El algoritmo de Instagram hace brillar la arquitectura bogotana
Un puñado de cuentas en la red social desgrana con amplitud la historia y desarrollo urbano de la capital colombiana
No resulta fácil alejarse de la pantalla del celular cuando se está ante un acervo fotográfico de tal magnitud. Edificios demolidos, viejos planos arquitectónicos, barrios perdidos o vídeos de calles bogotanas a blanco y negro. El algoritmo de Instagram lo potencia todo. Desde hace unos años un puñado de cuentas en la red social se ha dedicado a recuperar la historia urbana de la capital colombiana en un ejercicio a medio camino entre la inmersión de archivo y la percepción del paso del tiempo. Una crónica digital de lo que fue y de lo que pudo haber sido. Argumentos de sobra para caer absortos bajo esa suerte de hipnosis moderna denominada escrolear.
Bogotá no tiene la magnificencia republicana del centro bonarense. Tampoco el desmadre cultural de la Ciudad de México. Y, sin embargo, con un poco de curiosidad y empeño es posible extraer su encanto: “Como dice el poema de María Mercedes Carranza, es una ‘Ciudad a medio hacer, siempre a punto de parecerse a algo”. “Tiene una belleza difícil de explicar mezclada con cierta añoranza que se recicla cada cierto tiempo”, afirma Daniel Roldán, de 34 años, vendedor de libros antiguos y administrador de la cuenta Nostalgia Bogotana, que supera los 66.000 seguidores.
No se trata, en absoluto, de una labor de maquillaje urbano. Por el contrario, de vez en cuando saltan imágenes inéditas, al menos para la mayoría, de barrios con un pasado turbulento. Proyectos que en principio comenzaron como ciudadelas obreras para acoger a migrantes pobres que llegaban a rebuscarse la vida en los márgenes de la ciudad. “Resulta muy interesante recoger las primeras ideas de arquitectos que, en los años 30, empezaron a planificar en el sur de Bogotá urbanizaciones en la Primera de Mayo o Santa Ana para los habitantes más humildes”.
Tampoco hay que escarbar mucho para cruzarse con videos de los llamados ‘gamines’. Se trata de un galicismo típico bogotano que adjetiva a los niños habitantes de calle que pululaban por el centro de la ciudad. Una realidad dura y violenta, retratada por fotógrafos como Vicky Ospina y recogida en este universo digital en forma de aviso. O, si se quiere, como recordatorio de que buena parte del presente de la ciudad aún se desenvuelve en espacios precarios y sombríos. Un patrón, quizás, latinoamericano: “Hay gente que me escribe diciendo ‘ay, no, qué horror recordar esa época’, pero los niños de la calle forman parte de la configuración de la ciudad por más de que muchos los quieran invisibilizar o borrar de la historia”, argumenta Roldán.
Hallar joyas olvidadas también forma parte de esta recuperación. El teatro San Carlos, hoy llamado de La Carrera, dio pie para que el arquitecto y especialista en patrimonio, Nicolás García, de 32 años, emprendiera una cuenta bautizada Arquitectura de Bogotá. Quedó maravillado con las fotografías publicadas en la desaparecida revista Proa. Por eso comenzó una búsqueda casi obsesiva. Pero en la zona aledaña a la iglesia de Lourdes no daba con nada parecido a aquella edificación de línea horizontal, clara, con grandes bloques de ladrillo transparente proyectada por el arquitecto Álvaro Sáenz en 1952.
“No lo encontraba. Luego me di cuenta de que para mi sorpresa se había convertido en una modificación lamentable. Toda su belleza original, moderna, fue borrada por completo”. Arquitectura de Bogotá suma 16.000 seguidores y sigue un trabajo juicioso del estado de cada edificio, si fue demolido o conservado, quién fue su arquitecto o firma encargada y en qué años. “Yo utilizo fotos satelitales, imágenes de hemeroteca. Es un trabajo que mezcla varias herramientas porque la localización exacta de los inmuebles no siempre resulta sencilla de encontrar”, añade.
¿Cómo sintetizar el encanto de la capital? Tanto Roldán como García patinan a la hora de responder. Apelan al consabido contraste entre el verde de los cerros orientales y el naranja que se desprende del ladrillo de los edificios y casas que florecen de la montaña. “Habría que empezar por explicar que la ciudad privilegió el trazo de vías, del uso del carro, en su aspiración de convertirse en moderna. Se hizo borrón y cuenta nueva con mucha de la herencia colonial, también republicana e inclusive con parte de lo que se propuso a principios de los 20″, asegura García en busca del alma de Bogotá.
De ese salpicón entre avenidas que dejaron de ser modernas hace más de medio siglo, y que en su mayoría no han sido actualizadas, se levanta una urbe que llega a los 8 millones de habitantes. “Hay edificios de muy buena factura, sobre todo en la carrera 10, que no se han podido adaptar a las demandas y a las necesidades actuales”, continúa García. Trata de buscar, con algo de insistencia, el sello distintivo de Bogotá. ¿El ruido? ¿Los trancones? ¿Monserrate? “Es subjetivo. Cada persona desarrolla una sensibilidad para ver su ciudad, habitarla y apropiársela”, concluye.
La fotógrafa y diseñadora industrial Stefanía Álvarez, de 34 años, fundó en 2018 un grupo para caminar la ciudad. Los primeros recorridos no tenían ningún plan. Su único cometido era reunir a un grupo de personas interesadas en conversar y sacar algunas fotos de entornos como el barrio Quinta Camacho o el Centro Internacional. Por eso la decisión fue nombrarlo Ciudad sin Brújula. Un proyecto que, seis años más tarde, propone una mirada diferente a través de visitas a fábricas olvidadas, apartamentos en edificios icónicos o teatros art déco.
Se trata de una suerte de inmersión arquitectónica. La capital desde dentro. La comunidad ya llega a los 13.100 seguidores y se entreteje con el grupo de WhatsApp, donde se programan las excursiones urbanas. Al igual que los responsables de los otros perfiles, Stefanía tuvo que sortear los confinamientos de la pandemia con reuniones virtuales donde organizó actividades virtuales para capear el sopor. “En 2022, por cosas de la vida, llegó a mí el administrador del antiguo edificio de Telecom, hoy abandonado. Quería que le tomara fotos a las oficinas de una empresa que habían liquidado en 2003″.
A Stefanía le impactó el potencial de un inmueble que contiene una escultura de Alejandro Obregón (Barcelona, 1920- Cartagena de Indias, 1992), una imponente escalera en forma de caracol y un auditorio con diseño de concha acústica abandonado desde los días de esplendor de la compañía telefónica pública fundada en 1947. Por orden administrativa, los recorridos han quedado suspendidos. Pero Stefanía sigue en busca de nuevos espacios interiores: “No son museos ni lugares de fácil acceso. Nos convertimos en turistas en nuestra propia ciudad y resignificamos los sitios”.
Por el camino han surgido la voz de viejos operarios pensionados, vecinos que han resistido al embate del tiempo, o ciudadanos de mayor edad para completar la narración. Álvarez ha despertado a su vez cierto sentido de pertenencia por rincones que difícilmente entrarían dentro de una guía turística de la ciudad: “A mí no me generaban gran cosa. Ni en lo visual ni en mi imaginario. Ahora presiento que forman parte de mí”. ¿Qué busca en esos paisajes bogotanos derruidos? “Yo encuentro mucho encanto en esos lugares. Dentro de los escombros puedes encontrar objetos que configuran un museo. Siempre hay algo para ver, así a los muros les esté saliendo hierba”.
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