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EL PULSO
Columna
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Dios está en el cerebro

Convenientemente estimulado, puede evocar cosas trascendentes: que un cristiano sienta a Cristo o que un budista perciba a Buda

Escena de la serie de ciencia-ficción 'Way out', que se emitió en los años sesenta en Estados Unidos.
Escena de la serie de ciencia-ficción 'Way out', que se emitió en los años sesenta en Estados Unidos.CBS PHOTO ARCHIVE (GETTY)

Un monje budista se dispone a rezar sentado en una sala contigua a una máquina llamada SPECT (siglas en inglés de tomografía computarizada de emisión monofotónica) con un catéter intravenoso en su brazo. Cuando entra en trance, el equipo del doctor Andrew Newberg, del Centro Myrna Brind de Medicina Integral de la Universidad Thomas Jefferson en Filadelfia, le inyecta un rastreador radiactivo. La sustancia preparará su cerebro para una captura prodigiosa: llámenlo, con todas las matizaciones, el retrato de un alma en éxtasis religioso. “En un par de minutos, el rastreador llega a su cerebro, mientras reza o medita. Entonces la persona se detiene, y lo llevamos a la sala del escáner”, describe Newberg a través del correo electrónico. El SPECT ilumina las neuronas que más sangre consumen, pero, a diferencia de otros escáneres, el monje ya no necesita seguir rezando una vez se coloca bajo la máquina.

La pantalla escupe un retrato colorista. Las neuronas más irrigadas de la corteza brillan en rojo, y de más a menos, amarillean, verdean hasta el violeta o mudan al negro. Las zonas posteriores del lóbulo parietal derecho, que nos orientan en el espacio, aparecen más apagadas. “Si una persona se siente conectada con Dios o con el universo, encontramos un bajón de actividad en esos lóbulos parietales, que son los que nos ayudan a establecer el sentido de nuestro yo”.

Por esa sala han pasado ateos, monjas, budistas y franciscanos. Los no creyentes no logran desconectarse del mundo, a tenor de lo poco coloreados que aparecen sus lóbulos temporales. ¿Encontraríamos diferencias entre un católico, un budista o un musulmán? La idea de encontrar a Dios en el cerebro no tiene mucho sentido para Newberg. El matiz es crucial, pese a que la palabra Dios aparece en varios de sus numerosos best sellers, entre ellos, How God Changes Your Brain (Random House). “No hay un circuito específico religioso, pero sí muchas áreas que aparecen conectadas de diversas formas, dependiendo de la experiencia”. Enumera ejemplos: “Si la experiencia religiosa es muy emotiva, se activa el sistema límbico (relacionado con la respuesta emocional); alguien que está arrepentido ante Dios se corresponde con una baja actividad en su lóbulo frontal”.

Newberg propone una disciplina llamada neuroteología para aunar religiones y neuronas. Fe bajo la lupa de la ciencia. ¿Mundos incompatibles? A Francisco Rubia, catedrático de Fisiología de la Universidad Complutense de Madrid y autor de la obra El cerebro espiritual (Fragmenta), le fascina que el cerebro humano como materia “sea capaz de generar experiencias místicas, trascendentes y espirituales”, a las que califica de segunda realidad: experiencias que no tienen que estar necesariamente asociadas a la fe (aunque todas las religiones sí se basen en lo espiritual). Por ello propone de manera muy original que el cerebro no está hecho de materia cualquiera, sino de espiriteria, capaz de generar realidades trascendentes.

La primera realidad, los colores, olores, los sonidos… no existen fuera, todo está dentro de nosotros, es una “creación cerebral”, nos recuerda este neurocientífico español. Evocar a Dios en el cerebro podría sonar a herejía para el creyente, pero los científicos saben que las amígdalas cerebrales y el hipocampo convenientemente estimulados pueden evocar cosas trascendentes: que un cristiano sienta a Cristo o que un budista perciba a Buda.

El asunto sigue siendo misterioso. Según el Instituto Pew, más de ocho personas de cada diez se identifican con algún grupo religioso. ¿Por qué? Cabría preguntarse qué ventajas evolutivas nos han convertido en animales creyentes. Newberg sugiere que la fe proporciona a las personas un sentido de conexión, códigos morales y comportamientos que mejoran la función social del grupo, “un mecanismo por el que los seres humanos crecen y se adaptan, que proporciona objetivos, ser una mejor persona o desarrollar un sentido de propósito y significado de la vida”. Quizá, pero estamos equipados con el cerebro necesario.

elpaissemanal@elpais.es

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