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El despegue de la animación española

Descubrimos una industria efervescente y en auge. Los dibujos entran en órbita y viven el mejor momento de su historia.

Guillermo Abril
En el casco del astronauta, un fotograma de la película 'Atrapa la bandera'.
En el casco del astronauta, un fotograma de la película 'Atrapa la bandera'.

Enrique Gato solo era un fan de Superlópez, apasionado del dibujo y del diseño 3D, con ganas de ayudar a armar una película sobre el personaje español del cómic. La parodia de Superman nunca cobró vida y ahora Gato dirige un estudio de animación llamado Lightbox, con casi 200 personas a su cargo. El lugar, a pleno rendimiento, recuerda a un taller de costura clandestino. Situado en la tercera planta de un edificio sin rótulos. En un polígono del extrarradio de Madrid. Por todas partes se extienden hileras de empleados encorvados sobre sus herramientas de trabajo: dos pantallas por cabeza. Repartidos en tres estancias a media luz y con las ventanas cubiertas por cartones, hay en el ambiente un silencio acolchado, acompañado por el crepitar de punteros y teclados. Nicolás Matji, uno de los fundadores y productor de las películas de Gato, lo define: “Esto es como una galera romana”. Suena a broma. Quizá no lo sea. “Este es el que toca los timbales”, insiste señalando al jefe de producción, Pedro Solís. El equipo, sudoroso, desarrolla dos largometrajes de forma simultánea. Un hito en España. Casi se podría decir: un milagro. Muy al estilo estadounidense, donde un proyecto suele solaparse con otro de forma que pueda sobrevivir una empresa muy costosa. Pero en el sur de Europa. Y a precio local. “Con el presupuesto de una de Pixar hacemos nosotros diez. ¡O doce!”, calcula Matji.

Nunca habían coincicido tantos proyectos gordos en España Enrique Gato

Lightbox se encuentra en un “pico de producción”. El mayor en sus siete años de historia. El 90% del tiempo lo ocupa Atrapa la bandera, la historia de un hijo y nieto de astronautas que se embarca en una odisea para llegar a la Luna. Se estrena el 28 de agosto en España y la tensión se palpa: el cierre se encuentra a la vuelta de la esquina. En paralelo, han ido arrancando la secuela de Las aventuras de Tadeo Jones (prevista para 2016). La caricatura del famoso arqueólogo; el héroe que catapultó el estudio en 2012. Gato, su creador, omnipresente y sin un minuto, va de la sala de edición a una entrevista para el making of. En su puesto de mando, vacío la mayor parte del tiempo y ubicado entre medio centenar de animadores, descansan dos figurillas de Star Wars. Un Darth Maul. Y un maestro Yoda. La primera vez que encuentra un hueco y se sienta ante la grabadora, le descoloca una de las preguntas: ¿Qué tipo de decisiones suele tomar un director de animación? “Ja, ja, ja”, se echa a reír. Luego, se pone mucho más serio y añade: “Todas”.

Es viernes. Mediodía. Y en el interior de la sala hay siete personas. Una mesa de reuniones. Y una estantería con todo tipo de admi­nículos de Tadeo. Una inscripción en la pizarra de la esquina reza: “19 junio. Danger zone”. El tiempo se agota y un proyector despliega un haz de luz sobre la tela. Muestra a una familia fundiéndose en un abrazo. El abuelo, los padres, el nieto. Animaciones recién salidas del horno. Una de las últimas secuencias de Atrapa la bandera. El plano dura dos segundos y en él se nota algo raro. Una voz en la sala aventura: “Creo que se os han reventado los constraints [los mecanismos que controlan las articulaciones de los personajes]”. Lo pasan de nuevo. La mano de la madre atraviesa el traje de astronauta del abuelo, como si fueran fantasmas. Gato emite su veredicto: “Fixeo de familia”. Es decir, devuelve el plano al taller. El jefe de producción suspira: “Coño, no me dais más que disgustos”. Y la coordinadora de producción, Ana Jardón, asoma la cabeza por la puerta: “¡Cinco minutos!”. Tiempo para revisar dos o tres planos más. La reunión de shot checking, así la llaman, se disuelve. Gato queda a solas un instante. El realizador, de 38 años, viste de negro a pesar de que hoy, como suele ocurrir los viernes, es día de la camisa hawaiana en la empresa. Fibroso y alargado, luce el pelo castaño y disparado, y una nuez prominente bajo la barba recortada. Las gafas de montura rectangular lo sitúan cerca de la carrera de Informática que comenzó en los noventa. No hay rastro de ojeras. Pero lleva un tiempo enganchando jornadas de hasta 16 horas; durmiendo no más de 6. Cada vez que enciende el teléfono encuentra 50 o 60 correos nuevos. Y, de pronto, a las cuatro de la tarde, suele darse cuenta de que aún no ha comido. En boca de Solís, el que toca los timbales, la presión suena acuciante cuando jalea: “Estamos a dos semanas de entregar la película. ¡Pero todo está bien! ¡No pasa nada!”.

Gato (izq) da instrucciones en el departamento de iluminación.
Gato (izq) da instrucciones en el departamento de iluminación.Fede Serra

Gato ha comenzado la jornada a las 8.00 en el estudio de doblaje. Un largometraje de dibujos se construye al revés que uno de carne y hueso. “Tienes que armarla entera antes de empezar”, explica el director. Primero se graban las voces y luego se anima sobre ellas. Atrapa la bandera se ha construido con diálogos en inglés que toca traducir para España. Un tipo calvo y con registro cómico se encuentra de pie en la penumbra del cuarto insonorizado: la voz de Marty, el amigo gordito y con gafas del protagonista, un prodigio de la tecnología, con cacharros para salir de cualquier apuro. En la cinta, es de noche y Marty sujeta un mando de control remoto con una mano y un walkie talkie con la otra. Cuando mueve los labios, el intérprete de doblaje clava: “¡Está bien! ¡El fracaso no es una opción!”. Marty pulsa un botón rojo, la imagen se congela y Gato, sentado en una esquina, se levanta como un disparo. Reclama un grito desesperado. Más tensión a la escena. “¡El fracaso no es una opción!”, chilla el realizador con un gallo. La frase se repite varias veces a lo largo del metraje. Esto ya no es Tadeo. Han roto el cascarón. Y de hecho, la enseña de la que habla la película no es otra que la que plantó Neil Armstrong en la Luna en 1969. La estadounidense. Un puñetazo sin complejos en el epicentro de la animación mundial.

El guion nació de la obsesión por las aventuras estelares de uno de los productores, Jordi Gasull, coleccionista de objetos de la NASA, además de coguionista de Son & Moon (2006), un documental que seguía al astronauta Michael López-Alegría en su viaje a la Estación Espacial Internacional, y a su hijo, en la Tierra, de forma simultánea. Gasull, de 48 años, lleva su móvil cubierto con una carcasa del Apollo 17, la última misión lunar. Ocurrió en 1972. Desde entonces el hombre no ha vuelto allí. Y él está convencido de que la selenita es la bandera más significativa de la historia: “No por ser la americana, sino porque, por primera vez, el hombre fue capaz de poner el pie en un astro celeste”. Gato, sin embargo, no acababa de ver el salto al espacio. Hasta que dieron con la clave: “¿Y si un niño compitiera para atrapar la bandera?”. Era 2011. Soñaban despiertos. Ni habían estrenado aún Tadeo Jones. Nadie podía prever su paso fulgurante por la taquilla. La animación española iniciaba la cuenta atrás.

Es un género cabrón. Te obliga a estrenar en el extranjero y pelear contra los ‘blockbusters'

O quizá hubiera comenzado algo antes, en 2009, cuando una compañía madrileña, Ilion, estrenó Planet 51, una película de dibujos de factura impecable, dirigida por Jorge Blanco, y con viajes galácticos y hombrecitos verdes. El largometraje lo parió el guionista de Shrek y se llegó a estrenar en Estados Unidos. Recaudó algo más de 100 millones de dólares. Pero el resultado, en palabras de José San Román, consejero delegado de Ilion, fue “regular”. Quisieron competir con Pixar. Y quizá, en ese momento, la gesta les quedó grande. Estrenar al otro lado del Atlántico resulta muy caro, por lo que implica en campañas publicitarias. Planet 51 colocó al estudio en el mapa, pero los dejó en el dique seco un tiempo: de los 350 empleados, se quedaron un centenar. Ilion regresó a las salas de cine el año pasado con la última película de Mortadelo y Filemón (dirigida por Javier Fesser). Y en estos momentos remontan el vuelo con un proyecto ultrasecreto para un estudio de Hollywood. Un service, en la jerga del sector. Uno de los gordos. Con presupuesto cercano a las cifras de Estados Unidos. Y para el que necesitarán, de nuevo, una legión de profesionales.

Los estuvieron reclutando en el festival de Annecy (Francia), celebrado en junio, la cita ineludible del sector en el mundo. Con cinco décadas de historia, el país invitado este año era España. No es casualidad. Según el director del evento, Patrick Eveno: “Nunca habíamos rendido tributo a este país, que cuenta con una tradición muy antigua: es necesario recordar al Méliès español, Segundo de Chomón, un precursor de la animación. La producción en España dejó de existir con los años. Últimamente ha surgido una generación muy prometedora. Creímos necesario honrar ese pasado. Y dar la bienvenida a la nueva hornada”. La cita reunió a los nombres que manejan los lápices del país. Sergio Pablos, por ejemplo, un dibujante de 45 años que pasó una larga temporada en Disney y regresó de Los Ángeles en 2002. Desde Madrid concibió la idea original de Gru, mi villano favorito (2010) y trazó los primeros bocetos. La producción, sin embargo, se desarrolló en Francia. Quizá aún no estuviera maduro el sector. Según Pablos: “En la última década la industria ha crecido. Hemos perdido el complejo. Hasta ahora habían podido coincidir en España dos grandes producciones, ¡pero nunca tantas!”. Lightbox, con dos largometrajes simultáneos. Ilion, con un service de muchos ceros, y altamente secreto, para Paramount. Sergio Pablos desarrollando Klaus, la historia de un misterioso cartero. Una coproducción hispanocanadiense sobre un perro, Run, ozzy, run. Otro proyecto, Deep, que propone un viaje a las profundidades marinas. En palabras del productor Nicolás Matji: “Es el mejor momento de la animación española. Por primera vez se generan contenidos capaces de batirse internacionalmente”. No solo en cine, también en televisión. Ahí está el ejemplo de Pocoyó.

Diseño de algunos personajes de 'Atrapa la bandera'.
Diseño de algunos personajes de 'Atrapa la bandera'.

En 2012, la federación de asociaciones de animación española Diboos publicó un Libro Blanco cuya fotografía fija mostraba un sector en auge que empleaba a 5.150 personas de forma directa y generaba un impacto agregado en la economía de 729 millones de euros (el 0,04% del PIB). “Estos años ha habido nominaciones al Oscar (Chico y Rita) y a los premios del cine europeo (Arrugas)”, añade Carlos Biern, presidente de Diboos. Un espaldarazo “en el plano artístico”. Pero aún falta ese empujón, añade, que logre generar “una verdadera industria”. El Libro Blanco hablaba de crecimiento gradual. No podía prever la explosión de la actualidad.

Algo está pasando cuando hasta Tony Bancroft, creador del entrañable Pumba de El rey león y correalizador de Mulan, dirige la película Animal Crackers, cocinada en un estudio de Valencia, Blue Dreams. Bancroft pasó hace poco por Madrid, durante el festival de animación Summa3D. Poco antes de su charla, sentado frente a la sala 5 de los cines Kinepolis, dice: “La primera razón para venir a España es económica. No es posible hacer películas de animación independientes y de calidad en Estados Unidos. La segunda razón fue que encontramos Blue Dreams, donde había un equipo con hambre, talento y experiencia”. Jaime Maestro, de 37 años, es el director artístico del estudio. Ha ganado dos goyas con sus cortos animados. Iba para arquitecto, pero se enganchó por el camino al 3D. En estos momentos, sugiere, España cuenta con más proyectos que animadores. Buen síntoma. Es viernes. Y Kinepolis comienza a llenarse de críos. Hoy se estrena Del revés, la última de Pixar. Al cierre de este reportaje había recaudado 500 millones de euros en el mundo. El rodillo de los dibujos no cesa. A la espalda de Bancroft, un televisor exhibe tráileres de los próximos estrenos. Entre ellos, el de Atrapa la bandera. El estadounidense se gira y pregunta: “¿Quién ha hecho esto?”.

La animación no tiene límites para contar historias

Nicolás Matji

Enrique Gato recibió en 2013 el goya a la mejor dirección novel por Tadeo Jones. En su discurso, dio las gracias a la Academia por haberse sacudido viejos “prejuicios” y tener en cuenta la animación en categorías hasta entonces vedadas. Tadeo ganó también el galardón como mejor película animada y mejor guion adaptado. Fue el tercer filme más visto en España en 2012 (tras Lo imposible, de Bayona, y una de la saga Crepúsculo). Recaudó 18,2 millones de euros. Solo Toy Story 3 supera esa cifra. Sigue ostentando el título de película de animación española más vista en su tierra. Y permanece entre las 10 con mayor recaudación de nuestro cine en todo el mundo (unos 45 millones de euros). Aquel año se convirtieron en “el éxito que nadie esperaba”, según su creador.

Tras cuatro horas en el estudio de doblaje, Gato apura un: “¡Tengo que irme!”. Y abandona a toda velocidad la sala insonorizada. Se sube a su coche híbrido y silencioso y, con el tercer volantazo, murmura: “Vamos a tirar de Siri”. Le habla a su teléfono: “Llamar a Pedro Solís”. Y el iphone responde como un buen robot: “Llamando…”. Avisa de que anda de camino. Cuelga y, mientras atraviesa calles atascadas, comienza a echar la vista atrás: “De pequeño”, cuenta, “yo era un loco de los dibujos. Alucinaba con las películas de Disney. Cuando llegó el primer VHS, recuerdo que las paraba, y pasaba frame a frame para ver cómo funcionaba. En clase me pasaba el día pintando. Cogía libretas y dibujaba al típico hombre de los palitos en un extremo, para después simular su movimiento. Cuando llegó a casa un Amstrad de hace siglos, el CPC, empecé a mezclar los dos mundos. Con el VHS me di cuenta de que los dibujos son en continuidad. Lo siguiente fue crear el muñequito en el ordenador”. Programó su primer videojuego con lenguaje Basic a los 14 años. Una especie de Prince of Persia, uno de los títulos más populares de entonces; y siguió creando cómics e ilustraciones. “De toda la vida me han gustado a partes iguales el mundo técnico y artístico. Pero cuando tuve que decidir qué hacer con mi vida, tiré por la tecnología. Lo artístico no sabía cómo enfocarlo”.

Un vehículo y algunos personajes de 'Planet 51'.
Un vehículo y algunos personajes de 'Planet 51'.F. S.

Gato nació en Valladolid, pero la familia se mudó a Madrid enseguida. Dice que en el colegio, “uno normalito”, no tuvo contacto con ese “mundo artístico”. Tampoco en el hogar: su padre trabajaba de administrativo y su madre era ama de casa. En 1995 se matriculó en Ingeniería Informática. Aquel año se estrenó Toy Story, el primer largometraje en 3D animado por ordenador. La ópera prima de Pixar cambió las reglas del juego para siempre. Abrió la puerta a un nuevo lenguaje. Y a una generación de chavales bregados en programación con ganas de contar historias.

En la Facultad de Informática, prosigue en el coche, se formó en 1997 una asociación dedicada a crear gráficos por ordenador. “Fue como encontrar la piedra filosofal. Logré juntar los dos mundos: el artístico y el tecnológico”. Comenzó a experimentar con los primeros programas de 3D. Un día apareció en el tablón de anuncios una oferta de trabajo de la compañía de videojuegos Pyro Studios. “Me lancé de cabeza y abandoné la carrera”. Pyro, fundada por los hermanos Pérez Dolset, editó en 1998 Commandos, uno de los juegos de mayor éxito jamás desarrollados en España. Gato entró en el siguiente proyecto, Heart of Stone, que no llegó a terminarse. Luego dio el salto a otra compañía, Virtual Toys, donde trabajó en varios títulos, como el de Torrente. Había encontrado su territorio, pero le faltaba algo. “Diseñaba personajes corriendo, saltando, arrastrándose… Era muy repetitivo. La animación está genial si consigues narrar algo con ella. Pero no lograba contar nada llamativo. Así que empecé a hacer cortometrajes. A buscar por mi cuenta la pata que me faltaba”. Una de esas primeras piezas, Bicho (2001), cuenta la historia de un extraterrestre que vaga por el espacio hasta llegar a la Tierra. Lo hizo en casa, solo. Programó hasta la música. Y los ojos de la criatura ya se empiezan a parecer mucho a los de Tadeo.

Nicolás Matji, el productor de sus películas, se cruzó con Gato poco después. Hijo del cineasta Manolo Matji (coguionista, entre otras, de Los santos inocentes), adquirió en 1999 los derechos para adaptar al cine las viñetas de Superlópez. Gato le escribió en cuanto supo del proyecto: “Superlópez y Mortadelo eran mis libros de cabecera. Pensé: tengo que entrar en esta película como sea”. Contactó demasiado tarde, cuando Matji estaba a punto de perder los derechos. Pero se conocieron, se cayeron bien, y el productor tuvo una revelación cuando vio Bicho: “La animación no tiene límites para contar historias”. Luego Enrique le mostró un clip de un personaje que había creado a modo de “experimento”: un Indiana Jones a la española. “Me quedé flipado”, reconoce Matji.

El primer corto de Tadeo, de 2004, se parece mucho a un videojuego: se desarrolla en un solo escenario (una pirámide) y el personaje entra en él por una puerta y va superando enemigos (momias) y resolviendo enigmas hasta escapar a la carrera con un botín. Ganó más de 60 premios, incluido el goya al mejor corto animado. Se dieron cuenta de que había un filón. Incluso un posible largo. Prepararon un segundo corto con la intención de ordenar los procesos de animación para una futura película. “Fue el entrenamiento”, según Gato. “Si nos hubieran dado el dinero tras el primer corto, nos habríamos pegado un tortazo de espanto. ¡La dimensión es tan distinta!”. Con el segundo Tadeo, de 2006, Gato volvió a recoger el goya y otras tres decenas de premios. En los títulos de crédito de ambas piezas ya figuran algunas de las personas que le han acompañado desde el principio. Pedro Solís, por ejemplo. El de los timbales. Un tipo de 46 años que antes de dedicarse al modelado de personajes y a la producción ejerció, entre otras cosas, como técnico de tragaperras y monitor de protección radiológica en la central nuclear de Trillo (Guadalajara). Hoy, Solís atesora también dos goyas por sendos cortometrajes animados, La bruxa en 2011 y Cuerdas en 2013. Desde su hueco en el estudio, frente a la pradera sembrada de animadores en Lightbox, dice: “Somos todos autodidactas. En aquella época era muy difícil aprender. Al principio no había ni Internet. Pero la selección natural era rápida”. Para muchos de los que hoy encabezan los estudios de 3D, se trataba de una pasión oculta. No había escuelas. Hoy comienzan a proliferar. Y son ellos los profesores. Se fueron encontrando poco a poco. Gato y Solís, por ejemplo, coincidieron creando videojuegos en Pyro. Según Gato: “Venimos todos del mismo sitio”.

Reunión de parte del equipo de 'Atrapa la bandera'.
Reunión de parte del equipo de 'Atrapa la bandera'.F. S.

Pyro, de hecho, es el germen de Ilion, el otro gran estudio español, los creadores de Planet 51. Muchos de los que hoy se encuentran a las órdenes de Gato se curtieron antes en aquella película. Y al terminarla, se sumaron al proyecto de Tadeo. El salto del pseudoarqueólogo al cine no fue fácil. La primera oficina de Lightbox surgió en un huequito en la redacción de Intereconomía, en Madrid. Julio Ariza, el presidente del grupo mediático, prestó su sede y desembolsó el dinero para comenzar la producción. Le habían mostrado los cortometrajes. Y un cómic escrito a modo de storyboard (dibujado por Jan, creador de Superlópez) con la intención de que un productor entendiera en un vistazo que había material para una película. Ariza, tras analizarlo, sentenció: “Quiero hacer esto”, recuerda Gato. “Y nosotros nos quedamos un poco cruzados, diciendo ¡madre mía! Porque fue el primero de todos. La primera piedra la puso él [a través de la productora El Toro Pictures]. No teníamos ni la más remota idea de cómo iba a ser la relación con ellos. Era gente que no venía del mundo del cine. Pero no les vimos en toda la producción. Ni nos enteramos de que estaban. Es lo más maravilloso que te puede pasar. Éramos como extraterrestres para ellos. No sabían ni de dónde veníamos, ni cómo se hacía nada de lo nuestro, nos veían todo el día delante de los ordenadores y actuando como monos, grabándonos las referencias para las animaciones. Y decían: ‘¡Estos son marcianos!”.

Maxi Díaz prefiere comparar su trabajo con el de un actor: “La diferencia es que usamos un personaje, pero es exactamente lo mismo”. Díaz, de 48 años, dirige a los 45 artistas que encienden la mecha interior en los protagonistas de Atrapa la bandera. Los animadores, sentados frente a él, gesticulan y ponen muecas. La mayoría ha colocado un espejo de sobremesa junto al monitor, para trasladar esos matices al puppet, la marioneta, así llaman al volumen virtual en tres dimensiones con el que operan. Tal y como explica su labor Christian Dan, un colega en Ilion: “No se trata de mover, sino de animar. Tiene que notarse una vida dentro. Somos psicólogos además de actores”. No solo usan el espejo. En un extremo del estudio queda una sala reservada para grabar en vídeo distintas opciones de actuación. A menudo, mientras las registran, se oyen gritos, golpes y carcajadas. “Es la parte más divertida”, según Gato. Una marcianada, como es lógico, en una redacción de corte conservador.

Su hueco en Intereconomía enseguida se les quedó pequeño: se vieron obligados a mudarse, y el puesto lo ocupó La Gaceta de los Negocios. Tadeo comenzaba a crecer. A calentar motores. Entró Telefónica Studios en la producción. Y finalmente Mediaset. En ese momento, probablemente, la órbita de Tadeo alcanzó otra dimensión. En la división de cine de Telecinco son responsables de cerca de 80 películas y de un buen puñado de taquillazos. De Lo imposible a Ocho apellidos vascos. En un despacho cubierto con afiches de estos éxitos en varios idiomas, Ghislain Barrois y Álvaro Agustín, al mando de Telecinco Cinema, explican por qué nunca antes habían producido una de dibujos: “Es un género muy cabrón”. Un caso como el de Tadeo, añaden, no ocurre “casi nunca”. En España, de hecho, lo más probable es echar el cierre después de un mal estreno. La última en caer fue Kandor Graphics después de años desarrollando Justin y la espada del valor (2014). “Son películas caras”, ahondan Barrois y Agustín. “Para producirlas necesitas tiempo o dinero. Nosotros tenemos que tardar mucho. Y para rentabilizarlas hay que competir en el mercado extranjero. La película se va a encontrar con todos los blockbusters de Hollywood. Y no te van a estar esperando con banderas y trompetas precisamente”.

Tadeo no se batió el cobre en Estados Unidos. Pero en Latinoamérica funcionó muy bien después de arrasar en España. Barrois asegura que gran parte de su triunfo se coció en la campaña publicitaria en Telecinco: “Lo colocamos hasta en las putas campanadas”, dice. Literalmente. En el canal de mayor audiencia del país. Y seis meses antes del estreno. “Pero la promoción, si la película no acompaña, nunca funciona”, concluyen los de Mediaset. Eso no fue cosa suya. “Enrique Gato”, aseguran, “es el genio, el arquitecto”.

'Tadeo' funcionó muy bien en Latinoamérica después de arrasar en España

Aún en el interior de su vehículo japonés, Gato cuenta que en los orígenes de Lightbox, en 2008, se tuvo que inventar un modelo de la nada: “Hay muy poca documentación sobre cómo se organiza un estudio de animación. Información opaca. Y poco clara. Fui a una charla de Diego García [un español que trabajaba en Blur Studios, en Los Ángeles] y tomé muchísimas notas. Un estudio se sostiene en torno al concepto de pipeline [cañería]: hay un flujo de información, y muchísimos departamentos manejándola”. Tal y como lo explica Pedro Solís, al frente de una cuadrícula Excel con millones de casillas de colores, donde se anota cada secuencia y el tiempo dedicado a cada una: “Por un lado entra el boceto, y por el otro sale el plano terminado. En ese proceso, imprimen su huella cerca de 200 personas”. Gato añade: “Me emperré muchísimo en aplicarlo bien. Es necesario para que el proyecto no te explote en la cara”. En cambio, si sale bien, se dispara el interés en una secuela. Tras el estreno de Tadeo, todo el mundo les pedía la segunda parte. Pero ellos ya tenían el cohete listo para viajar a la Luna. “Por una vez fuimos la chica guapa de la fiesta”, recuerda Matji, el productor. Con los resultados financieros y artísticos encima de la mesa, Paramount, desde su sede en California, adquirió sobre guion los derechos mundiales de distribución de Atrapa la bandera y de Tadeo 2. Un acuerdo sin precedentes en el cine español.

Gato llega a su destino. Aparca. Y camina por el polígono hasta dar con el edificio. Sube en ascensor, y al otro lado de la puerta le reciben dos baños que no distinguen entre hombre o mujer: ambos exhiben la cara de Tadeo. Se adentra en el enjambre de animadores. La colmena se encuentra a rebosar. Se sienta dos minutos junto a Darth Maul y Yoda. Pero antes de terminar con el aluvión de correos electrónicos, le llaman para la reunión de shot checking. Dura casi una hora. Habíamos abandonado allí al director en silencio, con sus gafas de ingeniero, vestido de negro. Dice Matji que en las últimas semanas se ha ido quedando pálido y cada vez más flaco. La calma se rompe. Van entrando animadores de dos en dos para mostrarle sus avances. Escenas inacabadas de Atrapa la bandera que Gato revisa con lupa. Va dando todo tipo de indicaciones, desde el encuadre (la cámara se mueve por los escenarios virtuales como un dios omnisciente) a la interpretación: “Esta sonrisa no vale; está mucho más confuso el personaje”; “Para que no quede muy villano ábrele un poquito el párpado inferior”; “Baja el gesto de asentimiento y lo acompañamos con las cejas”; “Se está tomando demasiado tiempo: hay que ganar nervio por todas partes”. Zona de peligro, se lee en la pizarra. Al terminar la revisión de “dailies de animación”, quedan 25 planos por aprobar. Ana Jardón, de producción, se marcha resoplando. Y Gato sube de nuevo al coche para regresar al doblaje. El atasco ya es monumental. Quedan 10 días para cerrar la película. Y a la puerta del estudio, el realizador se da cuenta: “Debería comer algo”. Son las cuatro de la tarde.

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Sobre la firma

Guillermo Abril
Es corresponsal en Pekín. Previamente ha estado destinado en Bruselas, donde ha seguido la actualidad europea, y ha escrito durante más de una década reportajes de gran formato en ‘El País Semanal’, lo que le ha llevado a viajar por numerosos países y zonas de conflicto, como Siria y Libia. Es autor, entre otros, del ensayo ‘Los irrelevantes’.

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