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Eduardo ‘La Rata’ Carvajal: “Fuimos la generación que llegó a tiempo”

El Festival de Cortos de Bogotá, Bogoshorts, le rinde un homenaje al fotógrafo de ’Caliwood’, con una exposición de una obra que ha documentado el cine colombiano desde los años setenta

Eduardo Carvajal 'La Rata'
Eduardo Carvajal 'La Rata', en Bogotá, el 5 de diciembre de 2023.Santiago Mesa
Daniela Díaz

Los mitos alrededor de Caliwood son tantos como diferentes. Los excesos, la fiesta y la cinefilia marcaron una época convulsa para el país, y de oro para un grupo de hombres y mujeres que en Cali, la capital del Valle del Cauca, se entregaron al arte. La mayoría ya murieron, pero fueron inmortalizados por el ojo sagaz de Eduardo Carvajal (Cali, 75 años). Del Grupo de Cali ―como él prefiere llamarlos― es de los últimos vivos. Lo conocen como La Rata por el sigilo con el que aprendió a moverse en los sets, retratando los detrás de cámara de más de una veintena de producciones. Su trabajo inmortalizó clásicos como Cali de película (1973), La Mansión de Araucaíma (1986), La Vendedora de Rosas (1998) y Lavaperros (2021).

Posiblemente, el mejor ejemplo de su entrega a la cinéfila es la cojera que le sobrevino luego de pasar tres años sentado, revisando su archivo de 37.000 negativos fotográficos. Su columna no aguantó y hace un año tuvo que ser operado. Sobrevivió porque, como los mejores roedores, La Rata ha aprendido a moverse en circunstancias adversas. Así, cojeando, llegó a Bogotá invitado por el Festival de Cortos —Bogoshorts—, que en su vigesimoprimera edición le rinde homenaje con la exposición La Rata en Corto: memoria fotográfica de las breves locuras en la Cinemateca de Bogotá.

Se camufla detrás de unas tupidas cejas y unas gafas oscuras. Le gusta pasar desapercibido y, como es usual en su oficio, no le gusta hablar mucho ni ser fotografiado. Esta vez, con suerte y sol, su timidez se va agrietando con la “inteligencia traviesa” que lo define, según el dramaturgo caleño Sandro Romero Rey. Su amigo entrañable desde los setenta.

“Estoy hecho para estar detrás de cámara, poseo el don de la imagen y no el don de la palabra”, dice La Rata mientras se pasea por el montaje de su exposición. Pregunta por varios detalles, pide que le tomen una foto para enviarle a su única hija, que vive en otro continente. Se voltea la gorra y de paso posa para EL PAÍS, no sin antes lanzar una de las máximas de esta entrevista: “Nunca me he tomado la vida muy en serio”.

Pregunta. ¿Cómo nació en usted la pasión por la fotografía y el cine?

Respuesta. Siempre me gustó la fotografía, me dediqué a eso desde muy joven. Pero cuando vi la película Blow-Up de Michelangelo Antonioni supe que quería hacerlo de manera profesional. Así que en los años setenta entré a trabajar en un lugar que llamamos Ciudad Solar. Era como un centro cultural en una casona, que se fundó para durar mil años. Y bueno, nada dura mil años.

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Allí fundamos el departamento de fotografía junto con Gertrán Barzelman y Diego Vélez. Luego se presentó la oportunidad de trabajar en la película Angelita y Miguel Ángel, codirigida por Andrés Caicedo y Carlos Mayolo. Yo no sabía qué era la foto fija, era mi primera película, me enrolé como a hacer una reportería. Me llamaba mucho la atención, porque estábamos viendo mucho cine gracias al cineclub de Andrés, que era todos los sábados en el Teatro San Fernando. Fue una película inconclusa. Un día llegué a Ciudad Solar, nuestra base de la producción, y ya no había rodaje. Pero eso sembró en mí las ganas de hacer cine.

P. ¿Qué confluyó para que en esa generación se formara un grupo tan influyente en la literatura y el cine?

R. En ese entonces no había universidad de cine, ni escuela ni nada, la única forma de aprender y saber sobre los directores fue el cineclub de Andrés. Para mí esa fue la primera escuela de cine en la ciudad. Daba cuatro películas de un director cada mes, y cada semana enviaba un boletín, con una biografía del director, con su filmografía, o algo sacado de Cahiers du Cinéma o de alguna revista de cine, porque compartía correspondencia con Hablemos de Cine, en Lima. Él se pasaba todo el día en eso.

Nos enseñó mucho, y a muchas generaciones. Algunos después terminaron por entrar a estudiar cine, como Óscar Campo, Antonio Dorado, Jaime Acosta, que terminó siendo director de la Cinemateca y del departamento de cine de la Universidad Central aquí, en Bogotá. Mucha gente. Fuimos de la generación que llegó a tiempo. Realmente se estaba descubriendo el mundo. Las mejores drogas, la mejor música, las mujeres más bonitas. La mejor fiesta.

P. ¿Qué música sonaba en las fiestas del Grupo de Cali?

R. Salsa y rock. Yo ponía mis pastas, mis acetatos que todavía guardo. Andrés [Caicedo] era enfermo por Richie Ray, yo de Los Rolling Stone. Yo era muy rockero.

P. Usted prefiere llamarlo Grupo de Cali y no Caliwood, ¿Por qué?

R. Porque lo limita. En los años setenta hubo un movimiento artístico muy grande en Cali e incluía artes plásticas, literatura, pintura y ese, en conjunto, fue el Grupo de Cali. No me gusta el anglicismo tampoco.

P. ¿Qué cámaras usaba?

R. Usé principalmente cámaras Leica porque no eran réflex (es decir, no tenía espejo) y por eso no producían ruido cuando hacía las fotos en los rodajes. Por eso me dicen Rata, porque mi forma de trabajar era meterme en el set, hacer toda la fotografía y moverme sin tener que pedir tiempo para las fotos. Usé mucho la Leica M3, siempre con un objetivo de 35 mm. Usualmente, cargaba tres cámaras, dos para disparar en blanco y negro y otra de color.

P. ¿Por qué considera que su archivo ha tomado relevancia en la historia del cine nacional?

R. Creo que porque le di más importancia al detrás de cámara que a la foto fija que pedían los productores como industria. Ellos querían la foto bonita y yo se la regalaba. Pero de los cinco rollos, solo medio era para ellos, el resto para mí. Conservo toda esa cantidad de negativos porque compraba mis propios rollos.

Además, construí una técnica: disparaba sobre los diálogos. Entonces los sonidistas nunca me pusieron problema. Hice un estilo de trabajo que ojalá pudiera hacer mucha gente, porque un minuto de rodaje cuesta mucha plata y es absurdo pararlo para que el fotógrafo haga su trabajo. Hay que aprender a moverse en el set. Los actores son caprichosos, hay que pasar como si fuera la jaula de los leones. Eso hay que aprenderlo, no hacer sombras ni reflejos, vestirse de negro todo el tiempo. Mejor dicho, es un arte que debería aprender la gente que quiera hacer foto fija.

P. Ha trabajado en cientos de rodajes, ¿alguno en particular le ha marcado?

R. Sí. La Vendedora de Rosas fue superespecial, muy diferente. Trabajar con Víctor [Gaviria], sobre todo en esa película, fue muy especial por los niños, la relación impresionante entre ellos y Víctor, Medellín en ese momento, las locaciones. Fue muy diferente a cualquier otro de los rodajes en los que yo he estado.

También me gustó mucho Pura Sangre, de Luis Ospina. Fue realmente la primera película en que trabajé como foto fija, de manera profesional. Era la primera película grande hecha por FOCINE (la difunta estatal Compañía de Fomento Cinematográfico) con equipos, el director de fotografía cubano-francés Ramón Suárez, equipo de maquillaje, un grupo como de 70 personas. Lo que habíamos hecho antes eran cosas muy pequeñas.

Suma y Restas (2005) - Eduardo Carvajal.
Suma y Restas (2005) - Eduardo Carvajal.Cortesía

P. ¿Por qué tanta dedicación a su archivo?

R. Por lo que implica para la historia. El trabajo de catalogación ha sido enorme. Me enfermé y perdí un poco de movilidad por estar digitalizando miles de negativos, dándole a cada uno la información que merecía. En donde había actores, actrices, técnicos, director de arte, les di el nombre y posición en su trabajo. ¿Tipo de película? ¿Ciudad? ¿Locaciones? Todo lo que podía recordar.

Andrés Caicedo retratado por Eduardo Carvajal, Cali. Años 70.
Andrés Caicedo retratado por Eduardo Carvajal, Cali. Años 70.

P. Con parte de sus negativos lanzó un libro sobre Andrés Caicedo, ¿qué hará con el resto?

R. El próximo año quiero hacer otro libro, aprovechando lo que está digitalizado.

P. La mayoría de los integrantes del Grupo de Cali punto se establecieron en otras ciudades. Usted no, ¿por qué?

R. Me gusta lo relajado que es vivir en Cali y lo descomplicada que es su gente. Aunque ahora vivo en la montaña, en un bosque de niebla, como Drácula.

P. ¿Cómo se imagina viviendo sus últimos días?

R. Soy inmortal.

P. ¿Y, entonces, qué se imagina haciendo el resto de la eternidad?

R. Cine no, ya no soporto los rodajes. A menos que sea algo muy especial con una persona especial... me la pasaría trabajando en mi próximo libro. Y estoy dedicado a la naturaleza, a ver crecer los árboles.

P. ¿Ha pensado en experimentar con la fotografía de naturaleza?

R. Vivo rodeado de aves y empecé a hacer fotografías de ellas. Después preferí verlas. Cuando empecé a hacer fotografía de la naturaleza, veía mis fotos y no... la naturaleza le tiene que llegar a uno, al alma, sentirla. Un cañón, un árbol, una hoja, un bosque, un camino en el bosque, ¿vamos a fotografiarlo? No. Sentirlo es muy diferente.

P. ¿Un buen fotógrafo nace o se hace?

R. Eso no se aprende, es innato. Está en la mirada de cada uno. Sí, uno se identifica con una clase de fotografía, pero los consejos son solo para manejar los equipos. Las fotos las hacen personas con un poquito de cultura, que haya visto muchos libros o mucho cine.

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Sobre la firma

Daniela Díaz
Es fotoperiodista colombiana, colaboradora en medios como NACLA, The Humanitarian y Al Jazeera, especializada en temas de género y construcción de paz.

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