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PAZ TOTAL
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La paz total, secuestrada por la incertidumbre

La desconfianza en la estrategia de reconciliación del Gobierno aumenta cuando en cinco procesos de diálogo, en ninguno hay certezas de éxito. Y la guerra está de retorno como eje de la narrativa de la derecha

Paz total en Colombia prórroga
Representantes del Gobierno Colombiano y del Estado Mayor Central FARC - EP, durante una mesa de diálogo para la paz total, el pasado 8 de octubre.Ferley Ospina

El proceso de paz con el ELN se encuentra en una profunda crisis de credibilidad, ahondando la desconfianza de la opinión pública en las bondades de la estrategia de reconciliación del Gobierno nacional conocida como la paz total, en la que participan tres organizaciones guerrilleras, dos paramilitares y bandas criminales de Buenaventura y Medellín. La paz, hoy, se encuentra secuestrada por la incertidumbre.

La paz total es una promesa de valor del Gobierno nacional que comenzó como una gran ilusión y con el paso de los días se ha convertido en una enorme frustración colectiva, contribuyendo a la caída de la popularidad del presidente Gustavo Petro a sus más bajos índices.

Hoy la imagen negativa del jefe de Estado es del 66%, lo que evidencia la evaporación acelerada de su capital político y el avance de la narrativa de la derecha radical de que en Colombia el sello de Petro es la improvisación, el desgobierno, la inseguridad, los escándalos y la entrega del Estado a los grupos ilegales.

Para contrarrestar esa visión, el primer mandatario ha reaccionado para mostrarse como ganador del proceso electoral del pasado 29 de octubre, al contar como aliados a 15 gobernadores elegidos de los partidos de la coalición que lo llevó al poder. Se reunió, además, con los llamados cacaos, la elite económica y empresarial del país, para impulsar un acuerdo nacional que le permita impulsar las grandes reformas aplazadas en el Congreso y romper el estigma de soledad y desconexión que le ha impuesto la oposición.

La salida del alto comisionado para la paz, Danilo Rueda, y la llegada de Otty Patiño van en la misma dirección de recuperar imagen, barajar de nuevo y construir gobernabilidad, demostrando mano dura para contener la soberbia del ELN y su negativa a abandonar la lucha armada y la práctica del secuestro como método de financiación. Un nuevo gabinete será una jugada que ayudará a consolidar la imagen de un líder que entiende el llamado a reaccionar para impedir el naufragio.

Negociar con tantos grupos al mismo tiempo es un cóctel nunca visto en un país que ha experimentado durante décadas todo tipo de procesos de diálogo con la ilegalidad. Desde la época de López Michelsen, los distintos Gobiernos han buscado detener la máquina de la guerra, que, aunque ha tenido breves espacios de tiempo suspendida, vuelve a reactivarse con fuerza, teniendo como combustible el narcotráfico, la corrupción, el abandono del territorio por el Estado y la pobreza.

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Unos procesos han sido exitosos, otros un rotundo fracaso. La guerra ha sido durante más de 60 años el eje de la política colombiana. Solo durante unos pocos años, tras el acuerdo de paz de La Habana, la agenda tuvo un breve viraje hacia otros temas como la corrupción, la inequidad, la crisis de la justicia o el asesinato de los líderes sociales. Hoy la guerra está de retorno como eje de la narrativa política de la derecha, buscando ser decisiva a la hora de votar en 2026.

Las causas que llevaron a la salida de Danilo Rueda son contundentes: estancamiento en los cinco procesos de negociación; desconexión entre el Ministerio de Defensa y la Oficina del Alto Comisionado de Paz, en contravía de los anhelos de seguridad ciudadana; enorme descrédito de la agenda de paz; aumento de secuestros, extorsiones, reclutamiento forzado de menores de edad, incremento del control territorial de los actores armados ilegales; desafío permanente de la ilegalidad al Estado y la institucionalidad.

Era evidente que el presidente debía dar un timonazo a su agenda de paz o el barco del cambio seguiría anclado en mitad de la guerra, perdiendo aliados, como el expresidente Juan Manuel Santos; dejando tirados a los amigos de la salida negociada del conflicto armado interno, que se quedan sin discurso ante los desafíos del ELN y las disidencias, la arrogancia de los paramilitares y la creciente cifra de masacres y asesinatos de líderes sociales. La promesa de valor de que Colombia sea una potencia mundial de la vida pierde aliento con cada secuestro y cada bombazo.

Una promesa que tuvo un punto de quiebre con el secuestro del papá de la estrella internacional de fútbol Luis Díaz, que demostró la insensatez del ELN con su negativa a abandonar el secuestro como método de financiación. Ese hecho tiene en jaque las negociaciones con esa organización ante la exigencia del Gobierno al ELN de que abandone esa práctica criminal y libere a todos los plagiados en su poder.

El proceso con el ELN vive una profunda crisis, que se ha evidenciado aún más con el último cruce de cartas entre esa organización ilegal y el Ejecutivo. Solo la declaratoria del ELN de abandonar el secuestro y la liberación de 32 ciudadanos en su poder le devolvería al país la confianza en que esta vez sí esa guerrilla no saboteará el proceso y continuará sentada en la mesa hasta la firma de un acuerdo final, que en todo caso tendría una dimensión muy diferente al logrado en La Habana con las FARC.

Un eventual fracaso del proceso con el ELN sería una pésima noticia para Colombia, que se llevaría por delante la viabilidad de las demás iniciativas de paz que, por lo demás, tampoco avanzan. Aquí se hace realidad el viejo refrán de que “el que mucho abarca, poco aprieta”, porque de cinco procesos en ninguno hay certezas de éxito.

La paz se está convirtiendo, nuevamente, en el eje del debate político y en epicentro de la narrativa de desgobierno y entrega del país a la delincuencia. Pareciera que estamos en 2002, cuando Uribe logró imponer, gracias a la soberbia militarista de las FARC, una agenda de mano dura para revertir el enorme fracaso que significaron los diálogos del Caguán que lideró Pastrana.

La apropiación de Iván Mordisco del nombre de las extintas FARC, y la soberbia del ELN es el aliento que necesita la derecha para imponer el discurso de libertad y orden, seguridad y mano dura contra el delito, fundamental para el surgimiento de un líder que reemplace a Petro en 2026, en nombre de una nueva derecha más radical decidida a revocar los eventuales logros del primer mandatario.

Si en Argentina fue posible un Milei por la profunda crisis económica, con una inflación ingobernable y el hastío de la opinión pública, especialmente de los jóvenes con el populismo de izquierda, en Colombia la guerra, la necesidad de someter militarmente a los violentos y garantizar la seguridad en las ciudades, espantando el miedo a un irresponsable manejo del Estado, serán las banderas para aupar un renovado liderazgo de extrema derecha.

El ELN y las disidencias de las FARC serán responsables de la consolidación de la narrativa de la derecha si se niegan a abandonar el secuestro y el narcotráfico y no dan señales de seriedad y buena voluntad en los diálogos de paz. Ojalá comience bien el quinto ciclo de negociaciones en México con una declaración del ELN que dé tranquilidad al país. Será señal de que han escuchado el clamor nacional para que liberen la paz del secuestro que le han impuesto.

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