Los ‘beats’ del rap kichwa reivindican la identidad en Ecuador
‘Los Nin’, un grupo de jóvenes de la provincia andina de Imbabura recurre a su lengua materna para narra los temas que les tocan de cerca como migración o política
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La primera vez que su familia lo escuchó hablar en kichwa fue rapeando. Sumay Cachimuel tenía 14 años. Estaba con sus primos en su casa en Otavalo, en la provincia andina de Imbabura, y los jóvenes se plantaron frente a toda su familia y comenzaron a cantar. “Solo nos veían y, a veces, hasta se reían por las canciones o lo que decíamos”, cuenta Cachimuel, que ahora ya tiene 33 años. “Además de cantar este tipo de música, escuchaban rapear en kichwa a alguien a quien no le habían escuchado hablar en su lengua materna jamás”, reflexiona sentado en el estudio de Daniel Proaño, uno de los integrantes de Los Nin.
Casi diez años después de aquella escena, este grupo de rap en kichwa ha logrado fusionar este género con su lengua materna en un país en el que 3,5% de su población lo habla y donde el racismo es estructural. Los Nin son mezcla de culturas, instrumentos andinos y los beats del hip hop. A través del rap, narran temas que viven de cerca identidad, migración y política. Su nombre, Los Nin significa “Los que dicen” en kichwa. “Somos los que hablan, los que mencionan”, explican Cachimuel y Proaño.
Cachimuel está sentado en el estudio en Cotacachi, donde graba sus beats con Proaño y los otros cinco integrantes del grupo. Lleva pantalones anchos, una camiseta holgada blanca y unas zapatillas deportivas Nike. Como en sus videos, no falta la gorra de visera plana y un pañuelo rojo, que lo lleva atado a su muñeca; dos tatuajes en sus brazos: uno que dice Sumay, y otro de una persona con la máscara del aya huma (cabeza de espíritu). De la ciudad de Otavalo, Cachimuel es kichwa, una de las 14 nacionalidades indígenas del Ecuador. Es la más numerosa del país: tienen presencia en la Amazonia y Sierra ecuatoriana.
La afición de Cachimuel por el rap empezó cuando era niño, con una tarea del colegio. Tenía que inventar un cuento y grabarse contándolo. Ya con 14 años, comenzó a practicar estilo libre con sus amigos del barrio. Recuerda que en una de esas competencias que hacían, subió a la tarima y se puso a improvisar: “Desde ahí me gustó y dije: ‘Voy a seguir haciéndolo”. Luego su hermano Tupac, otro de los integrantes del grupo, empezó a hacer beats, y su cuñado a improvisar en kichwa. “Me dijo: ‘Escribe tú también en kichwa’, y lo hice. Llegaba del colegio, escribía y practicaba”.
Para Cachimuel, el rap ha sido más que música. Se ha convertido en un puente: “Me ha ayudado porque antes no hablaba ni escribía en kichwa”. Solo lo entendía porque su familia lo hablaba todos los días. No aprendió porque no quisiera, sino porque sus hermanos mayores tuvieron problemas en la escuela para comprender las clases, que eran dictadas en español. “Mis hermanos no quisieron que pasemos por eso y dijeron que mejor teníamos que hablar español. Sufrían bastante porque ellos hablaban más kichwa”, narra.
El kichwa es la lengua indígena con mayor número de hablantes en Ecuador. Aunque la Constitución lo reconoce como idioma oficial, junto con el shuar y el castellano, cada vez menos personas lo hablan. Apenas el 3,5% (591.448) la usa, según datos del Censo de 2010. Este no es un problema exclusivo de Ecuador. La discriminación por hablar una lengua indígena ocurre y se refleja en los datos: en América Latina y el Caribe, uno de cada cinco pueblos indígenas ya ha perdido su idioma nativo, según información del Banco Mundial.
La socióloga y profesora de la Universidad Católica del Ecuador Alejandra Delgado, explica que este desplazamiento, del kichwa al español, es comprensible y es una muestra de una sociedad que ha reaccionado con discriminación a la diversidad cultural. “En ese sentido, no es una decisión individual, sino un mecanismo que se ha generado desde hace décadas para enfrentar la discriminación y el racismo”, profundiza. Esto sucede, asegura, porque en Ecuador todo lo que está relacionado con la cosmovisión indígena, las expresiones culturales y sociales—que tienen que ver con su vestuario, lengua y música— ha significado un desprestigio.
“Los territorios donde vivimos, Cotacachi, Otavalo e Imbabura, son kichwas y sus tradiciones siempre han estado presentes desde que éramos niños”, dice Daniel Proaño, que se autoidentifica como mestizo de Cotacachi. Pero, admite que, a pesar de esa cercanía cultural, en la escuela nunca le enseñaron el idioma. De hecho, está fuera del radar de muchos colegios. Proaño se acercó al kichwa por la música: “Con el grupo me he dedicado a estudiar la lengua y a la cultura andina”.
El rap kichwa se ha convertido en una herramienta para reivindicar y salvar el idioma. “Las producciones artísticas en la lengua materna motivan a que los hablantes de dicho idioma continúen practicando y que quienes no lo son, se interesen en aprender”, explica el historiador kichwa, Arawi Ruiz. La socióloga Alejandra Delgado coincide en que estas son nuevas formas que se van encontrando para el fortalecimiento de las diferentes identidades, en una sociedad globalizada.
Ruiz, quien también es profesor e investigador en política, cultura y educación, resalta que esta reproducción lingüística no debe recaer solo en los jóvenes, tanto en los productores y consumidores del rap. “El Estado es el que debe generar y disponer de recursos económicos para financiar estos grupos, de lo contrario estas iniciativas se quedan en intenciones y esfuerzos, en los que el Estado no aporta con una mínima”, cuestiona.
Cachimuel y Proaño han recibido una letanía de críticas desde que comenzaron a hacer rap en kichwa: “Mezclar estos dos géneros, estas dos culturas, ha sido muy conflictivo para la gente”, dice Cachimuel. “Nos han dicho profanadores culturales, alienados, que si hacemos esto vamos a dejar la música kichwa, que los jóvenes tienen que seguir lo que los mayores han hecho”, enumera. Ruiz sostiene que hay que poner en debate la idea de que existen géneros tradicionales. “A las poblaciones indígenas se las ve estancadas en algún tiempo y esto no es así porque también viven el siglo XXI”, enfatiza. Además, dice que ahora hay varios grupos de diferentes géneros musicales como el rap, rock, reggaeton, pop e incluso trap.
“Antes solo nos veían como consumidores de la cultura de fuera”, resalta Proaño. Había jóvenes otavaleños con ropa de estilo hip hop y que escuchaban esa música. “Pero no había una producción en kichwa, hecha por gente de aquí. Cuando empezó esto de Los Nin se abrió otra puerta: era música propia, sobre nuestra realidad, pero con elementos de esta otra cultura”, cuenta. La socióloga Alejandra Delgado señala que es muy importante tomar en cuenta cómo este grupo, a través de este género musical, ha encontrado una estrategia de interlocución. “El reencuentro con el kichwa a través del rap es una de las manifestaciones más ilustrativas de cómo ese fortalecimiento cultural se puede dar”, zanja Delgado.
Son casi las 13.00 y una cuadrilla de jóvenes desfila por las calles del centro de Otavalo: están saliendo de sus clases. Unos llevan su uniforme del colegio y otros lucen sus pantalones y camisetas anchas. “Ahora es normal ver a los wambritos [jóvenes] vestidos así, con sus parlantes escuchando rap en kichwa”, dice Cahimuel. “Ahora tienen esa idea de yo también puedo escribir, quiero hacerlo. Es como un logro”, cuentan “los que dicen”.
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