Mitologías superventas
Nueva edición de ‘Lo que el viento se llevó’ (1936), la obra maestra de Margaret Mitchell (1900-1949), que vendió 30 millones de ejemplares
1. Mitologías
Veo que en la programación de Reino de Cordelia, la editorial de Jesús Egido en la que tanto (y tan bien) opina Luis Alberto de Cuenca, figura una nueva edición (traducción de Susana Carral e ilustraciones de Fernando Vicente) de Lo que el viento se llevó (1936), la obra maestra de Margaret Mitchell (1900-1949). La novela, que no faltaba en ninguna biblioteca familiar de la posguerra, vendió más de un millón de ejemplares en su primer año, logrando el Pulitzer en el siguiente. En una librería de lance encontré la que quizás sea la primera edición española, publicada por Aymá hacia 1944 en traducción compartida de Juan G. de Luaces y Julio Gómez de la Serna, dos rojos que sobrevivieron a la guerra y al primer franquismo y se ganaron la vida como auténticos titanes de la traducción; todavía hoy sus versiones siguen estando en los catálogos de no pocas editoriales españolas. En cuanto a la novela, considerada un clásico estadounidense, la idea que tengo de ella, como le ocurre a la mayoría de la gente es, sobre todo, a través de la película de Victor Fleming (que, por cierto, sigue el texto casi literalmente), de modo que mi Rhett Butler es Clark Gable (cuyo bigotito imitó mi padre en una época) y mi Scarlett O’Hara es Vivien Leigh; así que se confirma una vez más una de las características de lo “clásico” según Italo Calvino: una obra tan influyente y de la que se ha hablado tanto que la gente cree haberla leído. En todo caso, Lo que el viento se llevó ha sido la más poderosa arma de mitologización del sur para consumo de blancos; le da interesadas vueltas a la idea de raza (negros buenos, agradecidos e inferiores, contentos de su papel) y de género; ensalza la caballerosidad de los supremacistas (el año de su publicación se registraron ocho linchamientos) y ennoblece al Ku Klux Klan; mitifica nostálgicamente la idea de la “causa perdida” (la Confederación), en fin, toda la panoplia de lo que hoy resulta inaceptable. Pero ahí la tienen, tan campante: más de 30 millones de copias vendidas en todo el mundo y reeditándose de año en año.
2. Superventas
Encuentro en el maravilloso Diccionario histórico de la lengua española (el DHLE es gratis, aprovéchenlo) el término circunstanfláutico. No se dejen llevar por las apariencias, la palabreja no es jitanjáfora de un musical, como el supercalifragilisticoexpialidoso de la tontaina de Mary Poppins (Robert Stevenson, 1964), ni tampoco se relaciona con aquel programa infantil de TVE en el que actuaban unos chiripitifláuticos. No, este vocablo tiene su historia (aunque ya no esté en el DLE porque no se usa). Su primera aparición, con el sentido de “difícil de comprender o de resolver” se registra en 1887, aunque en 1923 aparece con el significado de persona que presume de tener muchos conocimientos y una gran erudición (como los actuales todólogos de las tertulias televisivas). Todo eso viene a cuento de que me parece circunstanfláutico que se sigan produciendo tantas novelas al año: en 2021, sin ir más lejos, 9.539. Y aún más que las gentes las sigan comprando. No todas, claro: si aplicamos libremente a la producción de novelas el llamado “principio Pareto” —en honor del sociólogo conservador (incluso fascistoide)— según el cual con el 20% del producto se hacen el 80% de las ventas, lo llevamos más que claro: hay un exceso de novedades. Podemos jugar a tratar de adivinar, a partir de las programaciones editoriales, qué 20% de los títulos se llevará la palma del 80% de las ventas de novelas en otoño: en Alfaguara (PRH), Las madres, de Carmen Mola (sí: la tripartita que vuelve desde su olimpo de ventas), y Revolución (la mexicana), de Arturo Pérez-Reverte, nuestro navegante Dumas; en Plaza & Janés (PRH), Cuento de hadas (¡896 páginas!), de Stephen King; La dueña, de Isabel San Sebastián (“la escritora española de novela histórica más vendida”), o La lista del juez, de John Grisham; en Tusquets (Planeta), Todo va a mejorar, la póstuma de Almudena Grandes; en Grijalbo (PRH), Esclava de la libertad, de Ildefonso Falcones. Seguro que me falta media docena más, pero les aseguro que, en lo que se refiere a superventas, todos los que están, son.
3. Gravedad cero
Hace ya tiempo que a Woody Allen no se le puede leer en The New Yorker, el prestigioso semanario en el que solía publicar las estupendas piezas cortas y bosquejos que, una vez reunidos y publicados, dieron lugar a libros tan divertidos como Sin plumas (Tusquets, 1976) o Pura anarquía (Tusquets, 2007), por solo citar los que prefiero. Sean o no ciertas las acusaciones de abuso sexual contra su hija adoptiva Dylan Farrow, la verdad es que desde hace años el cineasta está en casi todas las listas negras: la recepción de público y crítica de películas como Día de lluvia en Nueva York (2019) o Rifkin’s Festival (2020) se vio afectada por la publicidad negativa y la agitación promovida por la protesta del MeToo y la reacción pacata y acrítica promovida por la hipócrita industria de Hollywood, convertida en máximo adalid de la política de cancelación. Esa misma reacción escandalosa suscitó la publicación de sus memorias, A propósito de nada, de cuya traducción española (de Eduardo Hojman) Alianza vendió, sin embargo, unos 100.000 ejemplares. La misma editorial anuncia para otoño Gravedad cero, la quinta recopilación de relatos, que incluyen no solo algunos de los que publicó en la revista que ahora le tiene vetado, sino más de una decena de inéditos en los que el humor siempre algo cerebral, la sátira de carácter surrealista y los sofisticados homenajes y referencias culturales harán las delicias de sus fans.
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