Instinto maternal
Ser niña en India es una maldición, cosas de la cultura. Lo curioso es la protección que alguien que no ha sido ni deseado ni querido ofrece a ese muñeco, casi diabólico.
Tiene más valor el muñeco, porque es varón, que la persona de verdad, porque es hembra. Hablamos de India, aquel lejano país lleno de adherencias míticas y místicas adonde los occidentales seguimos yendo a meditar como idiotas, y en el que una niña es un desecho, un retal, una basura. Será violada por un vecino, cuando no por su padre, antes de que aprenda a escribir. Muchas de estas niñas no están siquiera registradas, así que carecen de existencia oficial, por eso no les pixelamos el rostro, como a las nuestras. Puede pasar el hombre del saco y llevárselas sin que nadie las reclame en comisaría. Alumbrar una niña en India es una maldición, cosas de la cultura. Mueren en cantidades industriales, comparadas con los hombres, porque se las maltrata desde el mismo instante en el que llegan a este mundo. Ni medicinas ni comida ni amor, pasan el día en el centro de la calle, por donde suele correr un arroyo de mierda apto para coger la peste.
Nada nuevo, en fin, disculpen la reiteración, estamos acostumbrados a esos mocos, a esos harapos, a esa cara sucia, a los piojos que sin duda anidan en su pelo. Lo curioso es el instinto maternal de la pequeña, inconcebible en quien no ha sido ni deseado ni querido. Ese instinto tiene más mérito si reparamos en la expresión del muñeco, que es la de un psicótico, signifique lo que signifique psicótico. Acaban de arrancarle los ojos y ahí lo tienen, al borde de la carcajada, como si no pasara nada, tan feliz de haber encontrado una madre adoptiva sin futuro. El mundo de los muñecos es también un espanto.
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