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‘De bestias y aves’, mujer, apertura, animal

La escritura sensorial de Pilar Adón se adentra en el territorio de lo siniestro, un estado de alerta y miedo vivido con asombro prehistórico

Retrato de la escritora Pilar Adón.
Retrato de la escritora Pilar Adón.Asis Ayerbe

Sin entrar en una valoración estrictamente literaria, no hay demasiados escritores en los que uno sea capaz de detectar con claridad un proyecto personal de escritura. Cada paso que dan, cada libro que escriben o traducen parecen dictados tan sólo por la necesidad de mantener un lenguaje y un universo propios. Y es quizá esa autenticidad con una determinada forma de entender la literatura, a la vez personalísima y erudita (es decir, amplia) la que hace de Pilar Adón (Madrid, 1971) una de las escritoras españolas más respetadas por sus lectores. Ahora bien, sus lectores no son demasiados. Adón no es tan conocida como probablemente mereciera, sino que se acomoda a una etiqueta injusta: escritora de escritores. En su caso, esto quiere decir una escritora leída con admiración por editores, críticos, novelistas y poetas que viven en primera persona el campo literario.

Editora ella misma en Impedimenta, notabilísima poeta (publicada por La Bella Varsovia) y excepcional cuentista y novelista (El mes más cruel, Las efímeras), Adón ha obtenido algunos de los premios más prestigiosos y de menos relumbrón de la literatura española: el Tigre Juan, el Setenil, el Ojo Crítico. Y De bestias y aves, su nueva novela después de la prodigiosa Las efímeras, resume a la perfección las características de su mundo; por ejemplo, la predilección por los espacios cerrados donde unos pocos personajes conviven de la manera más profunda y tensa. Donde además se da una paradoja: estos recintos claustrofóbicos son, también, la naturaleza, es decir, todo aquello que nos supera y nos contiene. Lo que podría, precisamente, liberarnos de nuestra estrecha proyección mental. Porque en la naturaleza de Adón, y en su escritura ricamente sensorial y nada pomposa, lo animal y lo vegetal sojuzgan a los personajes, los superan y fuerzan. Y también aquí hay algo de relato primigenio: lo que Adón narra es el haz y el envés de la psique, el terreno de donde surge el pensamiento arquetípico, la patria ambigua de los cuentos infantiles.

La protagonista de De bestias y aves, Cora, conduce de manera errática por una carretera estrecha e interminable en busca de una gasolinera. Su impulso es a la vez despistado y premeditado: huye, casi sin darse cuenta, de su vida. Es artista y carga con el peso de su hermana muerta, ahogada cuando ella era pequeña. Llega, apenas sin gasolina, a una casa habitada sólo por mujeres: Betania. De pronto se da cuenta de su error. Estas mujeres de edades diversas, cariñosas unas, otras autoritarias, con algo de monja, de hippy y de amazona, autosuficientes, obligan a Cora a quedarse con ellas. La acogen, aunque lo mismo sería decir que la raptan.

La novela que leemos es el resultado de esta asimilación, pero sobre todo de la ambigüedad de los puntos de vista, de la incertidumbre con la que observamos una violencia ejercida sobre Cora que también puede ser un error de percepción: ella no se deja cuidar. Además, Cora vive en la culpa de este destino sobrevenido, un encierro con algo de Kafka o Gombrowicz. ¿La están drogando? ¿Es ella, la torpe que derriba a una anciana espiritual, quien ha roto la paz de esta comunidad de mujeres? Hay tal riqueza en los matices de este relato iniciático, cargado de referencias sutiles que van de los cuentos (Blancanieves, el cazador) o la Biblia (en los nombres y modos), tal intuición y cultura bien digerida que su lectura no se deja agotar. En cierto sentido esta es la novela de los pasos que debe dar la heroína para vencer el duelo, pero no sólo.

También merece la pena destacar cómo trabaja Adón lo “natural”, esa cierta animalización que supera el juego de la lógica y de la experiencia humana. Lejos de un optimismo filosófico de cuidados y entorno (pienso en Donna Haraway), la naturaleza de Adón es el territorio de lo siniestro, un estado de alerta y miedo vivido con asombro prehistórico. E insisto: escrito con la mayor sencillez, con prosa limpia y nítida. Como en los dos tramos iniciáticos de la novela: el viaje en coche de Cora, una maravilla de tensión narrativa; y la inmersión en la poza (no voy a adelantar la trama) donde Cora se abre a la pura herida de estar viva.

Los personajes se enfrentan a la necesidad de habitar el mundo de una manera desnuda, ajena a las retóricas que usamos para protegernos

Como en Las efímeras, los personajes de De bestias y aves se enfrentan a la necesidad de habitar el mundo de una manera desnuda, ajena a las retóricas que usamos para protegernos. El lugar de la existencia tiene también algo de encaje, de aceptación y humillación. De “repentina pasividad”.

En el primer capítulo de la novela (un capítulo que reinterpretaría, releído, la propia novela) Cora participa de la vida tranquila de la comunidad. Pero con unas peculiaridades: por ejemplo, no se lava. Si sigue así le va a doler el pelo, piensan las otras mujeres de Betania. Por su parte, ella se ve por fin cubierta de los pigmentos de la naturaleza. Estudia sus propios olores y matices. Ya no es tanto la artista que huye en su coche como una obra de arte ella misma. Pero tampoco es exactamente eso: no es una obra, una pieza separada de la naturaleza. Porque es esa dimensión estética ganada por su cuerpo la ranura por la que se ha volcado a la totalidad de la vida. Esa misma apertura logra una novela como De bestias y aves, sí, que todo el mundo que ame la literatura debería leer.

Portada de 'De bestias y aves', de Pilar Adón. EDITORIAL GALAXIA GUTENBERG

De bestias y aves 

Autora: Pilar Adón.


Editorial: Galaxia Gutenberg, 2022.


Formato: tapa blanda (208 páginas. 18,50 euros).

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