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LA ZONA FANTASMA
Columna
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Un tarareo de despedida

Javier Marías

Mi madre, que era la mayor, tenía siete hermanos y una sola hermana, a la que llevaba más de trece años, por lo que en parte fue para ella, como para mis tíos Jesús y Javier, aún menores, una especie de segunda madre; y esos tres tíos jóvenes fueron, a su vez, para mis hermanos y para mí, algo así como unos primos que nos aventajaban en bastante edad pero a los que jamás se les ocurría darnos órdenes y a los que veíamos más como aliados o cómplices que como figuras de autoridad. De hecho, Jesús -es decir, el director de cine Jesús Franco o Jess Frank- y Javier gustaban de provocar no sólo a sus padres, sino también a sus hermanos mayores, más serios y responsables. Ambos eran dados a la bohemia y a las excentricidades, y el primero, aparte de rodar sus películas más o menos enloquecidas, se dedicaba a tocar varios instrumentos de jazz en cavas y tugurios y a andar en lo que antiguamente se llamaba -y mis abuelos eran muy antiguos- "compañías poco recomendables".

"Decía que aunque ya no 'hacía' música, ésta ocupaba su memoria y se le aparecía en los sueños"

De manera que llegar a aquella familia de la mano del tío Jesús, lejos de ser una garantía y un elemento a favor, era poco menos que un baldón y un motivo de desconfianza. Es lo que le sucedió a mi tío Odón Alonso, que en su juventud se ganaba malamente la vida tocando el piano en diversos garitos madrileños, pese a su formación musical clásica y a que acabaría siendo un respetado director de orquesta. Pero, al venir avalado por el tío Jesús, el padre de éste, mi abuelo Emilio, no podía verlo en modo alguno con buenos ojos como cortejador primero y luego como novio de mi única tía, llamada indistintamente Tina o Gloria. Alguna vez me contó Odón que la primera vez que mi abuelo se paró a mirarlo con algo más que recelo y desdén fue cuando descubrió que Odón, además de melodías jazzísticas y desenfadadas, era capaz de interpretar al piano un aria entera no recuerdo si de Wagner o de Verdi. No es que con semejantes capacidades pudiera asegurarle a su pretendida seguridad económica, pero al menos aquel joven tendría algo que compartir y con que entretener a su futuro suegro, enormemente aficionado a la ópera y a la zarzuela.

El matrimonio compuesto por Tina (o Gloria) y Odón estuvo allí desde que yo tengo memoria, y ahora acaba de morir Odón, a los ochenta y seis años. Como no tuvieron hijos, aún me resulta más incomprensible pensar en mi tía sin él. Es como si las parejas sin descendencia estuvieran más unidas, o fueran más el uno del otro, al formar una familia en la que no hay nadie más. Al ser bastante más jóvenes que nuestros padres, a mis hermanos y a mí, de niños, su presencia nos producía una sensación de frescura y alegría. Ambos tenían mucho sentido del humor, sobre todo Tina, que contaba -que cuenta- con infinita gracia y tiende a ver el lado cómico de todas las cosas, así como a exagerar. Cada vez que aparecía por casa, se nos creaba un ánimo de fiesta y de diversión: era una sucesión de anécdotas y comentarios graciosos, con una frecuente pizca de malicia que jamás llegaba a ser cruel, sólo burlona. Odón, que solía pasar a recogerla a la salida de los ensayos de sus diversas orquestas (la Filarmónica de Madrid, la de RTVE durante dieciséis años), era asimismo risueño pero más distraído y menos agudo, a menudo embebido en sus músicas, que canturreaba en casi toda ocasión. Siendo los padres de mi generación personas pudorosas y sobrias por lo general, nos llamaba la atención, por contraste, que Tina y Odón se besaran y abrazaran en el pasillo. Y cuando alguna vez nuestros padres nos dejaban al cuidado de ellos durante un viaje, sentíamos que nos llegaba un breve periodo de libertad y manga ancha: formaban una pareja demasiado jovial y ligera como para imponernos ninguna autoridad. Aunque estaban casados, se comportaban más bien como suelen hacerlo los tíos solteros, esas figuras familiares tan importantes y a las que casi nunca se hace suficiente justicia.

A veces íbamos a los conciertos de Odón, en el Teatro Monumental o en el Real. Tenía muy buena planta, y más aún con su frac y con lo que para mí siempre ha sido "pelo de músico" (así he definido el de un par de personajes de novelas mías): un poco largo, un poco gris, un poco ondulado y echado hacia atrás. Sin duda tenía mucho éxito con las mujeres y era algo coqueto, siempre iba vestido con algún toque de originalidad. Su carácter era amable y sus ojos irónicos, afectuosamente irónicos y ensoñados. En los últimos años, claro está, ya no dirigía, ni siquiera podía tocar el piano al no responderle el pulso como es debido. Me decía que echaba ambas cosas de menos, y que, aunque ya no "hacía" música, ésta le rondaba siempre la cabeza, ocupaba buena parte de su memoria y se le aparecía en los sueños. Yo le regalaba a veces DVDs con grabaciones de Leonard Bernstein o de quien fue maestro suyo durante los años en que vivió en España, Igor Markevitch, "el hombre de los ojos de halcón". Pero hasta el final su contacto con la música fue vivo y activo, y organizaba un Otoño Musical en la pequeña ciudad de Soria, donde ha querido ser enterrado pese a ser leonés. Hace no mucho tiempo me dijo un día, cuando Tina no nos escuchaba: "Lo único que deseo es pasar el mayor tiempo posible con Gloria" (él la llamaba Gloria). "Cada día que me añado a su lado es para mí una alegría. Y no quiero nada más". Eso ha podido cumplirlo. Mi tía Tina ha permanecido con él hasta el último instante, y aunque se me hará muy extraño no verlos más juntos, no me cabe duda de que Odón habrá preferido despedirse -tarareando, supongo- en primer lugar.

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