Un Bizancio monacal
El monte Athos, un refugio paradisiaco para castos ortodoxos
Todavía hay en Europa un reducto espiritual en donde está prohibido nacer. Machos de todo el mundo van allí a morir, como ballenas viejas y buenas, entonando cantos en griego bizantino a Dios y a su Madre, la hembra reina. República monacal autónoma, bajo la protección y soberanía del Estado griego, el Monte Santo, más conocido como monte Athos, ocupa el dedo más oriental de la península macedonia de Calcídica, que extiende su mano al este de Salónica. En su frontera de Uranópolis hay guardia para impedir la entrada a todos los animales hembras, hijas de Eva incluidas. Un enviado de EL PAÍS ha peregrinado, a pie y en mula, por algunos de los 20 monasterios que hay en los 360 kilómetros cuadrados que rodean al Monte Santo.
El autobús de línea, hinchado de popes, sale de Salónica a las cinco de la madrugada. Los castos viajeros desgranan rosarios mirando al suelo, para no ver la belleza porno que el chófer ha pegado junto al parabrisas. Y a a eso de las ocho aparece Aristóteles en mármol blanco mirando al mar desde un claro del bosque en su Stagira natal. El viaje termina en Uranópolis, al pie del barco que conducirá a monjes y peregrinos al más allá de Athos, por una mar casi siempre picada en invierno.
En el puerto, un pintoresco sexagenario de bigotazos blancos canta en griego canciones de la guerra civil española, apoyado en el hombro del pope Jaretón, pintor athonita de iconos. Al enterarse de que hay un español, entona una a Guernica y luego se presenta como "Konstandakis, doctor espermatólogo, ex combatiente partisano del general Maricos". Lleva en un hatillo de plástico transparente unas manzanas y ropa interior. El pope iconógrafo confirma que Konstandakis es de verdad espermatólogo.
El barco empieza a bordear la península, de cuyas laderas y acantilados cuelgan los monasterios. Primero aparece el embarcadero del monasterio búlgaro de Zoografe, siguen los griegos de Dojiaru y Xenofontos. Tras cúpulas verdes y fachadas naranjas, surge el impresionante monasterio ruso de San Panteleimón, hoy en total decadencia tras haber sido el orgullo espiritual de los zares.
En los 20 monasterios de Athos no hay mucho más de 1.000 monjes. Todos los meses mueren algunos. Los griegos se renuevan con facilidad. Se advierte un retorno del pueblo heleno a sus raíces bizantinas. Grecia es mucho más hija de Bizancio que de la antigüedad clásica. La Acrópolis es para los griegos de hoy el anteayer fósil, como Numancia para los españoles. El mismo idioma griego moderno es muy similar a un dialecto bizantino de la Ática del siglo XII. El griego de Platón se entiende tanto en Atenas como el latín en Madrid.
Pero si los griegos se renuevan bien, no pasa lo mismo con los tres monasterios eslavos. Sólo el serbio de Hilandar respira normalmente, gracias a la proximidad de Yugoslavia y al tránsito normal de sus ciudadanos con Grecia. Hilandar es el lugar santo medieval de la nación serbia. Vienen muchos serbios, pero no se quedan, y el número de sus monjes no llega a 20. En el siglo XIX había en monte Athos 7.500 monjes rusos y 4.500 griegos. Hoy, los rusos no pasan de 50. Cuando un monasterio baja de los siete monjes puede ser absorbido por los griegos. A pesar del apoyo de que gozan los eslavos en la comunidad athonita, los sectores más nacionalistas de la Iglesia griega acarician esa idea, aunque hay unos 200 millones de ortodoxos eslavos y sólo 10 millones de griegos. Todos los monasterios de Athos dependen del patriarca de Constantinopla (actual Estambul), la segunda Roma, aunque la ortodoxia respeta tanto como el protestantismo la autonomía de sus partes.
Así, el patriarca Pimen, de Moscú, no tiene voz ni voto entre los monjes de San Panteleimón. Muchos de ellos, procedentes de la Iglesia exiliada, le reprochan su excesiva sumisión al césar soviético. Los monjes rusos y búlgaros están cogidos entre dos fuegos. Sus Gobiernos les hacen difícil la salida, y Grecia les regatea los visados de entrada. Hace unos meses, un bizantólogo griego explicaba irónicamente en una conferencia dada en Friburgo (Suiza) que "los monjes rusos, antes de salir para Athos, tienen que terminar sus estudios en la academia militar soviética". El padre Ambroise, francés y doctor en Patrística del monasterio griego de Stavronikita, opina que "poco importa que entre 50 nuevas vocaciones de hermanos rusos lleguen dos o tres devotos del KGB; más triste sería que los ortodoxos rusos perdieran su cenáculo athonita". El problema es que todo ruso que sea admitido por un monasterio del Monte Santo obtiene automáticamente la nacionalidad griega.
En 1955 moría el último monje georgiano. El monasterio de Iberion, que los fieles de Georgia, patria chica de Stalin, fundaron en Athos tras su llegada en el siglo X, es uno de los más venerados. Cuentan que en el siglo XVII, un icono llevado a Moscú salvó la vida de la hija del zar. Iberion es ya griego, pero sus nuevos moradores lo han dejado todo como estaba, con sus 100 pergaminos en antiguo georgiano. Cuando el peregrino llega a la sala de huéspedes le ofrecen anís, café, un dulce gelatinoso y posada. Sobre las paredes están los cuadros y fotos de los zares. Extraña el retrato de una bellísima zarina, despechugada hasta lo insoportable, en Athos. El andrajoso monje chipriota que ofrece más anís en un inglés con acento de Cambridge no sabe si la señora es Catalina. Ni se atreve a mirarla.
Al actual emplazamiento de Iberion llegó la Virgen con san Juan Evangelista a refugiarse de una tempestad, según la tradición. María y Juan iban a visitar a Lázaro el Resucitado, entonces residente en Chipre. Tanto le habría gustado a la Virgen el lugar que, entre trueno y trueno, se oyó una voz otorgándole el paraje. "Que este sitio sea tu jardín, tu paraíso y un buen puerto para quienes busquen la salvación". En 1963 cumplió Athos su primer milenio de institución espiritual bizantina. A las fiestas asistió el rey Pablo de Grecia, pero no su hija, la princesa Sofía, hoy reina de España. La única mujer que ha penetrado en el Monte Santo sin disfrazarse fue la emperatriz serbia Helena, hembra de deseos irreprimibles, aprovechando que en el año 1347 su marido, Dusan, se titulaba emperador de los serbios y los griegos.
Pero los ratones empezaron a adueñarse de los graneros de Athos, y los hijos de María han tenido que hacer la vista gorda con las gatas para restablecer el equilibrio natural. Por los alrededores de Iberion transitaba una felina muy preñada. Un monje de ademanes amanerados la acaricia sentado en una piedra junto al aserradero. Resulta ser vienés y dice que le encantan los animalitos. Cuenta que hace 20 años se decidió, en Oxford, a renunciar al título de barón y abrazar la ortodoxia. Su tatarabuelo había sido amigo personal de Napoleón, y en una noche de vino y brandy reveló al corso el secreto del azúcar de remolacha, precioso al estar Europa bloqueada por la flota británica. Ha cambiado su apellido teutón por el nombre de Alexander, y vive de autónomo en una celda con capilla, produciendo inciensos que vende bien a los monasterios.
Los católicos descubren que es más fácil serlo en Teherán que en Athos. El anticristo tiene en Athos cabeza de masón, mano derecha de católico e izquierda de pirata catalán. Tras cuatro horas de marcha solitaria por senderos de cabras, el peregrino llega al monasterio de Esfigmenu. A su puerta se lee: "Ortodoxia o muerte". El iguman (abad) rompió con el patriarca Atenágoras de Constantinopla en 1967, cuando éste hizo migas con Pablo VI. Fuerzas de la policía griega sitiaron sus muros, pero los monjes amenazaron con rociarlo todo de petróleo y subir al cielo sobre lenguas de fuego. Ante tanta santa desvergüenza, los uniformados del césar se fueron, dejando a Esfigmenu solo en el mundo, tan lejos de Constantinopla como de Roma, con línea directa con Dios.
En el patio de naranjos, el hermano arkontari (mayordomo) recibe al recién llegado embutido en una sotana que es un mapa deshilachado de humildad y manchas.
—¿De dónde eres?
—Español.
—¿Ortodoxo?
—No, católico.
Le hace saber al hereje que no puede rezar en la iglesia y que tendrá que comer después de los popes, cuando el inmenso refectorio quede desierto. El peregrino opta por recoger unas naranjas en el patio e irse a cenarlas en su celda, a la luz de un candil, sobre un mar bravo que bate los muros del monasterio y mete entre las mantas ruidos y humedad. Por un pasillo interminable transitan sueños de duendes. Todo parece allí una Albania al revés, ortodoxa también.
Jaralambos, ex monje de Esfigmenu que ahora reza y trabaja por su cuenta, muestra un libro sobre el Papa y la masonería. "Si me promete escribir sobre el peligro del Papa y los masones, se lo regalo; si no, deme 200 dracmas". Coge las 200 dracmas, otras tantas pesetas, y espera que uno escriba. "Pero tenga cuidado, hermano, porque si le pillan los masones con este libro le arruinarán".
De joven fue marino y estuvo en Bilbao. Hasta admite, sonrojado, haber alternado por la calle de Las Cortes, la palanca bilbaína. "Una calle muy peligrosa para las almas jóvenes, con aquellas mujeres que bailaban desnudas en las mesas...". Luego se fue a Canadá y llegó a ser propietario de varios restaurantes. "Hasta que mi mujer se metió en negocios masónicos". La dejó con el hijo, Bobby, y miles de dólares, y se vino a Athos porque se olió el fin del mundo. "Ya lo dijeron los santos profetas bizantinos: este mundo se acabará cuando el hombre pueda hablar de un lado a otro del planeta, cuando se sumerja como el pez y cuando sepa volar. Teléfonos, televisores, submarinos y aviones: eso acabará con el mundo". Se indigna ante una ciencia masónica que ha arrancado al hombre del abrazo de su padre eterno para convencerlo de que desciende del mono. El libro antimasónico-católico se titula El beso de Judas, y reproduce en su portada al hoy difunto Atenágoras, patriarca de Constantinopla, dando el ósculo a Pablo VI. Ante la página 101, Jaralambos se pone pálido de bizantina ira al contemplar una foto del Pontífice besando delicadamente el pie de una mujer negra. No acepta que sea un acto de humildad, "sino perversión”. De los protestantes dice que "empezaron mejor que las huestes católicas de los piratas catalanes que saquearon Athos en el siglo XIV, pero han acabado peor, ordenando a mujeres y casando a homosexuales. Mire...", y muestra las fotos de las páginas 105 y 119. Se niega a retratarse. "Aunque usted sea un hombre honesto, yo no sé cómo son los de su periódico. Más de una vez han hecho un montaje del pope con una tía desnuda y se la venden a Playboy".
A siete horas de mula de Esfigmenu se encuentra Stavronikita, monasterio clavado sobre los acantilados y que hasta hace un siglo fue próspero gracias a sus feudos rumanos, hoy nacionalizados. Dan la bienvenida con un dulce y agua. No hay dinero para el café y el anís de los monasterios ricos. Stavronikita es uno de los baluartes intelectuales y ascéticos de Athos. De su iguman Basilio se dice de todo en Atenas. Cuentan que es un agente de Moscú que intentaría resucitar los sentimientos bizantinos antioccidentales del pueblo griego. A Stavronikita va a menudo Kostis Moskov, intelectual comunista, uno de los preferidos del secretario general del partido comunista griego, Florakis. Hace 10 años contrajo una enfermedad irreversible. Es uno de los comunistas más ricos de Grecia. También pasa temporadas allí el cantautor anarquista Dionisio Savopulos, el de la canción Un izquierdista es un hombre enamorado. Entre los huéspedes frecuentes figura Rostas Zuraris, miembro del Comité Central del minipartido eurocomunista griego del interior.
"Eso son tonterías. Lo que pasa es que nuestro iguman y Moskov están unidos por una amistad personal", afirma el padre Ambroise, francés, doctor en Patrística, que se cansó en Friburgo "de estar sentado en dos sillas, entre la ortodoxia y el catolicismo". Ha encontrado en Athos las fuentes más profundas del cristianismo. "Ya no puedo leer a san Juan de la Cruz más de 15 páginas seguidas. Me parece superficial". Explica que la única diferencia seria de dogma entre la ortodoxia y el catolicismo reside en una y. Para los ortodoxos, el Espíritu Santo procede sólo del Padre y no y del Hijo. Antes del cisma esto se explicó por las dificultades lingüísticas del latín respecto al griego, pero luego se convirtió en argumento de un conflicto de intereses Este-Oeste. Ambroise es de los monjes jóvenes que buscan en el Monte Santo a Dios, el silencio y la meditación. Los viejos tenían grandes esperanzas en la llegada de nuevas vocaciones que les traerían la luz eléctrica y el progreso a cambio de la otra luz. "Ya tenemos teléfono, pero lo desconectamos durante casi todo el día. Nos molesta", dice el parisiense.
En Athos se dice que el padre serbio Mitrofan es el gran defensor de los derechos al resurgimiento espiritual de los eslavos en el monte Athos. El periodista se decepciona. No se siente ante un halcón eslavo, sino ante un anciano de voz humilde y leal a Constantinopla que en 40 años de exilio ha mellado sus bríos anticomunistas. Durante la guerra militó en un partido yugoslavo germanófilo, enemigo mortal de los partisanos de Tito y hasta de la mayoría de los chetniks monárquicos. "Tenemos nuestra confianza puesta en los hermanos griegos, que nos dieron la verdadera fe. Esperamos que ayuden a nuestros pueblos de origen serbio, ruso y búlgaro, ahora que Grecia es el único Estado europeo ortodoxo no comunista". Por primera vez en muchos decenios, Athos tiene un saldo demográfico positivo en sus monasterios griegos. Se mueren menos monjes que vocaciones afloran. Entre 1972 y 1984 llegaron 750 novicios, 194 de ellos universitarios. Los eslavos, en cambio, siguen decreciendo. En Hilandar, que es el cuarto monasterio de la jerarquía athonita, no quedan más que 15 monjes y dos novicios, uno de ellos alemán.
El día 4 de diciembre de nuestro calendario, 21 de noviembre del antiguo calendario bizantino, es la Slava, la gran fiesta de la Presentación de la Virgen. Peregrinos ortodoxos llegados de Serbia (Yugoslavia) rivalizan la víspera en narrar al pie de sus lechos los sueños eróticos que siempre acunan a los hombres en este país sin hembras. Un cincuentón refiere haber soñado con el derrame cerebral que le sobrevino hace cinco años en Palma de Mallorca pecando con una holandesa. "Soy profundamente ortodoxo, pero no le hago ascos al vicio", dice.
Se almuerza a las 9.30, hora de Grecia (cuatro de la tarde en Bizancio), hora que en todos los monasterios es la puesta del sol, excepto en el de Iberion, que sigue el sistema de horario caldeo, en el que las cero horas coinciden con la salida del sol.
El iguman Nicanor, de 84 años, bendice las grandes mesas del refectorio de Hilandar y los centenares de monjes y peregrinos se sientan. Subido en un púlpito con atril, un monje lee escenas de la vida de la Virgen, en medio de un silencio sólo roto por el ruido de las cucharas. "Era obediente y gustaba de pasarse las tardes hilando y oyendo historias edificantes...".
El mejor vino de Athos está en las cavas de Hilandar. Sobre las mesas hay tinto grueso, blanco resinoso y un mosto amielado ligerísimamente fermentado. Pero, por ser ayuno de víspera de la Virgen, en los platos no hay más que lentejas sin grasa. El tintineo del padre Nicanor sobre una jarra de vino vacía interrumpe el postre de manzana. Unas horas después bautizaron cerca del refectorio a un adulto llegado de Yugoslavia. Entre un frío de mar y roble, introdujeron al hombre pudorosamente cubierto con un taparrabos de toalla en una cuba con agua templada. En verano lo hubieran bautizado en el mar.
Sigue siendo ayuno, pero el vino fluye de las pipas del padre Simeón. Za blagoslov (de bendición), ofrece a los peregrinos cañas dobles que barren con lo que queda de lentejas sin grasa en los estómagos. A la una de la madrugada, hora de Bizancio, suenan las campanas del monasterio y arde en velas la iglesia. No hay luz eléctrica que corte la niebla de incienso. Popes de mil años rebuscan en la partitura con un cabo de vela las notas roncas del oficio en griego y eslavo eclesiástico. Está presente un policía, representante del emperador de Bizancio.
Un especialista en música bizantina, miembro de la Academia Serbia de Ciencias y Artes, especialmente traído a Hilandar de Yugoslavia para la Slava, interpreta el Kyrie eleison. Van dos horas de liturgia y el anciano iguman sigue en pie, concelebrando con abades de monasterios medievales yugoslavos, sus invitados. Uno de éstos toma una larga pértiga y zarandea la enorme lámpara que pende de la bóveda, repleta de velas encendidas que ponen a los fieles perdidos de cera. Sobre el iconostasio se proyectan fantasmagóricas las sombras de las águilas bicéfalas bizantinas. Como esas estrellas que, muertas hace millones de años, siguen enviándonos su luz, las sombras y las luces de Constantinopla siguen proyectándose sobre los ya conversos bárbaros eslavos cinco siglos después de que el sultán Mehmed II apagara la segunda Roma.
Al pie del monasterio, cuyos portones siguen cerrándose a la caída del sol por miedo a la vuelta de turcos y catalanes, está el osario. En baldas toscas de roble y castaño se alinean cientos de cráneos de los monjes fallecidos en ocho siglos. En la frente llevan la fecha de su muerte. La del nacimiento no importa. En Athos, la fiesta es la muerte. La Pascua es la apoteosis, mientras que la Navidad casi se ignora. Los monjes no yacen más que tres años en el cementerio contiguo al osario, frente a la capilla del icono damasceno de la Virgen de las tres manos. Cuenta la leyenda que el emperador iconoclasta León Isavrianin mandó amputar la mano de san Juan de Damasco, poeta y ministro del califa Abdelmelek. Oró San Juan, y la Virgen le repuso la mano. En señal de agradecimiento, san Juan pegó en el icono de María una mano de plata. Milagrosamente, este icono se presentó solo, a lomos de burro, a la puerta de Hilandar en el siglo XIII.
Hace unos años se posó en el patio de Hilandar un helicóptero. A bordo iba, enfermo de cáncer, el norteamericano de origen aristocrático serbio Vadim Chern, hijo de un almirante zarista de la flota del mar Negro. Once días llevó los hábitos antes de morirse a la sombra de la parra de san Simeón. Sus raíces arrancan de la tumba de dicho santo serbio y curan la esterilidad femenina. Serbias devotas y yermas devoran sus pasas a la espera de un milagro que sale de tierra de machos.
Todos los monjes tienen en Athos la nacionalidad griega, incluidos los nacidos rusos, serbios o búlgaros. Cualquier destello nacionalista puede ser interpretado como deslealtad al espíritu ecuménico de Bizancio y castigado o multado. Todos los monasterios, excepto el de Esfigmenu, comprenden el acercamiento del patriarca de Constantinopla al obispo de Roma, como allí llaman al Papa. Creen los popes griegos que Turquía querría expulsar de Estambul al patriarca ortodoxo, Demetrio hoy, para acabar de una vez con el último rescoldo de Constantinopla. Atenágoras sintió cerrarse el cerco en 1967, y se decidió por una maniobra muy bizantina. No le bastaron los edictos de los sultanes que protegieron en el pasado a Athos como "península en la que se engrandece el nombre de Dios de sol a sol". Ahora, la madre Grecia no pudo impedir ni la ocupación de casi medio Chipre por el Ejército turco en 1974. La expulsión de un pope ortodoxo de Estambul no conmovería demasiado al mundo.
Por ello, el patriarca Atenágoras abrazó a Pablo VI en busca de la influencia política internacional del catolicismo en Occidente, nueve siglos después del cisma. El apoyo anglicano está garantizado desde hace mucho. A Occidente le explican los popes griegos que, si se cierra el patriarcado de Estambul-Constantinopla, el patriarca ruso Pimen heredaría la primacía mundial, al igual que en lo temporal los zares declararon a Moscú la tercera Roma, tras la caída de Constantinopla en 1453. Los monjes de Athos andan a la greña con los socialistas griegos. "Están locos. Quieren solucionar la inflación, el paro y la recesión nacionalizándonos 200 hectáreas de nuestras posesiones fuera del Monte Santo", declaraba uno de ellos. La verdad es que algunos —bastantes— de esos monasterios son muy ricos, con capitales en Grecia y en el extranjero. Ya la dictadura de los coroneles griegos (1967- 1974), masónica según los monjes, declaró patrimonio nacional los tesoros artísticos de Athos según decreto de 1969. Ahora, la ministra socialista de Cultura, Melina Mercuri, ha tenido que suprimir la anunciada exposición de joyas e iconos en Salónica. En represalia a las nacionalizaciones, los popes no ceden sus tesoros ni temporalmente. Sólo el de la Virgen Axion Stin fue llevado a Salónica el pasado 25 de octubre a bordo de un destructor. Cuenta la leyenda que un ángel hizo ese icono. Está situado en la iglesia del Protato de Kanes, a cuya puerta los catalanes decapitaron a varios dignatarios en el siglo XIV.
El monte Athos ha pedido al Mercado Común un estatuto especial tras la integración de Grecia en las Comunidades Europeas en 1979. Baluarte de la ortodoxia, teme mucho a la preponderancia católico-protestante. Bruselas ha reconocido un "estatuto especial que se detallará más tarde". Los que tienen el alma en un puño son los tres monasterios eslavos y la skita rumana, monasterio sin voz ni voto en la Santa Asamblea, la Sinaxia, constituida por los 20 igumanes. El poder administrativo está en manos de 20 delegados, uno por cada monasterio, que residen por un año renovable indefinidamente en sus residencias-embajadas de la aldea-capital, Karies. Allí vive el gobernador griego, están los correos y teléfonos, hay un restaurante que respeta escrupulosamente las vigilias y ayunos sin luz eléctrica, dos tiendas con arenques ahumados, velas, linternas, postales y poco más y una sastrería de moda para los popes. El poder ejecutivo corresponde a la Santa Epistasia (Comisión), formada por los cuatro delegados de otros tantos monasterios mayores. Cada uno de éstos representa en ella los intereses de cinco monasterios menores. El único eslavo es el serbio de Hilandar. Los documentos de Athos van sellados con un tampón dividido en cuatro cuarteles, cada uno en poder de cada representante para evitar que nadie se alce con la supremacía.
El alojamiento y la comida son gratis hasta para católicos, masones y catalanes. En cada peregrino viaja Cristo. Pero las limosnas son más que recomendables tras haber pernoctado en un monasterio. Es un mundo fascinante, sin televisión, en el que la epilepsia sigue siendo calificada de mal diabólico. Un monje lego y tartamudo que criaba conejas a escondidas, en un rincón de la cuadra de mulas, nos confesaba su pavor por el cocinero. No se atrevía a fumar delante de él porque "cuando al diablo se le hace espuma en la boca me puede dar una cuchillada". El epiléptico había sido ingeniero agrónomo en el mundo, y la víctima, marino. Confesaba haberse enamorado en Tampico "de una belleza mexicana que se llamaba Dorotea de Ángel". Cuando reinan la noche y la confianza, a solas frente al café, siempre sale una mujer no virgen en la charla. El destino más paradójico es el de los monjes de Simonos Petras, que, tras la misa, besan en fila la mano de María Magdalena, conservada en un relicario de dicho monasterio.
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