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Derrocamientos, asonadas e insurrecciones: Bolivia, un volcán político en constante erupción

El país andino-amazónico es el que más golpes de Estado ha sufrido en el mundo desde 1950. La intentona del miércoles es el último episodio de una convulsa historia

Militares toman las calles de La Paz durante el golpe militar del 17 de julio de 1980, por el que tomó el poder Luis García Meza.
Militares toman las calles de La Paz durante el golpe militar del 17 de julio de 1980, por el que tomó el poder Luis García Meza.
Lorena Arroyo

Al antiguo Palacio Presidencial de Bolivia, al que este miércoles entraron de forma violenta y sirviéndose de una tanqueta un grupo de militares rebeldes con el recientemente destituido jefe del Ejército, Juan José Zúñiga al frente, se le llama el Palacio Quemado. Es un apodo que le debe a un asalto que sufrió en 1875 cuando una turba lanzó antorchas encendidas desde la catedral aledaña y provocó un incendio que inhabilitó la sede de Gobierno. El edificio, en la plaza Murillo de La Paz, fue reconstruido; pero desde entonces ha sido testigo de decenas de movilizaciones violentas, sublevaciones y golpes de Estado que han marcado su historia.

El último de estos episodios se ha producido este mismo miércoles. En la Casa Grande del Pueblo, el moderno rascacielos construido durante el Gobierno de Evo Morales al lado del Palacio Quemado para albergar el poder ejecutivo, el presidente Luis Arce ha llamado al pueblo boliviano a movilizarse para “enfrentar cualquier intento golpista” rodeado de su Gabinete. Después ha renovado la cúpula militar y los militares rebeldes se han replegado en un día que pasará a la larga lista de capítulos de inestabilidad del país andino-amazónico.

Según un análisis de datos hecho por los académicos estadounidenses Jonathan Powell y Clayton Thyne, Bolivia es el país que más golpes de Estado ha sufrido en el mundo desde 1950: 23 en total, si bien 12 de ellos fracasaron. “Depende de cómo se contabiliza, hay un número extraordinario de golpes de Estado”, reconoce el historiador y periodista boliviano Robert Brockmann. “Si es por número de presidentes, no los puedes tomar en cuenta realmente a todos porque alguno duró media hora”, ironiza.

Si se toma el periodo de las dictaduras militares de entre 1964 y 1982, donde presidentes de todo signo político fueron derrocados a la fuerza, Brockmann destaca la llegada al poder de Hugo Banzer Suárez, que gobernó Bolivia por primera vez entre 1971 y 1978. “Fue un golpe de derecha dura con mucha represión, pero a la vez trajo, igual que [Augusto] Pinochet, un periodo de gran estabilidad económica”. Pero si bien el dictador chileno derrocó a un Gobierno electo democráticamente, el boliviano gobernó entre dictaduras militares.

“Es un militar que golpeó a otro militar, que golpeó a otro militar, que golpeó a otro militar”, enumera, antes de citar la siguiente etapa de la historia boliviana, entre 1978 y 1982, un “periodo espantoso de 10 gobiernos, entre civiles, militares y elecciones frustradas”, que dieron paso a otra dictadura, la del militar Luis García Meza que gobernó Bolivia de facto entre 1980 y 1981 tras perpetrar un golpe de Estado con la asesoría de la dictadura militar argentina y por el que asesinó al carismático líder socialista Marcelo Quiroga Santa Cruz.

Para Brockmann, fue un “periodo funesto con masacres, persecuciones, estados de sitio y narcotráfico” que desprestigió enormemente a la derecha y por el que la sociedad boliviana escarmentó y abrazó por completo la democracia en 1982 en unas elecciones donde ganó una coalición de izquierda. Y si bien el Gobierno de Hernán Siles Suazo tuvo que enfrentar la aguda crisis económica que provocó una estratosférica hiperinflación del 23.000% en 1985, este supuso el fin de los golpes de Estado.

Un ejército débil y una sociedad fuerte

Tras el fin del periodo de dictaduras militares, Bolivia experimentó una etapa de democracia pactada, en la que quienes llegaban al poder debían construir alianzas. En esos años, hubo crisis y revueltas como las llamadas guerras del agua y del gas, en las que los bolivianos se levantaron en defensa de sus recursos. La última provocó el derrocamiento del expresidente Gonzalo Sánchez de Lozada, quien huyó a Estados Unidos, e impulsó el ascenso de Evo Morales al poder con un apoyo mayoritario de la población.

Agentes de policía durante una protesta contra Evo Morales en La Paz en 2019.
Agentes de policía durante una protesta contra Evo Morales en La Paz en 2019.CARLOS GARCIA RAWLINS (REUTERS)

Eso le permitió al primer presidente indígena de Bolivia gobernar durante más de una década sin necesidad de alianzas. Pero también le llevó a aferrarse al poder y cambiar las leyes para extender su mandato hasta que estalló la crisis política de 2019. Entonces, la población salió a las calles masivamente tras unos comicios en los que Morales buscaba reelegirse por cuarta vez consecutiva, lo que sacó a las Fuerzas Armadas de los cuarteles y provocó la renuncia y la huida de Evo Morales a México, en un episodio que el expresidente definió como un “golpe de Estado”, si bien esa calificación ha sido objeto de disputa.

Para el periodista y doctor en investigación social con especialización en Ciencia Política Rafael Archondo, desde que en 1982 se restableció la democracia, no se puede decir que esta se haya interrumpido. “Son 42 años de vida democrática, de Gobiernos constitucionales electos sucesivos de diversos partidos, donde todas las fuerzas, incluso quienes en algún momento tomaron las armas, se convirtieron en autoridades electas, y la presencia de los militares en la vida nacional ha sido completamente insignificante”, asegura. “Ni siquiera hemos tenido niveles de participación militar como la que hay en México, donde los militares construyen un aeropuerto o cuidan determinadas instalaciones”.

Archondo defiende que ni en 2019 ni este miércoles ha habido un golpe de Estado, puesto que se mantuvo el orden en general y los militares no han gobernado “ni un solo minuto”. Y tanto él como Brockmann interpretan la insurrección encabezada por Zúñiga en la Plaza Murillo como parte de un enfrentamiento interno en el oficialista Movimiento Al Socialismo (MAS), dividido entre el expresidente Morales y su sucesor, Luis Arce, que está sufriendo los embates de una fuerte crisis económica profundizada por la falta de hidrocarburos y dólares.

“Lo del día de hoy fue un chiste”, opina Archondo. “Eso no tuvo ni trazos de golpe de Estado. Los golpes de Estado se hacen en la madrugada y tienen como orden imperativo detener al presidente, arrestar a los ministros, cerrar el Congreso. Nada de eso pasó hoy. Comenzó a las cuatro de la tarde y sorprendió a todos tomando un cafecito, y produjo un solo saldo negativo que fue la ruptura de la puerta metálica del viejo Palacio de Gobierno”.

Pero más allá de los motivos y las intenciones reales de lo sucedido este miércoles, el analista destaca que todas las crisis vividas en lo que va de siglo en Bolivia —desde la caída de Sánchez de Lozada en 2003 a la de Evo Morales en 2019— se hayan solucionado por el cauce institucional. “Creo que la razón fundamental de todo este proceso es que tienes una sociedad muy activa, muy politizada y muy despierta y un Estado muy débil, que sí se ha fortalecido en este siglo, pero que no ha conseguido nunca afianzarse en contra de los deseos de la sociedad”, defiende. “No ha habido, por suerte, la manera de construir un Estado represivo, autoritario ni vertical”.

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Sobre la firma

Lorena Arroyo
Editora y jefa de la edición América de EL PAÍS. Cubre Centroamérica, el Caribe e inmigración. Antes trabajó en Univision Noticias en Washington y Miami, en BBC Mundo y en la agencia EFE en Brasil, Bolivia y Madrid. Es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense y Máster en Periodismo de Investigación, Datos y Visualización.
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