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Desentrañar la nostalgia

Margaryta Yakovenko retrata en ‘Desencajada’ el universo de los hijos de la inmigración y el desarraigo

La periodista Margaryta Yakovenko ante el monumento a José Cubero, en Las Ventas (Madrid).
La periodista Margaryta Yakovenko ante el monumento a José Cubero, en Las Ventas (Madrid).VICTOR SAINZ

Libros como este dan muestra de que se cumple, por fin, con un deseo tantas veces escuchado: que la escritura de los hijos de la inmigración, de los niños que hablaban “español en la escuela y chino en el restaurante de sus padres”, como afirmaba hace unos meses un artículo de este periódico, daría un nuevo impulso a la literatura española. En Desencajada, Margaryta Yakovenko (Ucrania, 1992) apuesta por la cercanía biográfica: experiencias similares entre la autora y la protagonista, fechas que coinciden. Hasta el punto de que buena parte de la magia de esta primera novela está en el nacimiento de una peculiar percepción, de una escritura (o de una escritora) con una indudable autoridad en su voz.

Daria, protagonista y narradora, se muda al piso vacío de una amiga. Además de alimentar al gato de su anfitriona y de analizar una reciente ruptura, bucea en sus orígenes: con 27 años, la misma edad que ella tiene ahora, su madre dejó Ucrania para acompañar a su marido al levante español. El contexto: la caída de la Unión Soviética, la inflación y los sueldos inexistentes de dos padres, funcionarios en su país, que ahora trabajarán limpiando casas, sirviendo comida en bares, recogiendo fruta en un invernadero.

Cubierta de 'Desencajada'

Aunque las primeras páginas de Desencajada pueden confundir al lector por su aire generacional, cierto romanticismo minimal, pronto nos encontramos ante un libro más arriesgado, personalísimo: la lectura avanza en breves capítulos que funcionan casi como ensayos, digresiones que expanden la trama y regresan con el cierre en alto. Son variaciones sobre una misma obsesión: desentrañar la nostalgia. Y el tenue hilo argumental favorece este avance en zigzag, desvelando unas ambiguas verdades interiores. Así, el paralelismo entre la ruptura amorosa y la pérdida de un hogar, o más bien la ficcionalización de la pertenencia, se convierten en piedras de toque de una identidad perdida. “La Ucrania a la que creo pertenecer murió en cuanto yo me fui de allí y ahora es un lugar mitológico que solo yo recuerdo”.

Pero Desencajada no es un regreso ensimismado a un lugar inexistente. También narra, desde una perspectiva poco habitual, el “batacazo” español: “Tras la crisis de 2008, mi generación pasó a tener una vida peor que la de sus padres a su edad. No era mi caso. Los hijos de migrantes siempre viven mejor que sus padres porque sus padres son la clase más baja de la escala social”. Yakovenko combina la precisión estilística (se lee lápiz en mano) con una infrecuente y maravillosa sabiduría emocional. Por eso Desencajada es un libro tan especial. Y por el equilibrio difícil entre el desgarro y una absoluta falta de victimismo. Por la piedad con la que la narradora trata a los personajes, en especial a los dos padres, y esa inclemencia consigo misma.

Cubierta de 'Desencajada'

Desencajada

Autor: Margaryta Yakovenko.


Editorial: Caballo de Troya, 2020.


Formato: 144 páginas. 14,90 euros.


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