Tres actos, siete cuadros y unas cumbias: la compañía migrante que pone en escena a García Lorca en México
El grupo teatral está formado por personas que llegaron desde Brasil, Colombia, Turquía o España y que encuentran en el arte una forma de transformar su experiencia en un nuevo país
“Yo extraño a mis papás, que están en Francia. Extraño a mis amigos, que aunque hablo con ellos no es lo mismo. El queso de cabra bien fuerte; el pastel de chocolate de mi abuela; el olor del pan en la panadería. Ver el jardín desde la ventana. A veces extraño mi cama calentita. ¿Qué más extraño? El horario del bus, porque en Francia puedes saber a qué hora pasa el bus”. Habla Elise Goetz. Ella –28 años, francesa– recibió una indicación al oído e improvisó. Está delante de una docena de personas. Cada una llegó a Ciudad de México en diferentes momentos desde diferentes lugares: Brasil, Turquía, España, Colombia, Ucrania, también desde distintos Estados de México... Forman parte del mismo grupo de teatro. Se llaman La Compañía Migrante.
Crearon la compañía hace seis meses. Dos noches a la semana, después de terminar sus días de trabajo, se reúnen a ensayar la primera obra que van a presentar. Será una adaptación de Bodas de sangre, la tragedia en tres actos y siete cuadros de Federico García Lorca. Empezaron a prepararse en un espacio que pagan entre todos y este domingo de principios abril, cuando EL PAÍS visita el ensayo, la práctica se hace por primera vez la Casa Refugio Citlaltépetl , la casona de la colonia Condesa que será su escenario el 15 y el 26 de abril.
Eliaquim Guimaraes sigue con el ejercicio cuando termina su compañera francesa. La dinámica es la misma: Jorge Escandón, el coach actoral, se acerca, le dice algo inaudible para el resto y él empieza a recitar. Pero la consigna ha cambiado: “En mi ciudad [de origen], odio tener que saludar a mucha gente en la calle… ¿Qué odio? Odio que… ¡No hay horchata en Brasil ni chilaquiles! Todo el tiempo tienes que bañarte porque sudas. Odio… Odio… ¿puedo mentir?”. Guimaraes, que dejó su país por razones económicas, hace reír al grupo. No hay tantas cosas que deteste. A Ciudad de México llegó después de vivir en Estados Unidos, hace un año y medio, y ahora está intentando conseguir los documentos que necesita para residir aquí.
Elise Goetz, Eliaquim Guimaraes, Hasan Kucukalpelli, Blanca Arcos, Larissa Urbina, Sebastián del Río, Jaime Botello, Laura Bertipaglia, Mateo Salda, Thábata Cavalcante y Minah Cerviño son algunos de los integrantes del elenco. La compañía se creó bajo la dirección de Omar Olvera; el equipo también está liderado por Morelia Villarino, coreógrafa, y Hugo Morales Zendejas, responsable de la música. Casi ningún miembro del elenco, sin embargo, se dedica de forma profesional al arte. Goetz, por ejemplo, es ingeniera ambiental; Guimaraes da clases de portugués e inglés; Hasam Kucukalpelli empezó un proyecto culinario… El teatro ha sido, para la mayoría, una forma de transformar su experiencia en un nuevo país.
Historias hechas arte
Todo empezó, sin embargo, antes de que se fundara la compañía. En 2020, Olvera fue invitado a participar del proyecto TransMigrART, un programa multidisciplinar financiado por la Unión Europea para crear talleres artísticos “que transformen la situación de vulnerabilidad de los migrantes” en diferentes partes del mundo. Como parte de su investigación, el creador organizó un espacio para migrantes en Ciudad de México. Las clases terminaron en octubre y, a modo de cierre, el grupo presentó una muestra. “Nos fue tan bien y la hemos pasado tan bien que todos hemos querido continuar”, explica Olvera mientras el grupo sigue trabajando.
“A través de los ejercicios creativos, consiguen volcar todas sus historias, sus traumas, sus vivencias en un objeto artístico”, continúa Olvera. Se refiere a una canción, un dibujo, una escena o un parlamento, por ejemplo, como los que improvisaron Goetz y Guimaraes. “Al convertirlas en un objeto creativo, inmediatamente pueden volverse espectadores de su propia obra y eso les permite ver su vida de otra manera y atender sus circunstancias con otra perspectiva. En lo colectivo, además, se sienten un poco más empoderados, con mayores herramientas, integrados gracias a las redes que empiezan a crear aquí adentro”, agrega.
México es, cada vez más, un país de destino para las personas migrantes. Entre 2000 y 2020, la población extranjera en el país aumentó en un 123%, de acuerdo con la Organización Internacional para las Migraciones (OIM). Más de la mitad de las personas que llegan al país, provienen de Estados Unidos (67%); el resto nacieron en Venezuela (6%), Guatemala (4%), Honduras (3%) o España (2%), según el informe del organismo internacional, publicado en febrero. El país, además, registró en 2022 el mayor número de “eventos” de personas en situación migratoria irregular y superó las cifras récord de 2021.
“En el grupo, hay quienes han venido de manera forzada, quienes han venido por una invitación de trabajo, quien viene por una decisión propia, porque tenía muchas ganas de cambiar de aire... Además, hay migrantes del interior de la República; ha sido interesante ver cómo se invisibiliza lo que sufre el migrante de aquí mismo”, señala Olvera. El artista explica que las vulnerabilidades que ha identificado en las personas que dejan su país son variadas y tienen que ver con temas legales, burocráticos, sociales, de idioma… El principal, según cree, es la nostalgia: “Es el que todo el tiempo sale a flote. La nostalgia de haber dejado a su familia, su contexto, a sus amigos, la casa... Y todo lo que conlleva”.
‘Bodas de sangre’ a la mexicana
“Prevenidos”, avisa Olvera, ya de regreso con el grupo. Terminado el entrenamiento, empieza el ensayo de Bodas de sangre. La idea de que esta sea la primera obra de la compañía surgió “fantaseando”, cuenta Blanca Arcos, que es española y llegó a México hace un año y medio con una oferta de trabajo como arquitecta. Ella participó en otros grupos de teatro en Madrid y Buenos Aires, pero esta experiencia ha sido diferente. “Creímos que podía ser interesante hacer una versión de Bodas de sangre mexicanizada y llevada a la actualidad, con lo bizarro que es que seamos todos de fuera”, dice.
El escenario se delimitó en una de las salas de esta vieja casona, en la que la escalera baja retorcida. El edificio tiene historia. En la década de los cuarenta, recibió a republicanos huidos de la Guerra Civil española. Después, fue albergue de escritores que huían del conflicto en los Balcanes. Tras el terremoto de 2017, se convirtió en un centro de acopio. Aquí está la biblioteca del periodista Javier Valdéz, asesinado en Culiacán. Hace algunos meses, otro grupo de teatro formado por migrantes centroamericanos y haitianos ensayó en la terraza La Tempestad, de William Shakespeare. Hoy ha abierto para el grupo que dirige Olvera.
La Novia está por casarse con el Novio, pero sigue enamorada de Leonardo Félix –el único personaje que tiene nombre–; su familia fue la responsable de la muerte del padre y el hermano de el Novio, y la Madre no lo olvida. En la versión de La Compañía Migrante, Leonardo Félix va en moto, en lugar de a caballo, y se bailan cumbias. La música, que suena en directo, fue creada especialmente para la obra. En medio de la sala, hay ahora una pequeña mesa redonda de madera, con un bordado al centro y cigarros; también hay botellas de cerveza en el piso. Suena una transmisión de radio grabada. Arcos la trae consigo cuando entra en escena.
–Hijo, el almuerzo.
Los actores se moverán por toda esa sala –incluida la escalera– para interpretar la tragedia. A los costados, quedará lugar para que los espectadores se sienten en sillas o se queden de pie. En una esquina, se ubicarán los músicos, Klauz Duane y Georgy Diorditsa, con guitarra y violonchelo. En este ensayo, un nuevo actor interpreta a Leonardo y está aprendiendo los parlamentos que deberá decir ante el público en pocos días. La Novia no ha podido asistir y Olvera encarna el papel porque el ensayo debe continuar. El hijo rechaza el almuerzo y le pide a la Madre la navaja, para cortar las uvas:
–La navaja, la navaja... Malditas sean todas y el bribón que las inventó. (...) Y las escopetas y las pistolas y el cuchillo más pequeño, y hasta las azadas y los bieldos de la era...
El primer acto está en marcha; vendrán el segundo y el tercero; los siete cuadros, y una ranchera final. Juan Gabriel, con eso de “no me he querido ir / para ver si algún día / que tú quieras volver / me encuentres todavía”. Una versión sincrética que suena a rumba flamenca.
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