“El futuro es chueco”: Brigitte Baptiste y el ecologismo ‘queer’ frente al colapso anunciado
La ecóloga trans asegura que adaptarnos a un planeta que nunca habíamos conocido por el cambio climático le va a exigir a la humanidad un verdadero ejercicio de contorsión
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Nunca pensó que hubiese conexión alguna entre su construcción de identidad de género, su rebelde aparición en público, a principio de siglo, como Brigitte Baptiste, y su saber como ecóloga. Pero se encontró con el libro Evolution’s rainbow de la profesora Joan Roughgarden, mujer transgénero, como ella, catedrática universitaria, como ella, y etóloga, que planteaba que, debido a la visión monolítica y masculina de la ciencia en el siglo XIX y XX, nunca reportamos, ni percibimos adecuadamente la diversidad sexual y de género en el reino animal.
¿Por qué no habíamos visto comportamientos homosexuales en casi todas las especies animales si efectivamente existían? ¿Por qué no se había hablado de la diversidad en los animales y, como animales humanos no habíamos hablado de esa condición de diversidad que nos atraviesa con más rigor? Su esposa, que la acompañó en su transición, y sus colegas empezaron entonces a hablarle de lo queer, un concepto que, a pesar de que lo encarnaba en su propio cuerpo, como bióloga, no lo tenía a mano. Se dio cuenta de que los estudios queer, que vienen de las humanidades y de las luchas de los grupos gays discriminados, no estaban hablando exactamente de lo mismo que planteaba esta nueva mirada de la ecología, pero sí que eran fenómenos equivalentes: era un llamado a la visibilidad de lo que había permanecido invisible.
“La ciencia cegó la diversidad de sexualidad, de género, también de familias, en los animales. La cultura, autoritariamente, cegó la participación de las personas queer en los diferentes ámbitos sociales. Y resulta que lo queer es un elemento fundamental para la evolución cultural, así como la diversidad sexual y de género lo es para la evolución biológica”, asegura Brigitte Baptiste, directora hasta el 2019 del instituto de investigación de recursos biológicos Alexander von Humboldt. La ecóloga, que ejerce de rectora de la Universidad EAN, fue también una de las primeras mujeres trans en Colombia en ejercer el derecho a cambiar su género en el documento de identidad.
“No soy determinista. Para mí el hecho de que haya animales gays, no implica una justificación biológica de la cultura queer humana, porque los humanos tenemos la libertad de por medio. Aquí hay un problema de fondo, y es que las personas diversas y la diversidad de sexualidad y de género entre los humanos se ha excusado frecuentemente en el carácter biológico de los hechos y a mí eso me parece problemático. Puede haber unos fundamentos biológicos complejos de analizar, pero no me voy a escudar ante la sociedad en la inevitabilidad de los hechos. Porque la diversidad no es una enfermedad, no requiere ser excusada, ni requiere ser explicada con categorías biológicas”, enfatiza Baptiste para dejar con sus planteamientos abierto el espacio para conversar sobre el ecologismo queer.
Pregunta. “Todos deberíamos saber más sobre ecología” es algo que como académica ha promulgado constantemente. ¿Qué es lo que hay tan potente en la ecología que encuentra tan esencial para entender el mundo?
Respuesta. La ecología es una ciencia relacional y plantea que el relacionamiento del mundo se logra a través de la complejidad de esas relaciones que son efímeras, inestables…Es una olla en ebullición que hace que las personas que trabajamos en ecología entendamos que el mundo está continuamente cambiando, en distintas escalas de tiempo y espacio, que siempre está activo.
Hay una porción de la ciencia a la que eso le parece demasiado complejo y dice: “No, vamos a reducir esa complejidad a las partes” y rompe el mundo en pedacitos y lo fija para tratar de entenderlo. Eso es lo que hacen los museos, por ejemplo, todo aquello que llega a los museos es una muestra parcial de la realidad, pero además muerta, porque está despojada de su relacionalidad.
P. Y esa visión relacional de la ecología, ¿qué implicaciones tiene para los seres humanos?
R. Para mí cada vez son más obvias: somos seres relacionales que estamos imbricados, entretejidos con el resto de seres vivos y con nuestra propia tecnología de creaciones. De manera que somos el resultado de cientos de miles de procesos que todos los días se están entrecruzando, al punto de que ninguno explica nada por completo. Esa complejidad engendra caminos absolutamente heterogéneos en todo. Entonces, ¿cómo no esperar que se produzcan patrones innovadores y emergentes producto de ese relacionamiento?
Ahí es donde la teoría queer es profundamente ecológica, porque habla de que todo se tuerce. En un mundo así, lleno de caminos posibles, todo acaba por torcerse. La teoría de lo queer es una teoría de lo desviado que, con humor y con ironía, plantea que la identidad es una ficción llena de anomalías y que todo y todos estamos chuecos.
El idioma está chueco, por ejemplo, las lenguas nunca están fijas y cambian. Nadie de este siglo se entendería con facilidad hablando castellano con alguien del siglo XVIII, porque estamos torcidos respecto a ese referente. La evolución siempre hace eso, se tuerce y tal vez lo más profundo de la teoría queer es que plantea que se tuerce por pasión, por las fuerzas eróticas y la sensibilidad. No se tuerce intelectualmente, es la pasión, lo único que hace posible que algo se desvíe de su camino autoritario o predeterminado.
P. Si la pasión nos mueve a esa potencia chueca en las relaciones humanas, ¿qué descubre la ecología en la naturaleza?, ¿qué la mueve a explorar eso? o ¿es que la naturaleza es chueca en sí misma?
R. ¡Justamente! Por eso es que yo digo que no hay nada más queer que la naturaleza, es su cualidad ontológica, la de, constantemente, en la complejidad de las relaciones que se establecen, torcerse.
P. ¿Podría contarnos en dónde se ve esa “chuequidad” ontológica de la naturaleza?
R. Es un proceso casi invisible, porque cotidianamente está asociado a las variaciones genéticas. Joan Roughgarden muestra muchos casos a todo nivel para hablar de diversidad de género y de familia. El más famoso, el pececillo Nemo que, cuando hay demasiados machos, hay algo en la comunicación hormonal que llega a un punto de saturación y hace que algunos se conviertan en hembras. Hay una señal compartida que es química y comportamental que hace que eso suceda. En general, los peces de arrecife, tan coloridos y llamativos, tienen ese tipo de capacidad, incluso, algunos pueden cambiar de sexo constantemente de macho, a hembra, a macho de nuevo, eso implica tener un aparato reproductivo sensible a las señales bioquimicas y hormonales.
Así las cosas, tendríamos ciclos de cinco años siendo mujer y otros de cinco siendo hombre, si hay demasiado de una cosa, te transformarías en la otra. ¡Ja! Eso nos ayudaría a entender las polaridades que no existen. En aves e insectos también existe esto. No son tendencias centrales o dominantes, ocurren en el margen de la adaptación, son los ensayos que son sujetos a selección natural.
P. ¿El ecologismo queer piensa en las plantas, siempre más plásticas y flexibles en sus comportamientos?
R. En las plantas es aún más evidente. La palma de cera, por ejemplo, que es el árbol nacional por ley en Colombia, es una palma que vive en la parte alta de las montañas, es endémica y está amenazada por la deforestación, y recientemente se descubrió que algunas palmas cambian de sexo. Entonces el árbol nacional colombiano cambia de sexo para adaptarse a las circuntancas. Ante la deforestación, hay una señal biológica que les hace saber que necesitan reproducirse más rápido, así que necesitan como especie que las palmas macho se vuelvan hembras o, al menos, produzcan flores hembras.
El ecologismo queer entra además a hablar de las relaciones interespecíficas, porque pensemos que las palmas con palmas, o los peces payaso con los peces payaso. Bueno, pero pensemos en la orquídeas que requieren ser polinizadas por un animal, eso es un ménage à trois, es una especie distinta que es indispensable para garantizar la reproducción de otra. El abejorro llega a la flor, que le ofrece libar el dulce néctar y, a cambio, le pone el polen para que vaya a otra flor y lo deposite. Un intermediario sexual, un acto prohibido, como una clínica de reproducción asistida.
P. Los humanos, entonces, como parte de la naturaleza, ¿estamos chuecos también?
R. En cuanto a los humanos, hemos cambiado el orden y la configuración de los ecosistemas totalmente, y lo hemos hecho para poder sobrevivir, pero también por placer, para disfrutar más la vida, para crear nuevas relaciones. Hemos reorganizado el mundo, hemos creado una comunidad relacional particular. ¡Ese es un ejercicio queer! Es torcido, es únicamente humano. De todos los seres vivos, somos a los únicos que se nos ocurre. Nuestra condición cultural es absolutamente chueca con respecto al resto del planeta.
Nuestra perspectiva, diría, es la de convertirnos en lo que creamos que podamos desear ser. Ulrich Beck, en su libro La sociedad del riesgo, nos plantea que con la tecnología podríamos hacer cosas absolutamente imposibles hace unos años. Estamos hablando de que, en lugar de pensar en mandar un cohete a la Luna, nos abrimos a la posibilidad de ser un cohete. Y no, no es imposible, las unidades de cuidados intensivos son las prótesis más efectivas y complejas que hemos desarrollado para extender la vida, inerte o inconsciente. Una UCI es un dispositivo robótico con el cual nuestro cuerpo puede trascender momentos de crisis, eso es el preludio de las unidades de sueño en las naves espaciales. En el Metaverso, por su parte, podrás querer ser una galleta de chips de chocolate y experimentar la sensación de que alguien te mastique. La concepción queer del Metaverso será nuestra siguiente gran pregunta.
P. En la ecología, los cambios se muestran en señales de disturbio o perturbación extrema. Si eso es así, ¿ve que estemos en una sociedad que camina al cambio?
R. Se llaman señales tempranas y se dan cuando viene un gran cambio ecosistémico, un bosque que se va convirtiendo en un desierto, o una laguna que cambia. Yo creo que sí hay señales tempranas muy claras de cambio en las nuevas generaciones. Yo, como rectora de una universidad, veo la expresión identitaria de las miles de personas universitarias que están en los países occidentales y liberales, en donde las señales de comunicación permiten que cada quien opere sobre su cuerpo y se presente de forma más autónoma y experimental. Hay miedo, sí, porque es una experimentación y no hemos construido aún un conjunto de códigos satisfactorios para acercarnos los unos a los otros. Hay muchas formas de organizarse que tienen que emerger de este cuestionamiento sobre las libertades que estamos recibiendo, y que hemos logrado gracias y, sobre todo, a los movimientos feministas del siglo XIX y siglo XX. No se entienden esas libertades contemporáneas sin el feminismo.
P. ¿Estas nuevas sintomatologías en lo social deberían abrir espacios para crear otras relaciones de menos dominación y extracción con el resto del planeta?
R. Sí, pero no nos veo aún ahí. Estamos muy extrañados de nosotros mismos. Hay una gran cantidad de movimientos de reconexión, algunos que dicen ¡lánzate a la selva!, despójate de la cultura. Estos, normalmente, no sobreviven. Otros movimientos dicen despójate de todo aquello de la cultura y la humanidad que te dificulte entrar en contracto con los otros seres vivos como la permacultura, la agroecología, experiencias que se conectan con los conocimientos ancestrales o que plantean modos de relacionamiento con otras perspectivas éticas.
Yo me ubico más bien en un modelo que confía en la capacidad de rediseñar el mundo con una reflexión ecológica que contemple toda su capacidad tecnológica, institucional y la replantee. Hay días, claro, que amanezco con ganas de quitarme la cultura y tirarme al río, porque eso es placentero, pero la mayoría de las veces no veo que sea una actitud factible para 8.000 millones de seres humanos. De vez en cuando, pienso, me voy a zambullir en el Metaverso, con una nueva vestimenta que me permita relacionarme con otros seres en diferentes planos de realidad. No sabemos si eso va a ser factible, pero creo que vamos a vernos obligados a intentarlo, una vez que seremos 10.000 millones para finales de 2100.
El mundo no tiene reversa, el cambio climático no se va a revertir, estamos tratando de que no sea letal, pero vamos a tener que adaptarnos a un planeta que nunca habíamos conocido. Habitamos ya un planeta B, no hay manera de volver a la Tierra, por eso no he utilizado de forma deliberada la palabra naturaleza, porque no hay ninguna naturaleza que haya que reverenciar, salvo aquella que entiende que constantemente estamos evolucionando y retorciéndonos. El futuro es chueco.
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