de las cintas. Franz Welser-Möst dirige a la Orquesta de la Gewandhaus con su característica frialdad, pero cuando Levit toca la trascendental y exigentísima parte pianística, la música se inflama e irradia una especial intensidad. O, en Harmonies du soir de Liszt, que cierra el segundo disco como un largo amén, una extraña quietud. A Levit le gustan las causas perdidas u olvidadas, los desechos —tantas veces injustos— de la historia, y aquí aboga por la causa de Henze con la misma apasionada convicción con que acaba de defender en la Musikfest de Berlín junto a Antonio Pappano el desafuero formal y emocional del Concierto para piano de Busoni. No es de extrañar que Regina Schilling haya decidido titular su documental sobre el día a día de este pianista intrépido y heterodoxo, que se estrenará en los cines alemanes el próximo 6 de octubre, Igor Levit ─ No Fear. Como el Siegfried de Wagner, Levit, en el punto de mira de extremistas de derecha y antisemitas, no teme a nada y se atreve, también cuando se encierra a grabar discos con mensaje, a casi todo.
Tristan. Igor Levit (piano). Orquesta de la Gewandhaus de Leipzig. Dir.: Franz Welser-Möst. Sony, 2 CD.
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