El festival de payasos que lleva ayuda humanitaria y salud a aldeas remotas de la Amazonia
El evento fundado hace 17 años por la actriz peruana Wendy Ramos y el médico y activista estadounidense Dr. Patch Adams se ha convertido en un proyecto de ayuda permanente en Iquitos, Perú
EL PAÍS ofrece en abierto la sección América Futura por su aporte informativo diario y global sobre desarrollo sostenible. Si quieres apoyar nuestro periodismo, suscríbete aquí.
Rossana Céspedes ha vivido durante sus más de cuarenta y pico años en el distrito de Belén, en Iquitos (Perú), un lugar caluroso, asolado por la pobreza y con frecuentes inundaciones. Cuidó de su madre durante años —al final la llevaba en brazos al baño—, hasta que murió de párkinson. Era 2006 y se sentía agotada y perdida. Ya “no quería seguir viviendo”. Fue entonces cuando aparecieron los payasos. “¡Era algo hermoso y un espectáculo para la vista! ¡Qué disfraces!”, recuerda . “Trajeron cosas que nunca habíamos visto aquí, en la selva”.
Cuenta que siguió a los coloridos payasos por toda la ciudad “como hipnotizada”. Esa experiencia que le cambió la vida fue el primer Festival de Belén, un encuentro anual de una semana que reúne a payasos, trabajadores sociales y profesionales de la salud en una de las zonas más pobres y remotas de Perú. El encuentro, cuya celebración es una mezcla de ayuda humanitaria, actividades artísticas y diversión, cuenta con clínicas, pinturas murales y talleres pensados para inspirar y educar a la población infantil de la zona.
Actualmente, el festival lo organizan los residentes de la zona, como Céspedes, a quien sus amigos payasos conocen como Chana. Ella misma se pone su disfraz, unas gigantescas orejas de ratona doradas y un vestido rosa de lunares, y sale a divertirse con sus vecinos. “Todos los años los esperaba, y así es como fue cambiando mi vida”, cuenta Céspedes a The New Humanitarian. “Y ahora soy una más”.
“Un mundo distinto” en una ciudad sobre pilotes
Iquitos, en plena selva amazónica, tiene 400.000 habitantes y es la ciudad más grande del mundo a la que no se puede llegar en automóvil. La urbe en sí es un destino para turistas que se dirigen a un crucero por el río Amazonas o a una ceremonia de ayahuasca. Cuenta con un hotel Hilton Doubletree, bares en azoteas y una plaza verde y cuidada con esmero.
Aunque está a menos de 10 minutos del centro de la ciudad en tuktuk, la zona Baja de Belén, o Bajo Belén, es un lugar totalmente distinto. Allí se hacinan familias enteras en viviendas sencillas de una o dos habitaciones. El trayecto transcurre por el famoso mercado de Belén, lleno de pirañas, cabezas de caimán y hierbas medicinales de la selva, y por un camino empinado hasta una llanura de tierra cubierta por hileras de casitas de madera improvisadas sobre pilotes.
“Es como vivir en otro mundo”, asegura Eliscene Carrión, una joven de 25 años que organiza el festival de este año. “Belén y la ciudad (Iquitos) son muy diferentes”. Belén se asienta en las orillas del río Itaya, uno de los más de 1.000 afluentes del Amazonas. De enero a junio, durante la época de lluvias, se inunda. Las canoas reemplazan a los tuktuk y la gente puede pescar desde el salón de su casa. Se la conoce como “la Venecia del Amazonas”.
El distrito de Belén tiene una tasa de pobreza extrema del 14%, casi el doble que la del departamento de Loreto, donde se sitúa. Bajo Belén, además, tiene sus propios problemas. Las inundaciones, la basura, las aguas residuales sin depurar y la precariedad de las construcciones comportan un alto riesgo de enfermedades transmitidas por el agua y muerte por ahogamiento. En 2014, el Gobierno peruano abandonó un proyecto para renovar las estructuras inseguras y aprobó una ley para reubicar a sus residentes en un nuevo emplazamiento a 15 kilómetros de distancia.
Hay quienes se marcharon de Belén, mientras que otros, como Céspedes, se quedaron e intentaron presionar al Gobierno para que invirtiera en la construcción de infraestructuras básicas en Bajo Belén, en lugar de alejar a la gente de su trabajo y su familia. Céspedes dice que Belén “es una zona olvidada”.
Tanto los payasos como la gente de Belén se conocen bien. Una concurrida mañana de domingo, durante el Festival de Belén de este año, a principios de agosto, los payasos desfilaron por el bullicioso mercado con coloridos y extravagantes atuendos, con la cara pintada y la nariz roja, portando aros de hula-hula y pollos de goma. Se detuvieron para tocar el ukelele y el kazú, para animar a un vendedor que mezclaba una masa y para dar un masaje a una mujer que vendía pollos. “Vienen todos los años”, comenta la mujer tras el masaje. “Nos dan alegría y paz”.
La comunidad toma las riendas del festival
El festival fue fundado en 2006 por dos payasos famosos: la actriz Wendy Ramos, que interpretó a una payasa en un popular programa de la televisión peruana, y el doctor Patch Adams, un médico, activista y payaso cuya historia de vida inspiró una película de 1998 protagonizada por Robin Williams. Con los años, se han asociado con ONGs, han puesto en marcha proyectos de ayuda más permanentes en Iquitos para ofrecer actividades artísticas y asistencia sanitaria durante todo el año, y han servido de inspiración a algunos residentes de Iquitos como Céspedes, que se han convertido en payasos.
El de este año fue el primer festival sin Adams. Pese a ello, acudieron payasos de todo el mundo, pero los organizadores eran locales, con Carrión a la cabeza, quien creció en la zona trabajando con su madre en el mercado de Belén. Asumir el liderazgo del festival ha generado orgullo en la comunidad y un sentimiento de autonomía. “Ya va siendo hora de que seamos nosotros quienes asumamos las riendas, porque vivimos aquí”, dice Carrión. “Conocemos bien los problemas que tenemos en nuestras comunidades”.
Cuando los payasos llegan a Bajo Belén, niñas y niños se lanzan a los gritos. Juegan con sus tambores y maquinitas de burbujas, y también al pillapilla. En su disfraz, Carrión dice que puede ser ella misma, totalmente desinhibida, y que puede acercarse a los niños con el juego y el lenguaje corporal. “Quiero trabajar con los niños y niñas porque creo que se merecen tener una calidad de vida como todo el mundo”, dice Carrión.
La infancia en Belén puede ser peligrosa y corta. Aunque no hay datos recientes que lo confirmen, la desnutrición crónica siempre ha sido un problema importante. Un voluntario de una clínica explicó a The New Humanitarian que este año ha habido diarrea generalizada entre la población infantil. Según un informe de UNICEF de 2019, casi un tercio de las adolescentes tiene su primer embarazo antes de cumplir los 20 años y solo alrededor del 40% de los adolescentes del departamento de Loreto termina la secundaria, en comparación con el 86% de Lima.
Después del desfile de payasos, una clínica ambulante
Durante el festival de este año, una mañana un grupo de payasos recorrió las calles de Bajo Belén con megáfonos para anunciar una clínica ambulante. Los juegos de “pato, pato, ganso” entretuvieron a los niños mientras los voluntarios se reunían y montaban mesas y carpas verdes, una sombra muy necesaria, ya que la temperatura alcanzó los 41 grados.
Había payasos con conocimientos médicos y profesionales sanitarios de toda la ciudad: dentistas, personal sanitario de un hospital regional y estudiantes de nutrición. Allí tomaron las constantes vitales a los residentes, hicieron pruebas rápidas de VIH y sífilis, y repartieron antibióticos, cepillos de dientes y preservativos.
La estrecha relación entre los payasos y la comunidad, fruto de la diversión y el humor, también abre la puerta a mantener conversaciones serias. Vanesa Romano, médica y payasa argentina, asesoró a los pacientes durante la clínica, en la que muchas mujeres contaron casos de violencia de género. “Fue duro”, dice Romano. “El festival nos conecta con el juego, con la alegría. Pero bueno, todo esto [la violencia] también está. Y en este espacio de cuidado, hoy creamos comunidad y eso demuestra que hay confianza para poder hablar del tema”.
Romano, que pasó tres años como voluntaria en Belén, compara su trabajo con el de una hormiga: muchas pequeñas acciones que con el tiempo suman grandes logros. Y el fruto de su trabajo en Iquitos, tal como ella lo ve, es que ahora el festival está a cargo de gente local que encontró inspiración. Gente como Lucía Isuiza Ramos.
“Ya es hora de que el festival sea cosa de los de aquí, de nosotros, que somos de alguna manera el resultado de estos años anteriores”, dice. Cuando no está ejerciendo su personaje de payasa, Ramos trabaja como psicóloga en Iquitos. Cuando era una adolescente curiosa, recuerda haber visto de lejos a los payasos de allí. Ahora, a sus 30 años, ayuda a organizar el festival. Durante la clínica, se sienta en el maltrecho escalón de madera de una casa con un cartel que dice “psicóloga”.
Ahí, lejos de la multitud, niños y madres le cuentan sus problemas. “En la comunidad vemos a diario casos de violencia”, afirma. Hay problemas de alcoholismo y violencia doméstica. “Así que lo ven como algo normal. El hecho que se golpeen normaliza la violencia desde una edad temprana, con un estilo de crianza que no es aceptable”.
Según la asociación local La Restinga, en Bajo Belén nueve de cada 10 niños afirman haber sido víctimas de algún tipo de violencia. En todas las conversaciones con sus vecinos de Belén, Ramos se esfuerza por acabar con la espiral de maltrato doméstico “Lo primero que hay que procurar es que sepan expresar lo que sienten”, dice mientras sostiene tres círculos de papel con una cara triste, otra enfadada y otra feliz. “Como es lógico, los adultos debemos apoyar a estos niños para que validen lo que sienten y que no los queramos solo cuando están contentos”.
Todo es posible
El objetivo de Carrión es conseguir que el Gobierno peruano financie su grupo y lo convierta en un punto de cultura oficial, una organización que promueve el arte y la cultura entre las poblaciones vulnerables. Si consiguen esta distinción, Carrión se plantea crear clínicas permanentes de salud mental para tratar los problemas de suicidio, depresión y ansiedad y normalizar la asistencia a terapia. Además, podrían impartir clases y talleres de arte para niños.
Perú tiene una de las tasas de trabajo infantil más altas de América Latina: más del 20% de los niños y niñas de entre 5 y 14 años trabajan en el país. En Belén, explica Carrión, muchos venden caramelos en la calle. Allí donde tantos niños sufren violencia, embarazos no deseados y trabajo forzado, el festival de payasos les brinda una oportunidad para soñar. El festival de este año contó con el taller para infancias El cine como arte mágico.
Céspedes afirma que la iniciativa ya ha dado sus frutos. Ha sido testigo de cómo las jóvenes generaciones de la zona aprovechan las oportunidades, y recuerda a algunos en particular que participaron en festivales anteriores y que se han dedicado a la producción de vídeo. Livia Silvano Pacaya, una de las participantes, ha filmado un cortometraje sobre abuso sexual en Belén, que ha titulado Bufeo, y que está presentando en festivales de cine.
“Poco a poco la situación va mejorando. La juventud ya piensa de otra manera”, dice Céspedes. “Todo es posible, pero [solo] se consigue con mucho trabajo. El mundo no va a cambiar en un día, sino en muchos años, y paso a paso”.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.