La fuerza del chaccu, una ancestral práctica de conservación de vicuñas
En San Pedro de Pilas, una localidad del departamento de Lima, en Perú, se realiza cada año esta ceremonia ritual, de raíces prehispánicas, para esquilar a estos animales
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Sobre una loma ubicada a más de 4.600 metros de altura sobre el nivel del mar en San Pedro de Pilas, en el departamento de Lima, un grupo de esbeltas vicuñas se asoma y mira. “¡Al suelo, todos al suelo!” grita un comunero, mientras el intenso sol de la puna comienza a resecar pieles en medio de este deslumbrante paraje andino.
El chaccu o chaku, “capturar” en quechua, ha comenzado y, en este crucial momento, se recomienda que, si los animales aparecen fuera de la cadena humana que los va encerrando, hay que tirarse al piso y quedarse quietos. De ese modo, pasarán por encima, saltando ágilmente, y se meterán al cerco de donde difícilmente podrán salir. Si, por el contrario, estos mamíferos característicos del altiplano andino quieren huir de cerco, hay que levantarse y espantarlos hacia adentro agitando unas tiritas de colores.
Pero esta vez no ocurre así. El macho que lidera a estas vicuñas (generalmente los grupos se conforman por un macho, tres hembras y dos juveniles) ha volteado sagazmente en dirección contraria, junto con su manada, para perderse en medio de una polvareda. Los comuneros se lamentan, pero por poco tiempo. “Tenemos que seguir atentos”, dice uno de ellos. En esta práctica ancestral, que según el veterinario Enrique Michaud del Servicio Nacional Forestal y de Fauna Silvestre (Serfor) viene de unos 8.000 años atrás, no hay que bajar la guardia.
La técnica prehispánica es bastante eficaz. Como es literalmente imposible alcanzar a las vicuñas persiguiéndolas —estos animales llegan a tener una velocidad de hasta 45 kilómetros por hora—, lo que se hace es ubicar los rebaños en las alturas (el animal vive de 3.500 a 4.800 metros) y organizarse un día determinado, para que cientos de personas salgan a formar una cadena humana que cerca a los rebaños hasta que ingresan a un corral.
Salen hombres, mujeres, ancianos y niños. La operación en San Pedro de Pilas comienza desde la noche anterior. El exalcalde Melquiades Quispe llama a los pobladores con un altavoz para que a las cuatro de la mañana se concentren en la plaza central del pueblo y suban a los camiones que los llevarán hacia arriba. En la fría madrugada, en efecto, los hogareños, bien enfundados en abrigos de lana o chaquetas, trepan a los vehículos, que luego ascenderán por una carretera de tierra empinada, durante dos horas que transcurren entre luz tenue, nubes y cerros.
La pampa donde se realizará el chaccu, medio rocosa y con algunos desniveles, está al pie de una roca llamada Maururo, a la que se considera un apu (lugar sagrado en el mundo andino), y sobre la cual vuelan imponentes dos cóndores andinos. Cerca de allí es donde, cuando el día ya clarea, comienzan a aparecer —como animales fantásticos que rompían el paisaje— las vicuñas.
Según cuenta Quispe, el primer chaccu de Pilas se realizó en el año 2013. Sucedió después de que, por varios años él y otras personas gestionaran ante el Consejo Nacional de Camélidos Sudamericanos (CONACS), un organismo del Estado encargado de proteger a estos animales, un expediente técnico para el manejo sostenible de este animal silvestre, ya que la técnica había caído en desuso. Años atrás, recuerda, “llegué a ver por acá decenas de cadáveres de vicuñas regados por la pampa, mientras andaba”. Desde el inicio de la República y hasta tiempos recientes, la caza fue violenta y desmesurada, no como en tiempos prehispánicos, en los que el aprovechamiento de la vicuña era controlado.
Un animal providencial
La recuperación de los chaccus en el Perú en los últimos años es una forma de neutralizar la caza furtiva de la vicuña, cuya preciosa fibra puede costar hasta 300 dólares por kilo. En el mundo prehispánico, el animal era capturado y esquilado para fabricar trajes de las supremas autoridades, como el Inca. Pero durante la Colonia y La República se desató una cacería sin cuartel que impactó dramáticamente a la especie. Se estima que hacia el año 1965 quedaban apenas unas 3.500 vicuñas en el país, cuando antes había cientos de miles. Actualmente, de acuerdo con el ‘Convenio Vicuña’ del 2016 había 200.000 vicuñas en el Perú; hoy pueden ser muchas más, como afirma el ingeniero Gustavo Escobar, otro especialista en el tema, quien recuerda que este es el país donde hay más vicuñas.
El año 1969 se crea la Reserva Nacional Pampa Galeras, ubicada en el departamento de Ayacucho (Sierra Central) para amortiguar la crisis, y es allí donde, tras varios ensayos de chaccu entre los años 70 y 80, se realiza el primero más organizado en 1992. A partir de entonces, la práctica ancestral, un ejemplo “de manejo de fauna silvestre y de conservación” según Michaud, se va expandiendo. En la actualidad, se realizan unos 260 rituales en todo el país.
“Se trata de una trampa mejorada”, añade el especialista. Al arrear las vicuñas a un corral, tras cercarlas con una cadena humana, se procede a esquilar a las más adultas y después se las libera. A las más jóvenes se les suelta antes, sin esquilarlas, de modo que sigan desarrollándose y pueden llegar a vivir hasta unos 20 años. No se les mata y con eso se consigue que la población se mantenga y crezca.
El chaccu de Pilas tiene una peculiaridad: a diferencia de otros, donde la actividad tiene ya una connotación turística, este es más popular, surgido desde el esfuerzo mismo del pueblo y en una localidad ubicada a unas cuatro horas en auto desde Lima. Contó, además, con la ayuda del ayuntamiento de Pilas, un municipio de Sevilla, en España, que en el 2006 donó a esta comunidad andina 23.000 euros para que se afinara el proyecto de recuperación de esta práctica.
La vicuña, por añadidura, tiene una historia algo desconocida. Como apunta Michaud, los primeros camélidos que aparecieron en los Andes, quizás millones de años atrás, fueron la vicuña y el guanaco. La domesticación propiciada por el hombre prehispánico, hace unos 8.000 años hizo que la primera diera origen a la alpaca, hoy también de fibra muy apreciada; en tanto que el segundo dio origen a la llama, acaso el más emblemático animal de la zona andina.
Además, las pezuñas de la vicuña son blandas, no aplastan la tierra y, por lo tanto, no dañan el ecosistema de la puna; tampoco arrancan el pasto andino al comer, como sí lo hacen las vacas u ovejas. Más bien lo mascan y cortan. Estas cualidades hacen que los recursos hídricos se mantengan bajo tierra, porque es la cobertura vegetal la que hace que los acuíferos se recarguen y no se produzca la erosión. Así, los chaccus, al ser recuperados, se han convertido en una importante forma de manejo de fauna silvestre.
La fibra y la vida
“Estoy acá para apoyar a mi comunidad”, sostiene Isaías Huacho, un fornido hombre de 72 años, luego de que hábilmente se tiró al piso y propició que una vicuña se metiera al cerco. Soporta sin problemas el frío y la altura y afirma que el chaccu es beneficioso para su pueblo. Como cuenta Quispe, el año pasado el dinero recaudado por la fibra se destinó a financiar en parte actividades culturales en el colegio de Pilas. También puede servir para ayudar a personas sin recursos.
Este año, el ritual arroja cifras positivas. Se logró capturar a 262 vicuñas, de las cuales 162 fueron esquiladas y producirán unos 30 kilos de una valiosísima fibra. Otras, 140, entre grandes y pequeñas, fueron liberadas porque no estaban en condiciones de esquila. Unas 100 no pudieron ser atrapadas. Al fondo, en medio de la cegadora luz andina, se ve corriendo a algunas de ellas, que se desplazan grácilmente en medio de la pampa. Isabel Medina, una cantante pileña, suelta en medio de la esquila una dulce canción: Vicuñita del Maururo, qué bonita eres…
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