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En colaboración conCAF

Latinoamérica es una ‘start-up’ y necesita capital semilla para conservación

Pese a que cada vez es más visible la dependencia de la economía a factores asociados al cambio climático, todavía son pocas las empresas que han incorporado la adaptación a sus planes

Ciudad de Panamá vista desde el cerro Ancón
Ciudad de Panamá vista desde el cerro Ancón.Brandon Rosenblum (Getty Images)

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Este año, por primera vez, la Tierra superó siete de los nueve Límites Planetarios establecidos como un sistema científico para medir el impacto de las acciones humanas. El estudio del Stockholm Resilience Centre, publicado en septiembre, habla de un “paciente enfermo” y niveles por encima de lo “seguro para la humanidad” causados por una plétora de problemas ambientales: calentamiento global, cambios en el agua fresca y efectos nocivos de microplásticos y químicos tóxicos.

El panorama destaca la urgencia de adelantar acciones amplias y comprensivas en conservación y restauración ambiental, especialmente para regiones de alta biodiversidad –y exposición climática– como Latinoamérica. Sin embargo, esto requerirá de ingentes inversiones de capital fresco, público y privado, para crear y empujar proyectos de sustentabilidad: algo que todavía es un reto mayor.

Todavía la visión general corporativa reduce la colocación de recursos en proyectos verdes (como de transición energética, economía circular o recuperación de biomas) a un sacrificio en detrimento de la cobertura de costos más urgentes, como actualizaciones en líneas de producción o gastos de marketing; aun cuando los efectos de la acción humana se hacen cada vez más evidentes en los ciclos de estrés del planeta y sus economías.

El desafío: que lleguen las inversiones

“Existen muchas conversaciones, buenas intenciones. Pero hacer que lleguen las inversiones en los proyectos es uno de los más grandes desafíos que tenemos”, explica en una entrevista a América Futura Rodrigo Wanderley, socio de desarrollo de proyectos de carbono de Pachama, una startup de tecnología aplicada a la preservación basada en Brasil que utiliza drones e inteligencia artificial (IA) para cuantificar la degradación de bosques o selvas y planear acciones de conservación.

“Además, pensando que superamos este desafío vamos a tener que crear proyectos de calidad que sean sostenibles a largo plazo”, agrega.

Un incendio en el Pantanal, el humedal más grande del mundo, en Mato Grosso (Brasil) en 2020.
Un incendio en el Pantanal, el humedal más grande del mundo, en Mato Grosso (Brasil) en 2020.AMANDA PEROBELLI (Reuters)

En general, las empresas perciben el pilar de cambio climático como uno menos urgente. Solamente un tercio de los directivos de 400 corporaciones en América Latina considera que los temas relacionados al calentamiento global son una preocupación para su organización, de acuerdo a un estudio de marzo de la consultora EY. Esto, a pesar de que otra consultora (PwC) estimó este año que al menos la mitad (55%) del producto interno bruto (PIB) mundial está expuesto a riesgos materiales debido a una dependencia moderada o alta de la naturaleza.

Todos los sectores económicos, desde la agricultura o el turismo hasta la moda o la industria farmacéutica, sufren en mayor o menor medida el efecto de la transformación del planeta. Y, por ende, todos se beneficiarían de la inversión en protección y conservación de la flora y fauna.

“Las cosas desde el punto de vista de regeneración de ecosistemas van más lentas de lo que nos gustaría”, concuerda Santiago Espinosa de los Monteros Harispuru, cofundador de Toroto, una empresa mexicana que desarrolla y gestiona proyectos de restauración como secuestro de carbono o regulación de la biodiversidad.

“No vamos a tener suficientes recursos para enfrentar la crisis climática dos veces, ni siquiera vamos a tener suficientes recursos para enfrentarla una vez”, advierte. “Es un problema de escala, es decir, para restaurar y conservar la cantidad de ecosistemas que tenemos que restaurar, falta mucha infraestructura. Necesitamos cuidadosamente diseñar y colocar la cadena de suministro de la restauración. Este trabajo no está hecho todavía”.

Créditos de carbono en construcción

Pachama y Toroto son socios estratégicos de Mercado Libre, la multilatina de ventas por internet, en su programa de sustentabilidad, Regenera América. A finales de septiembre, la empresa de tecnología anunció una inversión de 2 millones de dólares en un nuevo proyecto para restaurar 570 hectáreas del Corredor Campeche de la Selva Maya, en la Península de Yucatán, considerado el bosque tropical más extenso de Centroamérica. Con eso, están desarrollando nueve proyectos en Latinoamérica: siete en Brasil y dos en México, por unos 23 millones de dólares.

Tras el anuncio a la prensa, los representantes de las tres compañías se sentaron con América Futura en una entrevista en un saloncillo del museo de los niños de la Ciudad de México, donde también inauguraron una exposición.

Guadalupe Marín, directora regional de Sustentabilidad de Mercado Libre, reconoció las complejidades de la industria de la logística: su dependencia en vehículos que utilizan combustibles fósiles para las entregas, la falta de oferta de materiales biodegradables para los empaques o la escasez de autos eléctricos para satisfacer las necesidades de las ventas en línea, que siguen creciendo. En general, destaca una latente falla de innovación sustentable, que, aunque avanza, presiona en la agenda sustentable de las empresas. “Y que bueno que presione”, zanja. “Esta idea del hombre separada de la naturaleza es la que nos ha llevado al punto donde estamos”, agrega más adelante en la conversación.

Ante esto, la especialista dibuja una hoja de ruta para sus pares: “Lo primero que tienen que hacer las compañías es tratar de descarbonizar y encontrar soluciones que les permitan llevar sus negocios a un menor costo ambiental, con un menor costo de emisión. Pero estamos en una situación muy apremiante a nivel mundial y todavía nos falta mucha innovación”.

“Todas las empresas vamos a tener que ir a esquemas de compensación de lo que no reduzcamos”, agrega. Una manera de compensar es a través de los mercados de crédito de carbono. Latinoamérica no tiene un intercambio obligatorio, como la Unión Europea, donde las empresas que sobrepasan límites determinados de emisiones de gases de efecto invernadero deben compensar su huella a través de la compra de estos instrumentos. Equivalen a toneladas de carbono reducidas, capturadas o no emitidas, a través de la implementación de proyectos ambientales.

Empresas multilatinas
Un centro de distribución de MercadoLibre en São Paulo (Brasil), durante el día de promociones 'Black Friday' en 2020.Jonne Roriz (Bloomberg)

Por ejemplo, la restauración del Corredor Campeche, para unir zonas protegidas remanentes de la Selva Maya, se traducirá en carbono capturado y no emitido, a través de reforestación y preservación de especies. Viéndolo de forma más sencilla, la compra de futuros créditos de carbono equivale a invertir en planes de conservación para tratar de mitigar el efecto creado por las actividades productivas.

“Un mercado de créditos de carbono es un camino concreto y real. Pero tampoco creemos que eso va a ser suficiente, ni para nosotros, ni para lo que necesita el ambiente”, agrega Marín. “Por eso, este proyecto, que va en paralelo a un mercado de crédito que se va construyendo a futuro, busca restaurar y conservar los biomas para que no se sigan degradando”, explica.

Brasil es uno de los mayores emisores de bonos de carbono del mundo, en parte, por su diversidad natural y su riqueza amazónica. Mientras, México viene ganando tracción pero de a poco.

Un guajolote en la Reserva de la Biósfera de Calakmul, en Campeche, en 2022.
Un guajolote en la Reserva de la Biósfera de Calakmul, en Campeche, en 2022.RAQUEL CUNHA (REUTERS)

Deuda y capital para el ambiente

Mientras la regulación define el momento para crear mercados de carbono obligatorios, otra iniciativa destaca para levantar recursos y recolocarlos en proyectos de conservación. Los bonos verdes a menudo se confunden con los créditos de carbono, pero en realidad son instrumentos de deuda que ofrecen rendimientos a sus tenedores y representan una vía adicional de captar dinero para los emisores, que deben dirigirlos a programas de sustentabilidad.

Por ejemplo, hasta el final de 2022, la embotelladora y distribuidora mexicana Coca-Cola FEMSA había asignado unos 664,87 millones de dólares de un bono colocado en mercados internacionales en 2020 a “financiar o refinanciar proyectos verdes elegibles en tres categorías principales —economía circular, gestión del agua y acción por el clima—”, dijo la empresa en una respuesta escrita a América Futura.

La empresa tiene concesiones para explotar 28 millones de metros cúbicos de agua al año para sus plantas que, en ocasiones, operan en lugares fuertemente afectados por la sequía. Frente a las críticas que a veces genera su actividad en este sentido, el gigante también emitió bonos de sostenibilidad en el mercado local, por un monto de 9.400 millones de pesos (más de 540 millones de dólares) en 2021. “Con los bonos vinculados a la sostenibilidad nos comprometimos a lograr una razón en el uso de agua de 1,36 litros por litro de bebida producida para 2024 y 1,26 litros por litro de bebida producida para 2026. Al cierre de 2022, la razón era de 1,46 litros, un referente en eficiencia hídrica en el sistema Coca-Cola”, agregó.

Es un caso de una tendencia que cobra impulso. Un 44% de las colocaciones de deuda a largo plazo de 2022 respondieron a bonos verdes de empresas, instituciones financieras y Gobierno, según informa la Bolsa Mexicana de Valores.

Estos números crecientes se traducen, en muchos de los casos, en búsqueda de tecnología que abarate costos y reduzca el impacto negativo de las operaciones. Kamay Ventures es un fondo corporativo de capital de riesgo que justamente busca invertir en empresas que usan innovación para resolver cuellos de botellas industriales como facilitar entregas o reducir el desperdicio de agua.

Sus inversores principales son Coca-Cola, el productor de alimentos Grupo Arcor y la panificadora Bimbo y está enfocado en etapa seed o semilla, es decir empresas jóvenes, pequeñas y con modelos de negocio aún en desarrollo, que buscan capital a cambio de una participación en su emprendimiento.

Antonio Peña, managing partner de Kamay, explica que, como regla general, miden el impacto sostenible de todas las empresas en las que están pensando en invertir, ya sea foodtechs (tecnología alimenticia), fintechs (tecnología financiera) o climatechs (tecnología para prevenir el impacto climático). “Básicamente es llevar tecnología a industrias existentes desde épocas inmemoriales para mejorar los procesos y buscar nuevas soluciones”.

Por ejemplo, en comida, exploran cómo usar IA para encontrar nuevos ingredientes que permiten generar productos más sanos. También cómo aplicar tecnología para mejorar el rendimiento –o detener– la evolución de bacterias, fertilizantes, hongos o incluso moscas. Lo mismo en casos de logística, deforestación o emisiones. Así, tienen en su portafolio a una ecuatoriana que hace entregas con drones de cero emisión o una argentina que mide la utilización del agua en cultivos agrícola y cómo maximizar su aprovechamiento.

“Todos los fondos en Latinoamérica cada vez miramos más el impacto [sustentable] de nuestras soluciones. Sobre todo, y especialmente en nuestro estadio, que es seed, medimos la conciencia que hay detrás y por dónde optimizamos el tener en cuenta el clima”, agrega Peña en una videollamada.

“Soy inversor, pero nací emprendedor. Y puedo decir que, a veces, el problema entre nosotros los fondos y los emprendedores es que somos más lentos. Pero los recursos están viniendo”, afirma. “Ya más allá de las declaraciones de buenas buenas intenciones, hay una decisión de invertir en este tipo de startups”.


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