Un liderazgo “petrificador” y deslegitimador
Más le convendría al presidente Petro abandonar tanta paranoia con los suyos y empezar por reconocer autocríticamente su nefasto e incompetente estilo de liderazgo
![Gustavo Petro y Armando Benedetti](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/NHP4R6DX55HLXOLZU5AFLQ7544.jpg?auth=7e05bc71071f6fd2585b0b1ea1b85ee7cff3204f8b5317ef7be59b6ff14309d5&width=414)
Gustavo Petro Urrego, en un acto de impudicia presidencial e irresponsabilidad gubernamental, exhibió públicamente en el Consejo de Ministros, televisado el pasado 4 de febrero, su mayor defecto y talón de Aquiles: su liderazgo. Un liderazgo que no solo petrifica su gobernabilidad, sino que, además, erosiona su respetabilidad personal y legitimidad presidencial. De alguna manera, propició un “autogolpe” ante el gabinete ministerial y la opinión nacional al descalificar la competencia de sus más leales e incondicionales colaboradores: Augusto Rodríguez, Gustavo Bolívar, Susana Muhamad, Alexander López y la vicepresidenta Francia Márquez.
Benedetti contra Progresistas
En su lugar, optó por una defensa sofística de Armando Benedetti, nombrado jefe de despacho presidencial, argumentado que merecía una segunda oportunidad, bajo la falaz acusación del sectarismo político de sus críticos, los progresistas, que lo vetaron. Incluso el presidente Petro llegó más lejos, pues comparó a Benedetti con el mítico fundador del M-19, Jaime Bateman, agregando que compartía con éste su toque de “locura” y espontaneidad costeña en la forma de hacer política, mientras movía sus dedos de la mano derecha, como contando dinero. Quizá por ello, Augusto Rodríguez, actual director de la Unidad Nacional de Protección, le ripostó que no compartía semejante comparación y agregó que desde la campaña presidencial le había advertido sobre los riesgos de Benedetti por sus relaciones con un tal Papá Pitufo, cuya identidad es Diego Marín Buitrago, más conocido como el “zar del contrabando” en Colombia. Actualmente, Marín está detenido en Portugal y su extradición a Colombia, solicitada por el presidente Petro, está pendiente de aprobación por el Supremo Tribunal de Justicia de dicho país. Por tal revelación en el Consejo de Ministros, Benedetti acaba de dar poder a su abogado, David Benavides, para que inicie acciones legales contra Rodríguez en la Fiscalía por omisión, injuria y calumnia.
Campañas y presidencias electofácticas
Para completar este penumbroso cuadro donde se fusionan política, criminalidad e investigaciones judiciales, ahora conocemos la noticia de que la Sala de Instrucción de la Corte Suprema de Justicia acaba de acusar formalmente a Armando Benedetti por el delito de tráfico de influencias por su presunta participación en el entramado corrupto ligado a la contratación en el Fondo Financiero de Proyectos de Desarrollo (Fonade). Así las cosas, volvemos al mismo escenario en que aparecen involucradas las últimas campañas presidenciales con poderes de facto criminales e ilegales. En algunos casos con poderes empresariales, como Odebrecht en las campañas de Santos y Óscar Iván Zuluaga en 2010 y 2014. En otras con personajes y fuerzas más oscuras y violentas, como Uribe con las AUC y luego la Yidispolítica, hasta llegar a Iván Duque con la Ñeñepolítica.
Cada día, pues, se hace más evidente y transparente que, desde los magnicidios de Galán, Jaramillo y Pizarro, han sido los poderes de facto los que determinan no solo quienes ganan la Presidencia y las mayorías en el Congreso, como sucedió con la parapolítica, donde cerca de 60 congresistas pasaron de la curul a la cárcel, sino también con quién, cómo y a favor de quiénes se gobierna. De alguna manera esa tensión fue la que explotó en el Consejo de Ministros, cuando los progresistas vetaron a Benedetti por su cuestionado rol durante la campaña presidencial, pero también por sus agresiones contra su esposa en Madrid, cuya investigación penal adelanta la Fiscalía General de la Nación y disciplinariamente el Ministerio de Relaciones Exteriores, ahora presidido por la canciller Laura Sarabia, quien fuera su asistente en la Unidad de Trabajo Legislativo en el Congreso. Antecedentes y relación que el presidente Petro minimiza, afectando de manera irreparable la validez y coherencia de un proyecto político que se precia de ser “revolucionario”, pero niega por completo con falacias como la existencia de “feminismos que destruyen a los hombres”, para refutar el rechazo de la ministra Muhamad a Benedetti como jefe de despacho presidencial.
Petro: ¿estadista o demagogo?
Por ello, renunció su ministro de las Culturas, Juan David Correa, aduciendo que “no podía tener de jefe a un maltratador de mujeres”, refiriéndose a Benedetti. Es lamentable que funcionarios como Juan David Correa y Jorge Rojas tengan que renunciar en lugar de Benedetti. Y todavía peor, que señale a Rojas de “querer acabar el Gobierno, como quiere la extrema derecha”. Más le convendría al presidente Petro abandonar tanta paranoia con los suyos y empezar por reconocer autocríticamente su nefasto e incompetente estilo de liderazgo. Un estilo prepotente y descortés, parecido al de Trump, pero acompañado de impotencia en el cumplimiento de las metas de Gobierno. Metas indiscutiblemente progresistas que, al quedarse en el papel, aumentan la frustración y desconfianza en millones de sus electores y dan impulso a una oposición implacable, que celebrará eufórica tantos desaciertos en las elecciones del 2026.
Si continúa el presidente Petro embebido en su diletantismo filosófico y literario, no solo demostrará carecer de vocación política de estadista, sino que terminará “siendo un comediante al tomar a la ligera la responsabilidad por las consecuencias de sus actos y preocuparse solo por la “impresión” que hace”, como señaló Weber que es lo propio de todo demagogo, quien solo tiene en cuenta “el efecto que produce”. De suceder así, su administración pasará a la historia como la UNGRD: un Gobierno de Riesgos y Desastres, que aplazará por cien años más la segunda oportunidad que todos merecemos en este país de la belleza, la vida y el horror, mucho más que Benedetti, a quien probablemente la justicia no le dé más oportunidades.
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