Libreros con vocación
En Barcelona, una optimista librería de barrio, la Bernat, en la calle Buenos Aires, ha duplicado su espacio a costa del local vecino, un sex shop que se ha hundido. Parece una noticia espectacular, pero solo lo parece, porque detrás de ella está únicamente la soledad de una librería independiente en su lucha dura del día a día, en su combate por la supervivencia, por una manera de ser, por una manera de relacionarse con la literatura. La Bernat de la calle Buenos Aires es un activo paradigma de tantas librerías de este país que, con sus historias de ánimo y coraje, desafían la lógica de los negocios y la rutina de la incultura. Me gustaría que estas líneas fueran un homenaje a nuestras librerías independientes, de cuyas angustias y alegrías me siento aún más cerca cuando entro en el blog El Llibreter (llibreter.blogspot.com), que describe atmósferas de un mundo que camina bajo la pólvora, el mundo de los libreros de vocación. Precisamente, hace unos días, el anónimo redactor de El Llibreter viajó a Nueva York y, una vez más, tras darse una vuelta por los lugares de costumbre, tuvo que levantar acta del cierre de otra librería, Central Booking en esta ocasión.
El combate por la supervivencia de las viejas librerías es duro pero, como el rayo, nunca cesa
En Lima es noticia siniestra de estos últimos días que la especulación inmobiliaria va a cerrar El Virrey, legendaria librería. Hace tres años, sin haberla visitado nunca, escribí un texto de añoranza por lo no vivido, hablé de mi melancolía por no haber pisado esa librería peruana, lugar al que una fuerza enigmática me arrastraba. Pero este verano, por fin, la conocí. Fui una noche con Enrique Prochazka y Gabriel Ruiz Ortega y descubrí que, como en un juego de cajas chinas, en el interior de El Virrey había otra librería, llamada Sur, una librería de viejo, y en ella encontré una primera edición de la siempre para mí entrañable Antología negra, de Blaise Cendrars, "traducida del francés por Manuel Azaña" (Cenit, 1930)
Al poco de haber vuelto a Barcelona con el antiguo ejemplar, me encontré con la sorpresa de que acababa de salir en Madrid, manteniendo la traducción de Azaña, una documentadísima edición crítica de Jesús Cañete de Antología negra (Árdora). Hablo de sorpresa porque hasta pisar El Virrey nunca antes había visto la Antología en ninguna otra edición que no fuera la original francesa, y ahora de golpe tenía ante mí dos ediciones españolas del libro, la más vieja y la más nueva. La más nueva llegaba con aportaciones de Tomás Segovia, el apoyo entusiasta de Emilio Sola, y con una conferencia, Sobre la literatura de los negros, que Cendrars dio en 1925 en la Residencia de Estudiantes, con notable éxito entre los jóvenes artistas madrileños que vieron en él a un tipo "rápido, desenfadado, entusiasta y seco, rítmico y entrecortado, o roto como música de jazz band".
Desde este verano, Antología negra me evoca a El Virrey y desde hace unos días también su tragedia, comentada por Ariel Segal en La República: "La librería fundada por la pareja Sanseviero en 1973, y ampliada por sus hijos con anexos que incluyen la librería anticuaria Sur -con anaqueles repletos de obras antiguas, grabados, mapas y manuscritos-, es una institución que, por definición, debería ser preservada en el lugar en el que fue instituida".
Para Segal, El Virrey debería pasar a ser "patrimonio cultural de la nación peruana" y esta sería una forma de salvar un lugar que supo entroncar con la tradición de las antiguas librerías de la vieja Lima. Pero nada indica que la sensata idea de Segal vaya a prosperar. El drama de El Virrey es, a este otro lado del Atlántico, el de tantas de nuestras librerías de la vieja escuela, que día a día se van convirtiendo en símbolos de una lucha por la supervivencia de ciertas formas y estilos. El combate es duro en medio de un panorama severo, pero es una lucha que, como el rayo, nunca cesa.
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