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‘Lengua ajena’, el erotismo y la nostalgia

La ecuatoriana Julia Rendón Abrahamson indaga las formas que tenemos para anclarnos en el mundo en una novela sobre inmigrantes en Nueva York

Refugiados europeos, desplazados durante la Segunda Guerra Mundial, llegando a Nueva York, alrededor de 1945-1950.
Refugiados europeos, desplazados durante la Segunda Guerra Mundial, llegando a Nueva York, alrededor de 1945-1950.Gabriel Hackett (Getty Images)

La nostalgia es una fosilización del pasado. Le inventamos una solidez ficticia a nuestros recuerdos (a veces también a aquellos que no nos son propios, a la llamada “historia familiar” de tíos, primos, abuelos) que podamos oponer a la dureza y el sinsentido del presente. E incluso somos capaces de habitar en la propia certeza de no haber tenido nunca un hogar, de pertenecer a una familia (a una raza) de desarraigados.

Sara, la protagonista de Lengua ajena, vive un doble desarraigo: es madre reciente, acaba de separarse de Adrià, un joven banquero catalán, y sobrevive en un Nueva York hostil e inestable. Además, cada experiencia cotidiana es la excusa para que vuelva la memoria de un exilio que ha marcado a toda su familia: el de su abuela Hannah, obligada a huir de Austria con el ascenso del nazismo.

Pero, digamos, que este profundo desarraigo marca de una manera más sutil cada una de las acciones familiares: por ejemplo, Hannah abandonó a sus hijos y a su marido. Una pulsión de huida y abandono marca a la familia de Sara, también a su madre o a su hermano Aarón. Huir de la familia desarraigada para fundar un nuevo hogar (y Aarón lo encontrará en el regreso al judaísmo). Sara, por su parte, es ecuatoriana. Por azar de la historia, pero también porque su infancia es Ecuador (sus montañas): esta es la patria que ha construido en su memoria.

Puede verse que la ecuatoriana Julia Rendón Abrahamson (1978) ha apostado por trabajar su primera novela (después de dos libros de relatos) desde la complejidad de las formas que tenemos para anclarnos en el mundo. En capítulos breves, centrados en experiencias cotidianas (cuando coincide con su ex para recoger a su hija, un día de piscina, una conversación con una amiga sobre trabajos precarios), consigue hacer convivir esa riqueza temporal, que es a la vez legado e incertidumbre. No obstante, Lengua ajena no despega como novela: ninguna trama profunda salva a cada anécdota de su estatismo, nada afecta a la integridad de los personajes.

Antes bien, la estructura se resuelve en una sucesión de escenas dispersas más cercana a la de un libro de poemas, entre la evocación y la invocación. Y también es propio de la poesía (de una poesía a veces demasiado azucarada) el vuelo del lenguaje con el que Rendón Abrahamson quiere salvar esa levedad de la trama. Por ejemplo, en las invocaciones al “tú” de Lola, su hija: “Cuando abres los ojos, yo escucho los párpados separarse como aletas de peces tocando el agua”, “tengo sed, pero no quisiera que el río frondoso [es decir, el grifo del pequeño apartamento donde viven] te despertara y me encontraras de nuevo divagando, buscando algún lugar de pertenencia”.

Esa misma rigidez simplifica a los interlocutores de Sara, casi siempre personajes masculinos que encarnan una promesa erótica. Adrià, su ex, de “culo redondo y perfecto”. José María, el terrateniente ecuatoriano con blazer negro y “dientes muy rectos”. Rendón se deleita en los encuentros eróticos (también en los gastronómicos). Son la huida definitiva de la fosilización de la memoria, una singular patria en el presente. Es en ellos donde el personaje de Sara sella, por fin, su pacto con el tiempo: “rellenando mi ser segmentado”.

Portada de 'Lengua ajena', de Julia Rendón Abrahamson.

Lengua ajena

Autor: Julia Rendón Abrahamson.


Editorial: De Conatus, 2022.


Formato: tapa blanda (160 páginas, 17,90 euros).

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