La hipocresía de la democracia estadounidense y la urgente necesidad de una red social de interés público
Si queremos preservar la democracia como una conversación basada en hechos compartidos, debemos construir un entorno digital en el que esa conversación sea posible. Y Estados Unidos no es el modelo. Por el contrario, ya va siendo hora de decirle al rey que va desnudo

En la Conferencia de Seguridad de Múnich, el vicepresidente de los Estados Unidos, J. D. Vance, pronunció un discurso tan arrogante como cínico con el que pretendía dar lecciones a los líderes europeos sobre democracia y libertad de expresión. Sin embargo, esta postura contrasta fuertemente con la realidad política de su propio país.
La actual administración estadounidense está dirigida por un presidente que insulta sin reparos a los periodistas independientes, estigmatiza a los críticos y excluye de sus conferencias a los medios que no se alinean con la verdad oficial. Quien no reproduce sus hechos alternativos miente y, por lo tanto, no merece ser invitado. Como si las ruedas de prensa fueran fiestas privadas y no ejercicios de rendición de cuentas, y como si la función de los medios fuera halagar a los presidentes y no controlarlos. Nada que envidiar a Bukele o a Maduro.
El panorama es aún más sombrío. El expresidente Trump, directamente o a través de funcionarios afines, está impulsando investigaciones multimillonarias contra medios de comunicación independientes por cubrimientos que no lo satisfacen. Y las redes sociales se han plegado completamente a sus deseos. X es el reino de la desinformación y Meta desmanteló su programa de verificación de datos y está operando con famélicas políticas de moderación de contenidos. El caso de TikTok es emblemático. Tras ver aprobada una ley para forzar su venta, la plataforma —que sabe bien como tratar con autócratas— logró seducir al presidente. Sin dar explicaciones, por ejemplo, suspendió cuentas críticas que contaban con millones de seguidores. Así, por la gracia presidencial y a pesar de la voluntad del Congreso, TikTok sigue operando en ese país. El mensaje del gobierno es claro: quien no se ajuste a sus deseos sufrirá los efectos de una feroz retaliación. Quien lo alabe, será bendecido.
En este contexto distópico, el presidente pretende entregar los datos personales más sensibles de millones de ciudadanos al hombre más rico del mundo, Elon Musk, obsesionado – y extasiado - con el control absoluto. Esto, combinado con sistemas avanzados de inteligencia artificial y redes como X, le otorgaría un poder de manipulación e intimidación con el que los dictadores del pasado habrían soñado.
Pero como buen autócrata, no se conforma con acciones que violan la libertad de expresión y amenazan la privacidad: su gobierno también ha usurpado las funciones del Congreso e intimidado a los jueces para intentar impedirles ejercer su deber constitucional.
Mientras tanto, y al menos por ahora, Europa se ha resistido a esta ola autoritaria. La pretensión del vicepresidente de Estados Unidos de dar lecciones de democracia resulta irónica viniendo de un gobierno que socava sistemáticamente sus propios pilares democráticos.
Un aspecto destacable del discurso del vicepresidente fue su crítica a Rumania por cancelar y reagendar las elecciones después de que se descubriera una campaña de injerencia externa mediante el uso masivo de TikTok, en contra de las leyes electorales del país. No se trataba de simples anuncios de unos cuantos miles de dólares, sino de una estrategia multimillonaria diseñada para manipular a gran escala. Sin embargo, el Sr. Vance dijo estar más preocupado por esta respuesta que por Rusia, es decir, le preocupan más los controles democráticos a la desinformación electoral que la invasión a Ucrania. No es sorprendente.
Muchos votantes pro-Trump viven en burbujas de desinformación alimentadas por teorías conspirativas promovidas por el propio presidente y su séquito. Por ejemplo, fervientes partidarios del indulto presidencial para los responsables del asalto al Capitolio el 6 de enero del 2021, no reconocen la violencia ejercida durante el ataque. Parece que nunca vieron las violentas imágenes del asalto. Videos que se transmitieron por todos los canales de noticias y que fueron compartidos en redes sociales por cientos de miles de personas, no lograron penetrar las murallas de las cámaras de eco de Maga, construidas sólidamente con teorías de la conspiración y robustas campañas de desinformación.
Un alto porcentaje de los adultos jóvenes en Estados Unidos no sabe qué fue el Holocausto y algunos incluso niegan que haya ocurrido. Muchas personas insisten, en contra de toda la evidencia disponible, que Trump ganó las elecciones de 2020, que los inmigrantes quieren reemplazar a los rollizos descendientes de irlandeses y que las vacunas generan autismo.
Está claro que estas creencias tienen profundas raíces culturales y múltiples explicaciones, pero sin duda una de ellas es su utilidad para algunas corrientes ideológicas y la falta de transparencia y responsabilidad de las plataformas digitales.
No se trata de convertir a las redes sociales en árbitros de la verdad, sino evitar que campañas multimillonarias guiadas por intereses políticos o económicos utilicen troles, bots y otros sistemas de inteligencia artificial para difundir desinformación a gran escala. Estas campañas no solo se sirven de los algoritmos para amplificar contenidos engañosos, sino que también acosan brutalmente a las voces disidentes en línea para silenciarlas. Y lo logran.
La eficacia de estas estrategias aumenta con el uso de datos personales para realizar microsegmentaciones tan precisas que logran influir directamente, en las decisiones de las personas a las que se dirigen.
No es nada nuevo decir que este mundo paralelo de verdades a la medida y basado en hechos alternativos amenaza derechos tan importantes como la libertad de expresión, la privacidad, los derechos políticos y la democracia misma. Aunque algunos temen que regular estas prácticas conduzca a la censura estatal, este riesgo es manejable si la regulación es democrática, independiente y transparente. La Ley de Servicios Digitales es un buen comienzo pero es necesario adoptar otras medidas complementarias. Unesco elaboró una interesante propuesta sobre el tema, que merece ser discutida.
Una propuesta adicional sería crear una red social orientada al interés público, a través de una asociación público-privada transparente y autónoma, similar a modelos de éxito como la BBC, que fomente un entorno digital libre de manipulación y violencia. Una plataforma de este tipo podría devolver beneficios económicos al periodismo independiente, servir de vehículo para la difusión de pequeños y grandes negocios o propuestas artísticas y culturales, y ofrecer un espacio para que los lideres políticos, de todas las tendencias, pudieran expresarse sin obligar a los usuarios a estar en redes a las que no quieren pertenecer. Se trataría de un espacio seguro para el debate democrático, con decisiones de diseño y políticas de moderación transparentes y plenamente auditables La propia supervivencia de la democracia depende en gran medida de la creación de nuevos espacios digitales que promuevan el debate constructivo y fortalezcan la confianza pública, en lugar de exacerbar divisiones sociales o socavar las instituciones. Si queremos preservar la democracia como una conversación basada en hechos compartidos, debemos construir un entorno digital en el que esa conversación sea posible. Y Estados Unidos no es el modelo. Por el contrario, ya va siendo hora de decirle al rey que va desnudo.
* Abogada, ex Relatora Especial para la Libertad de Expresión de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). Fue integrante del Consejo asesor de contenido de Meta.
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