Volcánicas, una colectiva feminista para ayudar a las migrantes nicaragüenses en Costa Rica
El espacio sirve para compartir las necesidades y los duelos de las exiliadas. Desde 2018, el Gobierno costarricense ha recibido más de 200.000 solicitudes de refugio
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Ser mujer, migrante y exiliada no es un camino fácil. Eso bien lo sabe la nicaragüense Heyling Marenco que tuvo que salir forzosamente de Nicaragua hacia Costa Rica debido a la persecución y amenazas del régimen de Daniel Ortega. Huyó el 4 de agosto de 2018 cuando era estudiante de la carrera de Trabajo Social. Pero por haber participado en las protestas en contra del Gobierno que iniciaron en abril de ese año fue expulsada de su universidad. Esas manifestaciones masivas, que fueron reprimidas con fuerza, se saldaron con más de 300 muertos y marcaron el inicio de la crisis sociopolítica que vive Nicaragua.
Cruzar la frontera por tierra a Costa Rica era la opción más fácil después de que las autoridades nicaragüenses le negaran “el derecho de un pasaporte”, según cuenta. La llegada no fue fácil. Estaba sola en un país que no era el suyo y donde inicialmente pensó que pasaría solo tres meses. Marenco, de 29 años, lleva ya cinco años viviendo en San José y desde diciembre pasado tiene estatus de refugiada.
Las dificultades que enfrentaba no eran ajenas a las de muchas otras nicaragüenses que habían migrado por razones similares y con las que coincidió en San José como Génesis Herrera o Ximena Castilblanco, entre otras. Las mujeres comenzaron a reunirse y charlar. Hablaban de sus experiencias, sus vivencias, sus necesidades y sus duelos. Buscaban un lugar seguro donde compartir y a finales de 2018 de esos encuentros surgió la colectiva feminista Volcánicas, que promueve y defiende los derechos de las mujeres nicaragüenses migrantes y exiliadas en Costa Rica a través de diversas acciones.
En total las cofundadoras de Volcánicas son 12, todas mujeres nicaragüenses, jóvenes, feministas, migrantes y exiliadas. “Hemos realizado talleres con el objetivo de informar sobre los procesos de solicitud de refugio y el proceso legal para denunciar violencia de género… Uno de nuestros ejes centrales es la sanación, esto porque Nicaragua es un país históricamente violento y herido, consideramos que no podemos cambiar un lugar sin trabajar las heridas que ese lugar nos ha dejado”, dice Génesis Herrera, de 24 años, quien salió del país en agosto de 2018 luego de haber sido apresada por manifestarse en Chinandega y de recibir amenazas por parte de personas aliadas al régimen.
Como colectiva, cuenta Marenco, buscan guiar y ayudar a otras mujeres por esos procesos por lo que ellas mismas ya pasaron. “Que otra compañera que está pasando por lo mismo le pueda ser útil”, asegura. Quieren poder “visibilizar las vivencias de las mujeres migrantes y exiliadas en Costa Rica. Somos nosotras mismas las que estamos hablando de nuestras propias historias. No es alguien ajeno a nuestras experiencias”, dice Ximena Castilblanco, de 28 años, coordinadora de Comunicación de Volcánicas y exiliada también por su participación en las protestas.
Migración histórica
La migración nicaragüense hacia Costa Rica es de vieja data. Sin embargo, a partir del estallido de la crisis sociopolítica ha incrementado. Según cifras oficiales, desde 2018 el Gobierno de Costa Rica ha recibido más de 200.000 solicitudes de refugio.
Hasta febrero de 2022, según las cifras de la Agencia de la ONU para Refugiados (Acnur), el número de personas nicaragüenses en busca de protección en Costa Rica superaba el total de refugiados y solicitantes de asilo que hubo en la década de 1980 con las guerras civiles centroamericanas, momento en que Costa Rica se convirtió en un santuario para quienes huían de la violencia.
Las integrantes de Volcánicas, cuyo nombre es un recordatorio a Nicaragua, conocida por ser “tierra de lagos y volcanes” y a esa fuerza de cada una de las integrantes, aseguran que ser mujer migrante y poder ayudar a otras en la misma situación se siente como un proceso reivindicativo.
“Es apapachador cuando nos encontramos y vamos por este camino migrante juntándonos con otras que tienen las mismas demandas y necesidades. Hace que podamos tener una respuesta a la realidad y poder reconstruirnos desde ahí”, dice Herrera, que reconoce que su propio proceso no ha sido difícil, pero que ha encontrado amigas que han hecho de su adaptación “un proceso de ternura y cariño”.
Ser co-fundadora de Volcánicas, dice Castilblanco, se siente “súper poderoso y reivindicativo” porque es ser parte de una colectiva donde “soy una mujer con voz en un espacio que lo creamos desde cero y donde nos sentimos seguras”.
Para Marenco, el proceso de exiliarse ha sido muy difícil. Hubo un tiempo que no compraba cosas porque le daba la sensación de permanencia, pero ahora, afirma, ha sabido reconocer el aquí y el ahora. “Lo más bonito para mí ha sido todo el aprendizaje, sentirme acompañada luego de muchos temores que hay, no sentirte sola y construir esta red que al final no solo somos nosotras…hay un montón de mujeres nicaragüenses. A mí esta colectividad me salvó la vida”, asegura.
Ahora, para ellas, no se trata solamente de sus propias historias y necesidades, sino de acompañar a otras mujeres nicaragüenses migrantes, solicitantes de refugio y refugiadas en sus procesos.
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